Una inolvidable Hilary Hahn
Jueves 13 de Septiembre
Teatro Colón
Escribe: Juan Carlos Montero (La Nacón)
Orquesta Filarmónica de Buenos Aires
Director: Enrique Arturo Diemecke
Solista: Hilary Hahn (violín)
Programa: Obras de Debussy, Prokofiev y Beethoven
Nuestra opinión: excelente
Apesar de la jornada de protesta que se vivió el jueves por la noche, la sala del Teatro Colón se encontró completa en todas sus localidades, aun en las laterales y en las de pie, ofreciendo un marco imponente para escuchar un concierto que resultó de gran calidad artística. En efecto, en primer término, Arturo Diemecke y la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires ofrecieron una muy delicada y sugerente versión del plácido Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy, acaso un intento admirable de pretender ilustrar el paisaje del afable poema de Stephan Mallarmé.
A continuación, se presentó la violinista Hilary Hahn, como solista del Concierto N° 1 para violín y orquesta de Sergei Prokofiev, que resultó ser brillante desde todos los ángulos de la apreciación, a partir de poseer un sonido cautivante por su tersura y pastosidad, aspecto logrado por aplicar con rigor una soberbia escuela de arco, a la que sumó el don de una exacta justeza en la afinación, así como cautivante homogeneidad en el sonido e infalible claridad en la articulación. De ahí que los pasajes más endemoniados de la obra, como por ejemplo durante el andantino dotado de contrastes acentuados y otros de un delicado lirismo, fueron ofrecidos por la intérprete con asombrosa perfección.
A las dotes excepcionales de la solista se sumó el acierto interpretativo del director, quien -sabiamente- logró en los pasajes líricos cautivante refinamiento. Y al remarcar los contrastes y las intensidades, nunca perdió Diemecke la obtención de pureza y equilibrio sonoro entre el solista y el conjunto instrumental, detalle sabio que pocos directores han tenido en cuenta, en especial cuando se trata, como en este caso, de obras concertadas escritas ya entrado el fascinante pasado siglo XX. Cabe destacar que el positivo aporte de la Filarmónica en todas sus filas con Pablo Saraví como brillante y jerarquizado concertino, aportó la imprescindible cuota de solvencia.
Como fue lógico que ocurriera, la ovación a Hilary Hahn fue unánime e incluyó a todos los músicos de la orquesta y al propio director, quienes rebosantes de alegría se sumaron al aplauso vehemente, con arcos golpeando atriles y rostros de indudable admiración. De ahí provinieron los admirable agregados de tres partituras endemoniadas para violín solo de Johann Sebastian Bach, impecables por su jerarquía y por una ejecución perfecta en estilo y en claridad.
En la segunda parte, Arturo Diemeke y la Filarmónica ofrecieron una sobria versión de la Quinta sinfonía en Do menor de Beethoven, aquella que suma en su planta orquestal un flautín piccolo a las flautas, y un contrafagot a los vientos, y que además, es acaso una de las más difundidas de las obras del autor.
Más allá del acierto interpretativo del fogoso director, quien con sus variables de matices y planos sumó su sello interpretativo, la orquesta cumplió su cometido con eficacia al punto que, al finalizar, el aplauso fue generoso, tanto para la batuta como para el conjunto.
Al salir del Colón, la noche y la ciudad ya estaban en calma y se respiraba un aire esperanzado, el mismo que seguramente anheló Beethoven al plasmar su sinfonía en los pentagramas..