Cavalleria Rusticana
Teatro Colón de Mar del Plata
17 y 19 de Agosto de 2012
Escribe: Eduardo Balestena
      Ópera Mar del Plata representó, el 17 y  19 de agosto, la ópera Cavalleria Rusticana, de Pietro Mascagni, con la Orquesta y Coro de la  Ópera de Mar del Plata, con las intervenciones solistas de Cintia Velásquez;  Belén Baldino; Antonio Grieco; Alejandro Meeraspel y María Guerra, todos bajo  la dirección de la maestra Susana Frangi. El coro fue preparado por Soledad  Gonzalía y la puesta en escena estuvo a cargo de Jorge Ponzone.
      Un nuevo lenguaje Carmen, de Bizet  (1875) inauguró una estética nueva, el verismo, en el cual se inscribe la obra  de Mascagni (1890), llevando a la escena, por primera vez, una historia  ambientada en la Italia  del Sur cuyos personajes son campesinos, en un lenguaje que conlleva requerimientos  expresivos nuevos y demandantes. Más afianzado que en la función del 17, el  conjunto logró –pese a la subsistencia de algunos inconvenientes-  una versión muy ajustada y expresiva de una  obra que sólo a la muerte de Mascagni (en 1945) había logrado ya más de  diez mil representaciones en todo el mundo.
      Los roles solistas: A Cintia Velásquez (soprano  ya de amplia trayectoria en obras de diferentes períodos) le cupo el rol de  Santuzza, el más exigente en una tesitura que exige a su registro en toda su  extensión y en inflexiones y acentos de un intensidad muy especifica: es la  cuerda que no sólo aporta algunos de los motivos conductores más presentes en  la música sino que plantea la carga dramática de un conflicto que recuerda, en  su fatalismo, a la tragedia griega: fuerza visceral, oscuridad, imploración, presentes  casi al mismo tiempo, a veces en una misma frase, en un rol que –por sus  demandas- ha sido interpretado en la cuerda de mezzosoprano (Julieta Simionato).  Una misma palabra –por ejemplo- baja del registro agudo o medio al grave en la  última sílaba; no sólo eso, también hay líneas que retoman la exposición en  otro registro, casi sin solución de continuidad. Cintia Velásquez mostró una  excelente proyección ya que en numerosos pasajes debe abrirse paso en una orquesta  que no estaba en un foso y que, por ello, se encontraba más presente. Dominó  las diferentes intensidades que la llevan a pasajes de mucho volumen en  registros agudos y fue siempre clara en los graves, aun en el dueto con Turiddu  en, en medio de un tutti orquestal.
      Belen  Baldino –Lola- que se introduce en el dueto de Santuzza con una simple canción  (escena seis), mostró un fraseo claro y muy bien articulado, eficaz contraste  con el resto del drama. No por simple, la canción tiene menores exigencias, como  una escala en la que sube, claramente por tonos, con una perfecta afinación.
      En su  cuerda de tenor ligero Antonio Grieco abordó –ya desde la siciliana inicial,  fuera de la escena- con gran ductilidad este papel de tenor dramático; aunque  sin inflexiones hacia finales más graves, acentuados e intensos como los que  –en una versión referencial como la de Mario de Mónaco- conlleva el rol. Mostró  sus rasgos propios: una afinación cuidada que se hace más evidente en los rápidos  pasajes en que sube a los agudos y los mantiene en la intensidad, sin aparente  esfuerzo, en una presencia y desplazamiento escénico tan fluido como personal.
      Alejandro  Meerapfel es un barítono de una ya extensa carrera profesional que abarca roles  muy diversos en obras de distintos períodos. Compuso un Alfio cuya densidad  está planteada tanto en pasajes como el de la vendetta (escena ocho)  –en registros medios y agudos de su cuerda-  como sus respuestas en los más graves, en los que mantuvo intensidad,  proyección y dramatismo.
    No obstante  su carácter secundario y su función de interlocutora del resto de los  personajes, el de la Mamma Lucia  tiene requerimientos puntuales, como el característico y abrupto descenso a los  graves en ciertas palabras, lo que hubiera requerido a una mezzosoprano  que  respondiera, al menos mínimamente, a  las demandas de fraseo y afinación del rol.
      El coro Tanto duetos como coros tienen  una particularidad: la exposición por la cuerda masculina o el solista, la  femenina o la solista (por ejemplo Santuzza y Turiddu en la escena siete), y la  superposición de estas partes en un todo. Mascagni utiliza el recurso de  exponer, aleatoriamente, algunos de estos elementos: es el caso de la primera  escena en que la cuerda femenina canta “Glia aranci olezzano/ sui verdi margini…”  (en compás de ¾), la masculina canta (en 6/8) “In mezzo al campo/Tra le spiche  d´oro…” que empieza no al comienzo de un compás sino en una corchea del último  tiempo del anterior; elementos que yuxtaexpuestos dan por resultado un difícil  pasaje de polirritmia vertical. Diferentes son los requerimientos del Regina coeli  laetare (escena tres), cantado dentro de la iglesia, que requiere voces  blancas. En la segunda vez hubo una exposición más aguda del Aleluia, del modo  en que lo pide la obra.  
      Otro lugar  de gran belleza es el “Inneggiamo/ Il signor…) (escena tres), que marca la  entrada a la iglesia; a cargo del coro y Santuzza que destaca por un crescendo  muy gradual que lleva a la obra a uno de sus momentos más intensos. No obstante  que la cuerda masculina lo comenzó ya con intensidad –sin la gradación previa-  y la existencia de algunos problemas de afinación en un par de voces de tenores,  el resto de la cuerda masculina y la   femenina lograron plasmarlo de un modo homogéneo, progresivo e intenso,  perceptible en el conjunto. Es de destacar, el los números del coro a las  sopranos situadas en los primeros escalones, por el apoyo musical al conjunto  y  por   su fluidez escénica.
      La  exclamación final (“Hanno ammazzato compare Turiduu”, escena 12) resuelve la acción  y entraña un desafío: debe ser desgarradora pero no un simple grito; intensa y  acentuada pero sin sobreactuación: la contralto que lo hizo logró una inflexión  justa; lo mismo el coro en el pasaje “Comare Lola,/andiamo via di qua” (escena  once) ante la inminencia del desenlace. 
    La orquesta: En la segunda función la  orquesta sonó homogénea, frente al sonido más parcial de la primera, y a cuestiones  de intensidad en que instrumentos como el redoblante llegaron a tapar al  solista o a problemas puntuales en intervenciones solistas: (campanas tubulares  y oboe)  o el pasaje en que la cuerda  hace la presentación de Turiddu (escena cinco). En esta oportunidad si bien  subsistió un problema solista fue muy puntual, como también el leve desfasaje  en la entrada del coro en el brindis. Hubo una dirección muy clara en todo, lo  que incluye a la marcación de los cantantes y coro. También el intermezzo fue  más sutil y cuidado en un tempo de más detenimiento y con un fraseo más  trabajado. Si bien –con respecto a la versión de referencia de Tulio Serafín  con la Orquesta  de la Academia  de Santa Cecilia de Roma, 1960) fue abreviada la intervención del coro en el  brindis, lo cierto es que ello no incide en lo más mínimo en el resultado  final.   
                  La puesta: El universo de reglas claras y sencillas  de la Sicilia  del siglo XIX no admite, de ninguna manera, extrapolaciones de sentido como la  introducción de personajes ajenos sin función congruente al cuento de Giovanni  Verga que sirvió al libreto de Guido Menasci y Giovanni Targioni-Tozzetti. Lo  más evidente: Alfio es un carrero que llega a escena con un carro, un caballo y  un látigo, y no con un sujeto de torso desnudo que es golpeado: ello resulta  incongruente con el texto: “Il cavallo scalpita, Il sonagli squillano…” (escena  dos). El pueblo siciliano fue convertido en un rígido grupo de penitentes de  negro, sin ninguno de los ámbitos que pide la obra: la taberna y la iglesia (en  una concepción minimalista, hubiera bastado colocar un par de puertas que los  representaran). Casi en el final, Turiddu va a despedirse de su madre; pero fue  ella que vino a su encuentro a sus espaldas, mientras él le cantaba: ¿cómo  sabía que estaba allí si se encontraba de espaldas?
                  Un olvidable director me dijo en un reportaje  “la música llamada clásica ha resistido los peores embates y ha sobrevivido”.  Es cierto: ha sobrevivido a tragedias personales, coyunturas políticas, tiranos  y demagogos. Cavallería sobrevivirá a una puesta así, aunque es lamentable que  en tren de llevar adelante el montaje de una ópera, con todo lo que eso  implica, se lo haga de este modo. 
Eduardo Balestena
    http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com

