Tres estéticas diferentes
Orquesta Sinfónica Municipal
Teatro Colón
Mar del Plata
25 de Mayo de 2013
Escribe: Eduardo Balestena
      El maestro Andrés Tolcachir dirigió como  invitado a La   Orquesta Sinfónica Municipal en su concierto del 25 de mayo  en el Teatro Municipal Colón, actuando como solista Julieta Blanco en piccolo.
      La Suite Pelléas et Mesissande opus 80 de Manuel  Faure (1845-1924)  inició el programa. Refinamiento  sonoro, renuncia a desarrollos melódicos amplios y un detenimiento  introspectivo en la delicadeza del fraseo parecen singularizar a un lenguaje  que más que en la diferenciación tímbrica o en la melodía fácil fluye con  motivos recurrentes, como la frase inicial del preludio, y pinturas  instrumentales, como la del solo del oboe de la introducción, o el de flauta en  la Sicilienne. El  tempo debe poder permitir esas inflexiones y hacernos percibir esos sutiles  cambios de intensidad en una frase o aun una misma nota. Momentos como la  entrada de las cuerdas, luego de la introducción de las flautas y la  intervención de los metales en La mort de  Mélisande -de un gran contraste e intensidad- son los matices de una obra  que no se propone ser emotiva sino trabajar y develar toda la sutileza que es  posible en un sonido orquestal en una versión muy detallista en las  particularidades de este lenguaje.
      Concierto  para piccolo y orquesta de cuerdas de Osvaldo Lacerda (1927-2011): Julieta Blanco lleva ya  una extensa trayectoria como instrumentista –en tal carácter abordó junto a  Alexis Nicolet el Concierto para dos  flautas y orquesta de Doppler- y como educadora, contando –entre sus  numerosos antecedentes formativos- con una maestría en interpretación de música  latinoamericana del siglo XX- además de su Master of music in flute performance  en la Universidad  de Carneghie Mellon, en Pittsburg y otras experiencias, como sus estudios con  el renombrado Lars Nilsson. Fue becada asimismo por el Fondo Nacional de las  Artes y por la Universidad Carneghie  Mellon. Tuvo la oportunidad de entrevistar a Osvaldo Lacerda en Brasil y  ubicarnos en un lenguaje que toma modos de la música nativa y los alterna en su  desarrollo. Con esta pauta de escucha surge claramente que esta obra, cuyo  primer movimiento plantea un tema que aparece a lo largo de todo el desarrollo,  está construida a partir de la alternancia de estos modos y utiliza las  restringidas posibilidades –en inflexión y rango de sonido del instrumento  solista, pero  también las de sus  inflexiones cantabiles- para plantear claramente este postulado y desarrollar  una relación entre el instrumento solista y la orquesta de cuerdas en que, con  elementos semejantes pero planteados paralelamente en dos discursos por  momentos amalgamados y por momentos diferenciados, enfrenta al piccollo al  sonido orquestal sin dejar de que sea audible (una característica que ya señaló  Aron Copland). Esta claro que ante la alternativa de un repertorio tradicional  barroco Julieta Blanco optó por difundir una obra contemporánea (1980) y un  interesante lenguaje que su momento se enfrentó a las vanguardias europeas  imperantes, y luego a las locales que buscaban otras fuentes de inspiración. El  instrumento solista, por sus propias características, discurre siempre en  pasajes rápidos que requieren precisión y mucha claridad. Una obra no extensa,  pero amable y rica, indicativa de la riqueza de modos y esquemas rítmicos que  compositores como Villalobos o Ginastera supieron valorar y llevar a la música  “culta”.                                         
      Sinfonía en re menor, de César Franck (1822-1890) La versión que escuchamos de esta obra, formalmente compleja y  demandante, evidenció ser el producto de un trabajo serio y sostenido de  ensayos. En el movimiento inicial se optó por un tempo de detenimiento –en la  exposición ulterior al tema inicial- que descansó en mayor grado en la cualidad  sonora. Fue una dirección muy presente y aun en los tutti en que la cuerda debe  ser audible ante las intervenciones de los metales. Más allá de que la forma  cíclica implique la yuxtaposición de temas y respuestas muy diferentes entre  sí, y que parecen dados en valores de compás incluso distintos,  la obra tiene una armonía particular, por  ejemplo en la base que descansa en gran parte en el clarinete bajo, pocas veces  diferenciado pero siempre presente, ya con el resto de la sección de las  maderas como con los cornos. Ello le confiere un color, muy propio.
      El  intervalo de segunda menor descendente con que se inicia parece vertebrar una  construcción verdaderamente maestra: lo lleva a todos los registros y lo  trabaja de diferentes maneras, en la propia introducción aparece invertido, en  esa forma sonata ampliamente desarrollada en la alternancia entre el primer  tema y el segundo –una melodía abiertamente cantabile- planteado ya con los  propios temas como con sus respuestas.
      En el segundo  movimiento Franck fusiona el andante habitual de las sinfonías con el scherzo  (segundo y tercer movimiento) y comienza con el arpa y un pizzicato de las  cuerdas que conforman una melodía que sugiere una antigua danza de suite, que  sigue con el famoso tema del corno inglés. La introducción de la cuerda forma  parte del esquema propuesto con el intervalo de segunda descendente del  comienzo. Este interesante desarrollo conduce al complejo pasaje  contrapuntístico con la función del scherzo. Allí, particularmente luego de la  entrada de las cuerdas con otro tema, la textura pareciera, en ciertos lugares,  dejar de ser homófona: mientras los violines trabajan un trémolo divididas en  un pasaje contrapuntístico que se resuelve en la entrada de los clarinetes con  un tema  de respuesta al primero, pero al  retomar vuelven a dividirse los violines primeros y segundos en dos elementos  distintos: el movimiento prosigue en esta textura de superposiciones que  enriquecen el desarrollo de ese tema inicial de danza.  
      También muy complejo es el Allegro non troppo final que introduce  el tema central en el séptimo compás. Dos cosas parecen quedar claras: la  filiación organística del sonido de Franck: un sonido grande y construido  armónicamente como si la orquesta fuera un órgano; y en segundo término que fue  el contrapunto –guiado por su maestro Duossoigne- aquello con que primero se  formó en la música. La cerrada textura del movimiento recapitula, con la  impronta de la novena sinfonía de Beethoven, sobre el material pero no parece  hacerlo sucesivamente sino en un todo que es una poderosa trama sonora. Al  final hay una secuencia de resolución de ese intervalo del comienzo, una suerte  de pregunta.
      Más allá  de algún detalle muy mejor, tuvimos una excelente versión de esta obra cumbre,  tan exigente en cuanto a la continuidad con elementos tan distintos y al sonido  que expresa volumen y no tensión.   
      Andrés  Tolcachir, es un director de un vasta formación, en el país y en el exterior ha  actuado y llevado a cabo estudios en distinto países y realizado numerosos  proyectos. Aportó un enfoque no subjetivo, centrado en las obras y en sus  lenguajes y supo plasmarlo claramente. 
      Destacaron:  Hernán Apaolaza –corno inglés-; Mariano Cañón –oboe-; Jorge Gramajo –trompa-;  Alexis Nicolet (flauta); Ernesto Nucíforo –clarinete bajo-; y la línea de  metales. 
      
      
Eduardo Balestena
      http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com

