GRATA VELADA DEDICADA A LA MÚSICA ESTADOUNIDENSE
Teatro Colón
Jueves 19 de Abril de 2014
Escribe: Carlos Ure
Siempre con la conducción del mejicano Enrique A. Diemecke, que dirigió sin batuta, sin partituras y con énfasis gestuales sobreactuados, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires brindó el jueves en el Colón su octavo concierto de abono. La velada fue dedicada por entero a la música sinfónica de los Estados Unidos, con un marcado sesgo “light”, y en su contexto global resultó agradable, colorida, lucida en articulaciones y fluidez.
      Violín solista
      En el  comienzo, la Obertura de la opereta “Candide”, de Leonard Bernstein (1973) puso  en evidencia esbeltez cromática, adecuada interacción de los volúmenes sonoros  y además de ello, una natural y ajustada emanación discursiva. La agrupación,  por lo demás, mostró precisión y calidad en todas sus filas, ataques concisos y  acabado ensamble, características que se mantuvieron, como es obvio, durante toda  la jornada.
      En el  Concierto para violín, de Samuel Barber (1941), se desempeñó como solista la  artista ítalo-norteamericana Nadja Salerno-Sonnenberg, alumna del Curtis  Institute y de la Juilliard School, quien dejando de lado su limitado caudal,  expuso impecable técnica de base y  arco  seguro y melodioso. Es cierto que abusó de los pianíssimos (inicio del segundo  movimiento) y que algunas de sus notas   se oyeron algo ácidas o afectadas por un leve vibrato. Pero también es  verdad que nuestra visitante, de sonido limpio y afinado y buena sincronización  con Diemecke, quien desplegó muy bien las líneas expresivas de la orquesta, acreditó  legato de apreciable  categoría y sedosa  zona central, así como también ardiente vehemencia y decidida actitud para la  traducción del “moto perpetuo” de esta creación por momentos inocua, en  realidad y en lo que hace a su tiempo final, un mero ejercicio de estilo sin  trascendencia mayor. 
      Copland y Gershwin
      En la  segunda sección, otra pieza de notorios altibajos, “Primavera en los  Apalaches”, de Aaron Copland (1944), con sus fragmentos de simple descripción  “pasatista” y otros pasajes de talentosa elaboración melódica y armónica, fue  objeto de una traducción de entramado delicado y climas bien logrados, aunque  con algún déficit en materia de empastes tímbricos. La versión, por momentos un  poco gruesa, se mantuvo de todos modos dentro de un arco de recta cohesión, y descolló  especialmente en sus interactivos claroscuros y correcta dinámica.
      Ya en el  cierre, la entrega de “Un americano en París”, trabajo arquetípico de George  Gershwin (1928), lució contagioso “swing”, cadencias de envolvente despliegue y  un ritmo sostenido y acariciador, ello sin perjuicio de algunos trazos un tanto  ruidosos. A lo largo del concierto, se lo debe decir, se destacaron el concertino  Pablo Saraví, de intervenciones múltiples y sonoridad aterciopelada y  elocuente, el oboísta Néstor Garrote, por su timbre dulce y redondo y su maleable  dominio del instrumento, y también el trompetista Fernando Ciancio, penetrante,  cálido, de reverberaciones acabadas, de esmaltada plenitud. 
Carlos Ernesto Ure

