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“Einstein on the Beach” en el Châtelet


PHILIP GLASS Y LA ÓPERA MINIMALISTA

Escribe: Carlos Ure

 

 

Nacido en Baltimore en 1937, Philip Glass, junto con Steve Reich y La Monte Young, es sin duda uno de los líderes de la denominada escuela minimalista. Definida por sus secuencias repetitivas, en las que células musicales de esquema simétrico se suceden de manera prolongada, con alteraciones leves, graduales y progresivas, esta corriente, de suave y agradable orientación consonante, apunta a atrapar al oyente a través de su movimiento envolvente y la superposición natural de figuras.


Compositor singularmente prolífico, siempre con sus nuevas perspectivas de despliegue melódico cíclico en espacios de tiempo no acotados, Glass escribió obras para películas y representaciones teatrales, piezas corales, sinfónicas y para solistas, canciones populares y también varias óperas.


“Einstein on the Beach”, “Satyagraha”, con texto en sánscrito, “Akhnaten” y “The Making of Representative for Planet 8”  (1985) se inscriben en este último género, junto con dos títulos de cámara: “The Juniper Tree” y “La Caída de la Casa Usher”, inspirados en los hermanos Grimm y en Edgar Allan Poe, respectivamente.


Matemáticas y música
Estrenada en el Festival de Avignon en 1976 y desarrollada en cuatro actos que deben ejecutarse sin intervalos, “Einstein on the Beach”, la más difundida de las óperas del autor estadounidense, incursiona en diversos episodios de la vida del gran físico, y debió gran parte de su fama a la puesta original de ese talentoso artista que es el texano Robert Wilson.


De difícil teatralización, “Einstein on the Beach” se está representando en estos días en la sala del Châtelet, en el marco del Festival de Otoño de París. La incógnita principal de estas funciones era como resultaría su percepción para el público de hoy, a treinta y siete años de su aparición como trabajo de “avant-garde”.
Renaud Machart, crítico de “Le Monde”, habla de “un espectáculo místico” de concepción “multimedia” y “extraordinaria belleza plástica”, y recuerda la prevención que Glass y Wilson dirigieron a los espectadores, en el sentido de que podían retirarse  libremente de la velada durante los interludios, regresando luego al recinto, tal como acontece en el teatro asiático. “Comedia-ballet del siglo XX, de efectos psicotrópicos y desintoxicantes””, “piedra de toque de la ópera contemporánea”, se trata, agrega con entusiasmo nuestro colega, de “una obra de arte total, para ser vista y re-vista sin moderación”.


Efectos hipnóticos
Por su lado, Christian Merlin destaca que quedó tan maravillado como si fuera la primera vez que veía esta ópera, a punto tal que no sintió necesidad de moverse de su asiento hasta tres horas después de iniciada la jornada (que en total duró cuatro). “La elaboración de la parte visual”, explica, “es en ella inseparable de la parte sonora”.


“Fascinante teatro ritual que siempre reserva sorpresas”, dice igualmente el crítico de “Le Figaro”, “en el que se conjugan las obsesivas estructuras armónicas y rítmicas de la música con una puesta y una coreografía que parecen responder a ecuaciones matemático-plásticas, todo ello termina por hacer perder al espectador su sentido de la orientación en el espacio y en el tiempo, situación acentuada por la falta de una intriga narrativa”.  


“La hipnosis”, concluye, “no está lejos”.


Carlos Ernesto Ure