Fragmentos de “Tristán e Isolda” en versión de concierto, en el Colón
BARENBOIM Y UN WAGNER PLENO DE PASIÓN
Teatro Colón
Lunes 4 de Agosto de 2014
Escribe: Carlos Ure
Preludio, acto segundo y muerte de amor de “Tristán e Isolda”, de Richard Wagner.
Con Waltraud Meier, Peter Seiffert, Ekaterina Gubanova, René Pape .y Gustavo López Manzitti. Orquesta West-Eastern Divan (Daniel Barenboim).
Consecuente con su línea de presentar un Wagner acortado (no es la mejor idea), el Colón ofreció el lunes un concierto sinfónico-vocal integrado por diversas porciones de “Tristán e Isolda”. Pero lo cierto es que la función, quinta de gran abono de la temporada lírica oficial, al margen de la anulación del componente teatral alcanzó gran altura en sus aspectos musicales, tanto sea en lo que se refiere a los solistas como en lo que concierne al concertador y al organismo orquestal. Por sobre todo, un proyecto de convivencia política civilizada, la West-Eastern Divan cumplió en la ocasión una faena de compacto ajuste, homogénea, si se quiere irreprochable en la exposición de una partitura de singular complejidad, lo que resulta francamente meritorio tratándose, como en el caso, de una agrupación juvenil.
      Maestro con gran nervio
    Puede afirmarse  sin rodeos que el “alma mater” de la velada fue Daniel Barenboim. Con cierta  tendencia a los tiempos rápidos, su apasionado discurso wagneriano pareció desde  ya de una tensión inclaudicable, vital, de una elocuencia interior y exterior  electrizante. Dominador de todos los matices del “gran drama del amor y de la  muerte” (el maestro de Villa Crespo lo dirigió en muchas oportunidades,  comenzando por Bayreuth), su versión transitó por un equilibrio de planos  prácticamente perfecto, y además de acabada cuadratura dinámica, mostró una  musicalidad de alto rango, atmósferas y gradaciones sabiamente logradas y un  espectro expresivo pletórico de acentos y colores, carente por añadidura de  todo desliz técnico.
      Los cantantes
      Sabido es que  Wagner concibió esta obra maestra del arte universal en 1857, como fruto amargo  de su propia experiencia personal, de su intensa relación amorosa con Mathilde  Wensendonck, “liaison” destinada irremisiblemente a la frustración y al  fracaso. Tragedia magistral, de armonías revolucionarias, silencios profundos y  despliegues melódicos vigorosamente envolventes, “Tristán e Isolda” contó en esta  oportunidad con el concurso de un núcleo de cantantes extranjeros de reconocido  nivel internacional.
      El más destacado  del elenco fue sin duda René Pape (Marke), dueño de un registro lozano, de  excelente articulación, colocación y proyección. Con emisión notablemente  pareja (en todas las intensidades, en los distintos niveles de la tesitura y  con todas las vocales), el bajo sajón acreditó a mayor abundamiento una línea  de fluida nobleza y una suerte de austera, tocante comunicatividad.
      Por su lado, la  mezzo rusa Ekaterina Gubanova (Brangäne), Amneris en el Colón en 2010, mostró  un metal de buen caudal y color, bien redondeado y manejado, consistente, de  sólidos armónicos.
      En cuanto a la  pareja protagónica, si bien ambos artistas atraviesan ya una franja levemente  crepuscular de su carrera, cabe afirmar que Peter Seiffert (Tristán), uno de  los tenores wagnerianos más importantes de los últimos años, puso en evidencia un  fraseo de la mejor escuela, sensibilidad, voz clara y sin fisuras (quizás demasiado  nasal), aunque de cierta rigidez (ello no obstante, su trazo de “So starben wir,  um ungetrennt” fue de óptima calidad). Waltraud Meier (Isolde) no volvía a  actuar en el Colón desde 1981, cuando Enzo Valenti Ferro la contrató para “El  Oro del Rhin” y “La Walkyria”. A partir de allí desarrolló una carrera cosmopolita  de “primo cartello”. Ahora, en su tardío retorno a nuestro medio y sin  perjuicio de algunas notas un tanto forzadas en el sector superior y de cierta  disminución en la potencia, la soprano alemana (antes era mezzo) lució un canto  de depurada estética, bien armado y acomodado, tocante en sus inflexiones y en su  mensaje final (“Mild un leise wie er lächelt”). 
      Carlos Ernesto Ure  

