Reportaje a Ricardo Sciammarella
Viernes 29 de junio de 2023
Escribe:Eduardo Balestena
    
La  música esencial: Una extensa conversación con el maestro Ricardo Sciammarella 
        
      De paso en Mar del Plata, para dirigir  el concierto del 28 de junio de la Orquesta Sinfónica Municipal, el maestro  Ricardo Sciammarella, director de orquesta, violoncellista, educador e  investigador, formador del grupo Ensamble  Concentus Buenos Aires accedió a  un extenso diálogo con Andrea Porcel –activista cultural, solista de corno  inglés y suplente solista de oboe de la OSM y Felipe Sosa, oboísta de la OSM-  diálogo para el cual Andrea Porcel tuvo la generosidad de invitarme a  participar. El concierto está dedicado a las visiones  revolucionarias.
      La oportunidad de acceder a las ideas,  experiencias y concepción musical de un maestro de ese nivel hace más intenso  el contacto con la música y su papel en la sociedad, la cultura y nuestra  propia vida. Lo que puedo hacer es trazar algunas de las líneas de una  conversación, tan frondosa como amable y extensa, con temas de los cuales solo  pudimos transitar las inmediaciones.
Tarde  de viernes
      Son cerca de las tres y media de la  tarde y en el salón del piso superior de una casa de té y galería de arte en la  loma de Stella Maris, Felipe Sosa prepara el equipo para grabar y filmar. 
      El maestro Sciammarella es una persona  extremadamente agradable y llana en el trato. Expresa sus puntos de vista más  como fruto de lo que ha vivido e interrogantes que como verdades reveladas y,  en su aptitud de diálogo, escucha atentamente y se explaya en las ideas que  surgen de ese diálogo. La condición de intérprete es la de ser permanentemente  un estudioso de música, de la historia y de las ideas.
      Hay mucho por hablar.
      Como educadora e instrumentista, en gran  medida impulsora de los conciertos didácticos en todos los ámbitos y dirigidos  a todas las personas Andrea Porcel se pregunta por la vigencia de esta música  en la sociedad de hoy, por su capacidad de producir sensaciones a más de  doscientos años de ser escrita y qué papel cabe a los músicos en llevarla a  nuevos públicos. Pensamos que a lo largo de dos siglos o más, esta música ha  dicho cosas a muchos públicos en muchas circunstancias políticas y diferentes  conformaciones sociales. Las coyunturas cambian pero el mensaje permanece y  permanecerá.
      Se pregunta el porqué de llamar revolucionarias a estas experiencias y,  en ese ámbito tan propicio, el diálogo comienza.
Concepciones  establecidas
      El programa del concierto estará  integrado por la Obertura Egmont, opus 84, de la música incidental para el  drama de Göthe, de Ludwig van Beethoven, la Sinfonía nro. 104, en re mayor, Hob. I: 104 de Franz Joseph Haydn y la Sinfonía nro. 40, K.550 en sol  menor de Wolfgang Amadeus Mozart.
      “Haydn fue un genio”  señala el maestro y agrega que estableció las formas y la estética de todo lo  que vendría después. “Beethoven le debe más a su maestro  de lo que podemos imaginar”, agrega. Haydn estableció  la forma sinfónica tal como la conocemos y su producción más innovadora en ese  sentido vino del largo período en que estuvo al servicio del conde de Esterházy.  Libre de influencias, concentrado en sus pensamientos, en esa ocasión produjo  ideas de las más libres y originales. Luego Beethoven sería establecido por la  Historia como un parámetro que separaba un antes y un después y la música del  período anterior fue considerada más simple y primitiva, pero la variedad de  formas que cimentaron a las posteriores proviene de allí. Haydn experimentó  todas las maneras de concebir y resolver la forma sinfónica.
      Perdemos la noción del  tiempo, nos miramos porque de repente todo parece tan obvio que nos extraña no  haberlo descubierto antes. La historia es algo que descubre pero que también distorsiona;  nos cuenta las cosas de una manera pero no es la única y después ella misma nos  revela las otras maneras.
      El maestro ejemplifica  con las épocas compositivas de Haydn, sus conjuntos de sinfonías –de París, de  Londres- y, más que  nada, con sus  cuartetos y menciona uno de ellos en que la tonalidad no es establecida  claramente al comienzo sino varios compases más adelante, como si todo fuera un  camino que condujera a algo que, una vez hallado produce una sensación de  seguridad y alegría por ese hallazgo, como navegar hasta encontrar tierra firme.
      Elegancia, transparencia,  calma, un estado de dicha y una gama muy grande de recursos es lo que hay en su  música. Menciona una sinfonía en la cual, avanzado un motivo, de pronto hace un  silencio y sigue en otra dirección. Le pregunto si ese detenerse de pronto,  hacer una pausa y seguir es “la gran pausa” uno de los rasgos de la Orquesta de  Mannheim, que fue la base de la orquesta moderna y me responde que no  necesariamente, que muchos de esos recursos vienen de la música francesa y que  se ha tomado a la Orquesta de Mannheim como una influencia mayor a lo que  realmente fue (otro ídolo que cae, pienso).       
Revolucionarios, revoluciones y un exquisito té 
      Andrea insiste en que hay  que llevar esta música a más público para que revelar todo aquello que tiene  para decirnos y quitarle la solemnidad y cuenta sus anécdotas: todos, jóvenes,  alumnos, cautivos, libres y judicializados, cultos o no, conocen a Beethoven,  nos dice. 
      Le pregunto al maestro  por ese arranque de la sinfonía Londres, que es lo que John Eliot Gardiner  llama “Call the arms” (un llamado a las armas) en las sinfonías Beethovenianas:  un acorde tajante que nos anuncia que algo muy importante habrá de suceder, y  que en las sinfonías de Beethoven, al menos en la primera y la segunda, es muy  claro y asiente “Beethoven tomó más de su maestro que lo que dice haber tomado”  agrega y desarrolla el punto.
      Gardiner, le comento,  sostiene que la música de Beethoven es heredera de la música de la Revolución  Francesa, de la que tomó mucho material, y que por eso la orquesta que formó se  llama Revolucionaria y Romántica y enseguida agrega que piensa lo mismo  que el maestro británico. Esa música estaba en el escenario social, circulaba,  se la escuchaba en todas partes y había en ella un fuerte elemento político, lo  que dispara otro tema central: el concepto de clasicismo, sostiene, es una  invención posterior. Podemos hablar del estilo galante y de la primera escuela  de Viena y luego sí, del Sturm un drang (tormenta e ímpetu), el  movimiento que comenzó en la literatura y que constituye la llegada de la  subjetividad al lenguaje musical: “Egmont es un drama de Göthe”, ejemplifica, y  la propia obertura nos cuenta la historia de la sublevación de Flandes contra  el dominio español  y agrega que el rasgo  que se atribuye al clasicismo es la simetría, pero que Schoenberg dijo de  Mozart en su música había una ordenada falta de simetría.
      Seguimos la charla.  Andrea propone hacer un alto, tomar un té y comer alguna delicia de las muchas  que hay en el piso de abajo y, frente al mostrador y escaparate, en medio de la  concurrencia, seguimos la charla. El cielo a través de la ventana de ha hecho  gris y oscuro.
Mozart
      El maestro habló  largamente de Mozart, del sentido angustiante de una sinfonía que parece no  tener ni comienzo ni final y le cito la idea de Nikolaus Harnoncourt, que concebía  a las tres últimas sinfonías de Mozart como un gran oratorio sin voces y  refuerza dicha idea, al afirmar que la sinfonía nro. 40 necesita de la nro.39  como comienzo y de la 41, Júpiter, como final y que Mozart escribió  semejante corpus musical en escasos cinco meses, en 1788, uno de sus años más  fecundos. “Es que no le encuentro el final” dice y es cierto: luego del nudo  dramático –que viene tras el tajante anuncio de los cornos- del final del  desarrollo, en el Allegro assai final, en sí una compleja elaboración  polifónica de gran tensión, aparece un breve final: se genera una angustiosa  tensión que no acaba de ser resuelta en la música y pienso en el acorde final  del Requiem, un “acorde hueco” que viene a simbolizar que la respuesta al dolor  y la existencia es la nada. Recuerdo al maestro Hanoncourt interpretando ese  corpus musical con el Concentus Musicum Wien en el Festival de Salzburgo:  era un hombre muy alto y enérgico y terminada la interpretación, sin ninguna  ceremonia, simplemente abandonó el escenario. Dos años más tarde murió.  
      “Esto no tiene nada que  ver con la diafanidad y simetría atribuida al clasicismo”, señala el maestro  Sciammarella. No hay claridad, pienso, sino un naufragio, una pregunta sin  respuesta. 
      Hablamos de un motivo del  segundo movimiento que es el mismo de Tamino en el primer acto de La Flauta  Mágica, cuando ve el retrato de Pamina: indica desasosiego y perplejidad.  Mozart, dice el maestro, usó ritmos de danza en sus sinfonías que, en la tópica  mozartiana, aluden a distintas situaciones y sectores sociales; claramente se  estaba dirigiendo a un público popular, diferente a aquel al de la nobleza, a  la que describía por medio del minuet, que era la danza propia de la clase  alta.
Concentus y la interpretación historicista  
      Felipe se refiera al  nombre técnico –que ahora no recuerdo- del pasaje cromático descendente que  caracteriza a la sinfonía 40; creo que es el mismo que en el barroco era  llamado sospiro si el pasaje era breve y pianto si era más largo,  pero no sé si el maestro se refería a eso y para no delatar mi ignorancia no se  lo pregunté. Andrea alude al mensaje que esta música y sus símbolos y  arquitectura significa para la cultura hoy. Recuerda que en la pandemia se  clasificaba a las personas como “esenciales y no esenciales” y que los músicos,  a diferencia de los periodistas, estaban en esta última categoría.
      Le pregunto al maestro  por Concentus, que en Argentina ha venido a llenar un enorme vacío: el  de la interpretación historicista del repertorio musical desde mediados del  siglo XVIII hasta Brahms. 
      Los compositores  revolucionarios miraban por un lado al pasado y   Bach, a quien estudiaron profundamente, les enseñó el contrapunto y la  fuga y a la vez miraban hacia el futuro y expandían las formas musicales.  
      Concentus , nos dice, está formado por músicos de distintas  partes de la Argentina y del mundo: no todo sucede en Buenos Aires, “en otras  partes hay mucho talento a ser aprovechado”, agrega. El gran problema es el  instrumental, no hay clarinetes de bassetto en Argentina y escasamente  hay un par de cornos sin llaves, propios de la época. Le pregunto por las  partituras: “en eso no hay problema”, responde, “porque las traigo de Europa”.  Parte del año vive en Argentina y parte en Europa. 
      Para la Sinfonía  Concertante para violín y viola de Mozart, vino una violinista española,  extraordinaria –informa-. 
      En cuanto a la  interpretación con criterios históricamente informados, la afinación es más  baja –y cálida-  la dicción es diferente:  el sonido es más delgado –por así decir- y es posible respetar los tiempos de  metrónomo establecidos por Beethoven, que no son posibles de hacer con  instrumental moderno. También las dinámicas son más intensas, variadas y  contrastantes.
      “No se trata de  reconstruir un sonido que es imposible de conocer hoy” dice, sino de lograr una  experiencia auditiva más aproximada a la del momento en que  las obras sonaron cuando fueron gestadas e  interpretadas por primera vez.
      “Al quedarse sordo,  Beethoven guardó en su interior el sonido anterior a 1800 y así pensó sus  obras” agrega.
      La interpretación  historicista de las sinfonías de Haydn, Mozart y Beethoven, le digo, es un  camino de ida: cuando uno las escucha en este estilo interpretativo ya no es  posible volver a las de la discografía tradicional donde todo es más lento, más  brillante y de menor relieve.
      Hablamos largamente de  eso y de los modos de lograr interpretaciones con criterios históricamente  informados con instrumentos modernos –como hace la Filarmónica de Viena-.
      De pronto es casi de  noche pero la charla no parece encontrar un final: todo son interrogantes, pero  qué es la vida sino eso, un interrogante sin final.
      La música y la lectura  son, como el pensamiento, actos profundos y solitarios que, en un momento dado,  se abren a intercambios y se enriquecen; esos contados actos en los que  encontramos interlocutores nos enseñan que en el arte no parece haber una  última palabra.
      Buscamos hacer un cierre  pero no lo hay: la música es un proceso que no tiene fin, siempre nos dirá algo  nuevo.
      De este modo, los  músicos, como la música –que es parte de todas las experiencias humanas- son  esenciales. 
      Caminamos por los  jardines de la casa como si regresáramos de un largo viaje y nos despedimos con  la sensación de haber compartido algo, al menos pare mí, bastante único.
      Subo a la moto para  regresar. Esta vez ella no me condujo a un viaje por rutas desconocidas sino a  uno interior que lleva a la certeza de que la música y los músicos sí son  esenciales.
      Me siento fuera del  tiempo, la música y las palabras resuenan dentro de mí y frio me parece  estimulante mientras regreso.    
      
      Eduardo Balestena


