Teatro Colón
      RENÉE  FLEMING, ALTA CALIDAD
Teatro Colón
Sábado 10 de Noviembre de 2012
Escribe: Carlos Ure
      Debussy: “Trois ariettes oubliées”; Canteloube: Canciones de Auvergne;  Korngold: “Frag’ mich oft” y lied de Marietta, de “La ciudad muerta”; R. Strauss: “Ständchen”, “Morgen” y “Zueignung”; Verdi:  Canción del sauce y Ave Maria, de “Otello”; Leoncavallo:  “Musette svaria sulla bocca viva” y “Mimì Pinson, la biondinetta”, de “ La  Bohème ”;  Cilea: “Io son l’umile ancella”, de “Adriana Lecouvreur”. Renée  Fleming, soprano y Gerald M. Moore, piano. 
Su primera presentación en nuestro medio había tenido lugar en el Colón (“Las Bodas de Fígaro”, 1992), escenario donde René Fleming volvió a actuar el sábado, frente a una concurrencia fervorosa. Sólo con acompañamiento pianístico, la soprano estadounidense brindó esta vez un recital de incuestionable calidad, en el que debemos señalar no obstante que sus traducciones, de alguna manera todas de patrón similar, se distinguieron por una línea reiteradamente meditada y carente de fervor, limitada expansión vocal y un esquema de fraseo de “rallentandi”, “crescendi” y “diminuendi” repetido de manera si se quiere monocorde y permanente. A ello cabe añadir, y no es poca cosa, una adaptación “a piacere” de los tiempos de todas las páginas interpretadas, en más de un caso llevadas con exagerada lentitud.
      Emisión límpida 
    Ello sentado, cabe apuntar que la artista  norteamericana, verdadera diva  en el panorama de la lírica internacional,  mostró un registro de acrisolada belleza, casi siempre homogéneo en toda la  tesitura y una emisión franca, no excesivamente caudalosa pero neta y  esmaltada. Su color es atrayente, la impostación de calificada escuela (todas  las notas están perfectamente sostenidas y apoyadas), y no hay una sola fisura  en la exposición de un metal flexible, que maneja sin esfuerzo. Pero además de  esto, y como factor especialmente relevante, debe decirse que Renée Fleming  exhibió un mecanismo de extraordinaria categoría en el desarrollo de las  gradaciones, no sólo en el contexto del mismo período, sino aun dentro de la  misma nota, aumentada o rebajada en su intensidad con exquisito sentido de la  plasticidad. 
      Dos fases 
      La función, de todos modos, aparte de un buen  número de heterogéneos bises, comprendió dos secciones que merecen análisis  diferente. En la segunda, dedicada a Richard Strauss (con ciertas notas que  preceden al pasaje alto algo incómodas), y también a un Verdi aplanado por la  declamación, se echó de menos mayor peso dramático. En las “ariettas” de  Leoncavallo, hizo falta, al contrario, un registro un tanto más “leggiero”,  mientras que    una métrica caprichosamente despaciosa convirtió  a “Io son l’umile ancella”, de Cilea, en una página acartonada, desprovista de  vibración emotiva. 
      La porción inicial del concierto había alcanzado en  cambio inolvidable rango. Tanto en Debussy como en Canteloube (vertido en  dialecto), y también en dos páginas de Erich Wolfgang Korngold, Renée Fleming  mostró acentos de inefable refinamiento, estilo, cultura, perfecta dicción francesa,  austríaca, alemana (que no es lo mismo). Sus delicadas inflexiones, su  musicalidad óptima (“Glück, das mir verblieb, rück zu mir mein treues Lieb”, de  “ La Ciudad Muerta “), su decir puro y la nobleza del legato, todo ello  conformó, en efecto, un arte canoro de  envergadura superior. En el  teclado, Gerald Martin Moore (que no tiene nada que ver con el famoso Gerald  Moore), por cierto sin sobresalir, la asistió con elegancia y pulcritud. 
Carlos Ure

