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Con Gelber, Calderón y la Sinfónica Nacional

 

UN CONCIERTO MEMORABLE

8 de Junio de 2012

(se repite el Viernes 15)

Auditorio de Belgrano

Escribe: Carlos Ure 

 

 

Castro: Obertura de la ópera “ La Zapatera Prodigiosa ”

Enescu: Rapsodia Rumana Nº 1, en la mayor, opus 11

Tchaicovsky: Concierto Nº 1 para piano y orquesta, en si bemol menor, opus 23.

 

Bruno Leonardo Gelber, piano, y Orquesta Sinfónica Nacional (Pedro Ignacio Calderón).

 

La mágica confluencia de tres elementos argentinos de nivel francamente descollante produjo el viernes, en el vasto Auditorio de Belgrano, uno de los conciertos de más encumbrada categoría musical y emocional de los últimos tiempos. Participó del evento la Sinfónica Nacional , desde ya una de las primeras orquestas de Centro y Sudamérica, a cuyo frente se desempeñó con elocuente maestría Pedro Ignacio Calderón, y actuó como solista una de las máximas figuras pianísticas lanzadas por nuestro país a los más altos escenarios internacionales: Bruno Leonardo Gelber. 

 

La Rapsodia, un modelo.

 

Con localidades totalmente agotadas, la velada se inició con una grácil,  ajustada y bien articulada edición de la obertura de “ La Zapatera Prodigiosa ”, sin duda la mejor de las óperas compuestas por Juan José Castro, al cabo de la cual se ejecutó la obra más famosa de George Enescu: su Rapsodia Rumana Nº 1.

 

Debe decirse sin rodeos que la traducción de esta creación brillante, de comunicatividad tan esplendente en sus giros evolutivos y rítmicos y en sus coloridos apuntes telúricos, fue objeto de un encuadre decididamente modelo por parte del director y el conjunto a sus órdenes. Fruto de una labor de preparación acabada y  completa, por lo que se oyó, la versión de la pieza del autor de “Oedipe” exhibió estructuras dinámicas de infrecuente perfección en la fluidez de sus tensiones, precisión global, acentos contagiosos e intensidades cadenciosas manejadas con natural maleabilidad, todo ello sin perjuicio de una sonoridad compacta, densa, oscura, propia de los grandes organismos centroeuropeos y también de la Sinfónica Nacional , cuyo rendimiento lució esmaltadamente parejo.

 

Vuelo mágico.

 

Como si todo ello fuera poco, la segunda porción de la sesión alcanzó un relieve de infrecuente grandeza. Calderón, y esto es absolutamente remarcable, no se limitó a cumplir el cómodo y habitual papel de acompañante del solista, sino que muy por el contrario, asumió un cometido de trascendente magnitud a través de un  melodismo fogoso y bien balanceado, vigoroso en entradas y acordes (los compases iniciales fueron espectaculares y definieron todo el sello de la exposición), de excelente jerarquía.

 

Por su lado Bruno Leonardo Gelber brindó una interpretación casi podría decirse que inolvidable del celebérrimo Concierto Nº 1, de Tchaicovsky, trabajo que constituye poco menos que uno de los paradigmas del romanticismo en el terreno de las artes.

 

Extraordinariamente ágil e infalible en su deslizamiento sobre el amplio espectro del teclado (sus notas más agudas fueron de notable pureza), dueño de una musicalidad innata, de rango superior (tocó sin partitura), su manejo de claroscuros, de gradaciones, de “rubati” y “rallentandi” pareció verdaderamente magnífico. Todo en el marco de un discurso majestuoso, de ataques y sonoridad vibrantes, de extraña fascinación en sus exquisitas acentuaciones y esquema tenso, arrebatador, de aliento tan expresivo. El público, enfervorizado, los ovacionó a todos de pie.

 

                                                                          Carlos Ernesto Ure