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Con Bach, Schubert y Chopin


LANG LANG EN EL COLÓN

Teatro Colón

Sábado 26 de Mayo

Escribe: Carlos Ure

 

 

Bach: Partita I, en  si bemol mayor, BWV 825;

Schubert: Sonata en si bemol mayor, D 960;

Chopin: Doce Estudios, opus 25.

Lang Lang, piano.

  
Esto no es desconocido. Hay magníficos artistas jóvenes, poseídos de fuerte personalidad, que están convencidos que pueden reinventar a los grandes compositores. Sus traducciones, definidas desde luego por la arbitrariedad novedosa, desde ya que no deberían ser para el gran público. Porque tales especulaciones experimentales tendrían que quedar circunscriptas al ámbito doméstico del propio ejecutante, que en esa esfera, por supuesto, puede tocar para si  lo que quiera y como quiera.


Chopin sin emoción
Estas reflexiones vienen al caso porque el sábado se presentó en el Colón Lang Lang, multimediático artista de origen chino, quien dueño de una musicalidad innata (no utilizó partituras) y próximo a cumplir treinta años, brindó un recital caracterizado por un lado por su soberbia excelencia técnica y por otro debido a su llamativa carencia general de comunicatividad emocional y de estilo (salvo en Bach).  


En esta dirección, la interpretación de la Sonata opus póstumo, de Schubert, expuso una inusitada introversión, contrastes dinámicos y sonoros llamativos, “rallentandi” (y aún más: apagamiento de notas) abusivo, todo ajeno al contenido esencial, clásico-romántico del gran autor alemán. Convertida así en una suerte de morosa monodia fúnebre, de discurso quebrado (sobre todo en sus dos movimientos iniciales), la difusión de esta obra tan bella mostró antes que otra cosa una notoria falta de enfoque conceptual unitario, quedando librado su despliegue, en síntesis, a los cambiantes impromptus subjetivos del tecladista visitante.


Fueron similares los rasgos demostrativos de los Doce Estudios del opus 25, de Chopin (polaco, recordémoslo, de familia absolutamente francesa). Apuntes impresionistas se conjugaron a través de sus diversos números con escalas de una transparencia de exquisita delicadeza, acordes violentos, intimistas “ritenuti”, lentos claroscuros, síncopas vibrantes y como común denominador, un lenguaje fragmentado, imprevisible, contextualmente frío y sin la más mínima aura romántica (¿Chopin no fue, acaso, uno de los máximos exponentes universales del romanticismo en las artes?).


Con Bach no se juega
Sin perjuicio de ello, no puede dejar de señalarse que el mecanismo del instrumentista oriental es poco menos que perfecto: la incomparable sutileza de su toque, su sentido del volumen y las gradaciones, la diafanidad de la pulsación, el vuelo equilibrado e interactivo de sus dos manos lo convierten desde ya en una de las grandes figuras internacionales del piano en la actualidad.


En el comienzo del concierto, seguido por mucho público (y con un telón de fondo liso), Lang Lang alcanzó en cambio muy remarcable nivel. Porque en el desarrollo de la Partita I , de Bach, la rígida estructura canónica de esta estupenda creación de ejercicios para teclado lo alejó, obviamente, de la ruptura estilística. Fue entonces cuando con un modelado de incomparable plasticidad en sus variaciones, sabiamente medido y balanceado, sutil y ordenado en la digitación, el pianista chino logró sin duda el momento más relevante de toda su actuación: los bordados del minué fueron deliciosos, la exposición austera de la sarabanda, sobresaliente, la “allemande” de refinada sensibilidad.


                                                                          Carlos Ernesto Ure