En el abono estelar del teatro Colón
LANG LANG, PIANISTA DE SELLO MUY PERSONAL
Teatro Colón
Viernes 20 de Junio de 2014
Escribe: Carlos Ure
Mozart:
- Sonata Nº 5, en sol mayor, K 283 K6 189h
- Sonata Nº 4, en mi bemol mayor, K 282 K6 189g
- Sonata Nº 8, en la menor, “Parisina”, K 310 K6 300d
Chopin:
- Balada Nº 1, en sol menor, opus 23,
- Balada Nº 2, en fa mayor, opus 38
- Balada Nº 3, en la bemol mayor, opus 47
- Balada Nº 4, en fa menor, opus 52
Lang Lang, piano.
Pongamos por un lado la copiosa fama de Lang Lang, su soberbia musicalidad, su prodigiosa técnica. Nacido hace treinta y dos años en Shenyang, el pianista chino cuenta con un toque neto, pulsación de fluida ductilidad y un dominio absoluto y elocuente del teclado. Pianos y pianíssimos de exquisita calidad y una agilidad que lo lleva a desenvolverse con notable seguridad aún en los pasajes de extrema velocidad, todo ello se suma a favor de un juego de brazos de movimiento muy natural (no erró una sola nota en toda la noche, y actuó sin partituras).
      Scarlatti y Chopin
      Pero  paralelamente con ello, debe decirse que dos años después de su anterior visita  a nuestro país, en el recital que el viernes ofreció en el Colón Lang Lang  mostró criterios casi podría decirse que de soberbia subjetividad  interpretativa. 
      En efecto; la  velada comenzó con dos sonatas juveniles de Mozart (K 282 y 283), que el  artista oriental desarrolló con líneas de tan esmerada pulcritud y filigrana, que  más allá de los modelos de Haydn, parecieron entroncar con los esquemas  diáfanos y sencillos de Scarlatti. 
      Luego, al  abordar la Sonata “Parisina”, pieza que recoge el inmenso dolor  experimentado por el autor de “La Flauta  Mágica“ a raíz de la muerte de su madre, que lo había acompañado a la capital  de Francia, el fraseo  resultó si se  quiere banal, encuadrado por acentuaciones impropias y superficialidades intertextuales  configurativas de un espectro romántico cercano a Chopin, que nada tiene que  ver ni con el compositor ni con el intenso sentimiento dramático que alberga la  obra (la ejecución, dicho sea de paso, debió ser interrumpida con motivo de la  mudez de una tecla).
      Romántico, no
      Si estos  desfases estilísticos habían llamado poderosamente la atención (o no), la  segunda sección del concierto superó todas las barreras. Es que Lang Lang  tradujo las cuatro Baladas, de Chopin, con una arbitrariedad de lenguaje  decididamente poco digerible. 
      “Rallentandi”  exagerados y caprichosos, claroscuros forzados, prescindencia permanente de las  gamas sonoras intermedias y un vigor tal vez propio de Skriabin o de  Rachmaninov, produjeron en definitiva un discurso de escasa coherencia y  despliegue entrecortado, despojado de belleza, con notas de duración artificialmente  dilatada. 
      El abuso del  pedal de resonancia (derecho), contraindicado para estas Baladas, silencios y pausas  antojadizas y la elusión de un arco de plasticidad expresiva y colorística desvirtuaron  en un marco de excentricidades dinámicas el frágil y romántico mensaje  chopiniano. Por supuesto: cada artista puede  ofrecer libremente la versión que mejor le parezca de cualquier trabajo  musical. Pero ello es así siempre y cuando su enfoque no desfigure sus esencias  creativas ni rompa las vallas de una tradición académico-espiritual, acuñada a  través de las enseñanzas de tantos maestros de unas y otras épocas  (lo que termina por configurar un estilo). En  síntesis: es factible exponer el criterio que uno quiere. Lo que no se puede es  tratar de re-inventar al autor. 
      Carlos Ernesto Ure

