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En los conciertos del Mediodia del Mozarteum Argentino

Ralph Votapek, Pianista formidable

 

Teatro Gran Rex

Míercoles 28 de Agosto de 2013

 

Escribe: Carlos Ure

 

 

Haydn: Sonata, en la bemol mayor, Hob. XVI-46;

Liszt: Sonata, en si menor;

Ravel: La Valse.

 

Ralph Votapek, piano.

 

¿Se puede estar, casi a los setenta y cuatro años, en el pináculo glorioso de una carrera artística extraordinariamente exigente? Ralph Votapek demostró que sí. Genuino “animal musical” en el sentido más encomiástico y descriptivo del término, el pianista se presentó el miércoles, en décimo segunda sesión de los Conciertos del Mediodía del Mozarteum Argentino, en un recital que ha de quedar inscripto sin duda entre los grandes acontecimientos de nuestra temporada musical (el público que colmaba el Gran Rex terminó ovacionándolo de pie).


Estilo y movimiento
La jornada se inició con una Sonata ágil y esbelta, de Haydn, en cuya traducción, ya desde los primeros compases, el músico estadounidense puso en evidencia un mecanismo técnico de impresionante exactitud aún en los pasajes de vertiginosa velocidad e infalible perfección de toque, así como también ajustado estilo clásico y una arquitectura dinámica de notable redondez y delicada cuadratura.


En el cierre del recital, en cambio, “La Valse”, de Ravel fue objeto de una versión de óptima sincronización en la difícil carga interrelacionada de ambas manos, y tuvo un movimiento alado, inclaudicable en giros y evoluciones de magnífico refinamiento. Sin perjuicio del acabado control de la sonoridad, siempre tan sabiamente tratada, y de una rítmica de estupenda fluidez, la ejecución mostró además una riqueza de inflexiones casi podría decirse que mayor a la de alguna edición orquestal.


Liszt, superlativo
Pero el momento culminante, inolvidable del recital giró alrededor de la Sonata en si menor, obra capital de Franz Liszt, página colmada de una tremenda complejidad operativa, exponente además de un romanticismo de meandros enredados, si se quiere revolucionario en sus ideas y formas. Con energía física e intelectual inquebrantables (tuvo todo ese inmenso universo de notas en su memoria), Votapek lució en esta pieza una pulsación graduada al milímetro en la maleable percusión de cada tecla, destreza prodigiosa en la digitación, todo con el marco de una musicalidad desbordante. Sus búsquedas del color, de la construcción de un lenguaje de exquisita plasticidad, armonioso, vibrante en los pasajes tan diversos del discurso liszteano, plasmaron una suerte de relato de antológico modelo, unitario en su concepto, sólidamente articulado, manejado con transiciones de natural desarrollo pese a los segmentos fuertemente contrastantes de la partitura.

 

                                                         Carlos Ernesto Ure