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La riqueza está en los cantantes

 

"La mujer sin sombra", de Richard Strauss

Teatro Colón

11 de Junio de 2013

 

Escribe: Juan Carlos Montero (La Nación)

 

 

Ficha técnica: LA MUJER SIN SOMBRA / Autor : Richard Strauss / Director musical : Ira Levin / Régie : Andreas Homoki / Con : Stephen Gould, Manuela Uhl, Iris Vermillion, Jukka Rasilainen, Elena Pankratova, Jochen Kupfer, Marisú Pavón, Pablo Sánchez, Victoria Gaeta, Mario De Salvo, Emiliano Bulacios, Sergio Spina, Alejandra Malvino y otros / Escenografía y vestuario : Wolfgang Gussmann / Luces : Frank Evin / Coro estable: Miguel Martínez / Coro de niños : César Bustamante / Sala : Teatro Colón / Funciones : mañana, a las 17 y martes, a las 20.


Nuestra opinión: muy buena.

 

El punto relevante de la versión ofrecida estuvo centrado en la calidad indudable de todo el elenco, en su doble condición de cantantes y actores. Y en este sentido, la imagen de la Nodriza de la Emperatriz, a cargo de la mezzo Iris Vermillion, observando sobre las aguas una luz matinal que se trasforma en el espíritu de un mensajero, fue una muestra de formidable actuación e impecable canto; una labor titánica plena de expresividad y sutilezas, a la que se sumó caracterización y maquillaje.

 

Además, ese Espíritu Mensajero que estuvo a cargo de Jochen Kupfer, en su breve intervención, dejó escuchar la voz de un artista de exquisita musicalidad, detalle confirmado por los datos biográficos que lo sindican como especialista en el arte del lied y solista en el repertorio sinfónico vocal.

 

A ellos se sumaron las parejas protagónicas, por un lado la Emperatriz encarnada por la soprano Manuela Uhl, de muy buenos recursos como actriz y poseedora de una voz de excelente calidad en timbre y color, que trabaja con la aplicación perfecta de una admirable escuela, razón por la cual su carrera ha de alcanzar brillo y trascendencia aún en repertorios no germanos.

 

El trabajo de la pareja terrenal de Barak y su Mujer, integrada por el bajo-barítono finés Jukka Rasilainen y la soprano Elena Pankratova, lo mostró a él como conocedor de un amplio repertorio ya que lució experiencia y musicalidad; en tanto que su partenaire -a quien se apreció en Buenos Aires en 2010 encarnando a Alice en Falstaff de Verdi- es ahora la mujer que vende su sombra, logrando esta vez plasmar una actuación actoral de llamativa naturalidad, tanto por su desplante, como por la riqueza de inflexiones en su decir. Su voz fue límpida y potente.

 

El tenor Stephen Gould de formidable carrera artística, abordando un amplio repertorio de heldentenor wagneriano y dramático italiano, fue un digno Emperador. En la última escena, unido a su esposa la Emperatriz y a la pareja de la tintorera y Barak, contribuyó con su musicalidad al logro de un muy buen final que el compositor prolonga en el discurso musical, con el canto cristalino y dulce de los no natos, pequeño conjunto de voces femeninas a cargo de excelentes cantantes de nuestro medio como son Marisú Pavón (asimismo Guardián del Templo), Victoria Gaeta (además la Voz del Halcón), Oriana Favero y Alejandra Malvino (Voz de lo Alto) y Carla Paz Andrade (que sumaron también sus voces al excelente sequito de espíritus). En suma, un ramillete muy eficaz. Es de destacar la actuación de Mario De Salvo, Emiliano Bulacio y Sergio Spina, como los hermanos de Barak y de Pablo Sánchez como el joven amante, y asimismo la muy buena tarea realizada por Rosmarie Klingenhagen en cuanto a la asistencia idiomática de la fonética alemana a los artistas nacionales. Los coros -el Estable y de Niños- cantaron con su habitual solvencia.

 

Pero La mujer sin sombra , dejando de lado la poco grata puesta concebida para escenarios europeos (aún no se comprende por qué se insiste en utilizar puestas de éstos teatros, en este caso del de la Ópera de Amsterdam, que obligan a achicar la embocadura del escenario), como en casi todas las creaciones de Strauss no es fundamental sino que actúa como basamento de la mayoría de sus creaciones para el teatro cantado en el terreno del gran repertorio sinfónico. Se necesita una masa orquestal de calidad en su conjunto, pero que además cuente entre sus filas, con primeros atriles solistas relevantes.

 

Son tantos los pasajes virtuosos y el entramado de delicados momentos en dúos, tríos y pequeños conjuntos que se convierten en otro de los motivos por los que una composición del autor puede ser ofrecida acabadamente y en estilo por instituciones como el Teatro Colón, aspecto que fue muy respetado por el director de orquesta Ira Levin, en una labor prolija y cuidadosa para mantener el necesario equilibrio entre foso y palco escénico. El público que apreció toda la obra así lo entendió con un sostenido aplauso para él, quien lo hizo extensivo con sus gestos tanto a la orquesta como a todo el cuadro de artistas, coreutas y figurantes. Fue una justa gentileza.

 

 

Sobre la puesta y la actitud del público

 

Es importante analizar por qué una buena parte de los espectadores se retiró de la sala en el primer intervalo. Es cierto, Strauss en el acto inicial de su obra utiliza una excesiva y reiterativa coloración del sonido que sólo un director de orquesta muy sutil -que bruña y varíe con mucha frecuencia las intensidades sonoras- permite apaciguar al público poseedor de un espíritu inquieto y quisquilloso. Pero ese público no pudo observar que a medida que avanzan las escenas de La mujer sin sombra, la música de Strauss va adquiriendo el lirismo ya conocido de un genial compositor.

 

Por otro lado la falta de ideas en el aspecto visual de la presentación fue otro elemento para justificar en parte esa actitud. Entendimos que los seres "angélicos" estuvieran vestidos de azul intenso; que los seres "mundanos" de ocre; que los "invisibles" de blanco con los símbolos alquimistas que lograban un claro camuflaje con el fondo de oblicuas paredes revestidas con iguales símbolos, y que las diez cajas ocres se convirtieran en puertas, habitaciones, mesas, camas o bandejas con alimentos. En cambio fue logrado el efecto de las flechas luego convertidas en cárcel.

 

Sin embargo, la creación de Strauss requiere una dinámica visual mucho más intensa para que su obra, de por sí con una temática argumental débil, adquiera trascendencia. Por último, no fue muy agradable ver al "Supremo" hecho "pelota" y que el responsable de la iluminación, en el siglo de mayor riqueza en efectos especiales, no pudiese evitar la contradicción de que la sombra de la Emperatriz se viera reflejada en todo momento.