En el Tercer Ciclo Iberoamericano de Ópera Contemporánea
INTERESANTE ESTRENO DE UNA PIEZA DE TAURIELLO
Viernes 6 de Diciembre de 2013
Centro Nacional de la Música (Méjico 564)
Escribe: Carlos Ure (La Prensa)
“Las Guerras Picrocholinas”, pieza lírica en nueve cuadros, con texto de Jacques Nichet y Bernard Faivre, y música de Antonio Tauriello. Con acróbatas, bailarines, actores y cantantes. Coreografía de Germán Ivancic, iluminación de Belén Chardón y Rodrigo Alvarado, escenografía de Gabriela Piepoch, vestuario de Alejandra Soto y “régie” de Diego Ernesto Rodríguez. Ensamble Vocal (Juan Peltzer) y Ensamble de Música Contemporánea DAMus (Santiago Santero y Natalia Salinas).
Pianista y director importante en su momento, Antonio Tauriello (1931-2011), de larga labor en el Colón y en la Chicago Lyric Opera, fue también compositor de mérito. Su producción abarca el campo de la música sinfónica y de cámara, y también el teatro cantado, en cuyo contexto se inscribe “Las Guerras Picrocholinas” (1974), farsa de una hora de duración, desarrollada en nueve cuadros. Inspirada en fragmentos del Libro II de “Gargantúa y Pantagruel”, de Rabelais, la pieza de nuestro compatriota vio largamente demorado su estreno, que tuvo lugar recién el viernes, con localidades agotadas, en una velada organizada con todo acierto por el Centro Nacional de la Música, en el marco del tercer Ciclo Iberoamericano de Ópera Contemporánea, que orienta artísticamente Juan Ortiz de Zárate.
      Música aleatoria
      Vale la pena  señalar que el trabajo basado en el conflicto planteado entre los pastores del  país de Gargantúa y los pasteleros del rey Picrochole contiene una estructura  bien original, porque está esencialmente armado sobre la acción teatral, con  acompañamiento musical incidental. Los parlamentos (de prosa y en castellano)  exhiben magníficas intercalaciones y contratiempos, mientras que las voces  cantadas (en francés y como fresco coral) se despliegan en madrigales y  sonoridades de apoyo. El acompañamiento orquestal, fluido, sutil, expresivo, nunca  agresivo, encuadra dentro de los cánones de la música aleatoria, y aún con su  potente final, parece enderezado antes que otra cosa (con su rica percusión y  sus maderas de notas homófonas) a subrayar y comentar la trama.
      Los intérpretes
      Con alguna  excepción, todos los actores participantes asumieron sus múltiples papeles con  movimientos, gestualidad y articulación eficaces, al igual que el lote de  acróbatas y bailarines, perjudicados por una coreografía que no fue  precisamente ni funcional ni bonita, diseñada por Germán Ivancic.
      Al frente  del pulcro Ensamble de Música Contemporánea del Instituto Universitario Nacional  de Arte, que actuó divido en dos partes ubicadas a ambos costados del recinto, Santiago  Santero y Natalia Salinas se desempeñaron con esmerada precisión, al tiempo que  el grupo vocal se oyó atildado y armonioso.
      Diego  Rodríguez estuvo a cargo de la puesta, y su trabajo es digno del mayor elogio.  Dinámica, siempre sostenida a través de sus variados avatares, aceitada en  desplazamientos desenvueltos en un espacio reducido, la producción incorporó  además con singular acierto el área trasera de la sala Guastavino. Escaleras,  rellanos, y hasta vidrios en que los reflejos del proscenio interactuaron con  las figuras que estaban detrás, todo con trajes e iluminación muy ingeniosos (Alejandra  Soto, Belén Chardón y Rodrigo Alvarado), este creativo marco escénico se  convirtió sin duda en uno de los ejes angulares de la función.
      Carlos Ernesto Ure       

