Del clasicismo al nacionalismo romántico
Plaza del Agua
Mar del Plata
Sábado 4 de Octubre de 2014
Esscribe: Eduardo Balestena
 Orquesta Sinfónica Municipal de Mar del Plata
      Director: Emir Saúl
    
La Orquesta Sinfónica Municipal se presentó en Plaza del Agua, dirigida por su titular, el maestro Emir Saúl. El ensayo general fue llevado a cabo en el Teatro Municipal Colón, momento en el cual fue posible apreciar las obras en el orden del programa.
    Fue  abordada en primer término la obertura de la Flauta Mágica (K. 620), bellísimo Sinsgpiel , uno de los últimos opus de Mozart (1756-1791),  estrenado en el Theater auf der Wieden el 30 de septiembre de 1791, es decir  algo más de un mes antes de la muerte del compositor. Como en sus restantes  creaciones escénicas, se trata de un trabajo elaborado, que plantea diversos climas  sonoros y se encuentra desarrollado de manera muy definida, en partes marcadas  por estos climas sonoros que le dan relieve. Lo que habitualmente tenemos en un  criterio de interpretación moderno más que el sonido mozartiano es la idea que  de ese sonido tuvo a partir del instrumental moderno. Se evidencia en el  volumen y la cualidad de sonido de la cuerda –brillante e intensa- en una  versión que tuvo sus mejores momentos en lugares como los acordes de las  maderas, o solos como el del oboe.
    Georges Bizet (1838-1875) compuso la  música de escena para el drama de Daudet, La Arlesianaen 1872, conformado por dos suites. La número 2 se encuentra  integrada por los números Pastorale; Intermezzo (Agnus Dei); Minueto y  Farandole. Belleza y dulzura melódicas destacan en una línea de permanente  invención en donde el discurso parece venir del sentido de improvisación.  Lugares como el Minueto, con el dueto de arpa y flauta marcan momentos muy  propios de una obra que destacó mayormente en este aspecto: los solos, su calidez  y desarrollo más que por la articulación general del conjunto o el trabajo  sobre el sonido –la partitura requiere timbres inusuales para la época, como en  saxofón alto.
    La suite sinfónica Sherehezade (1888) fue concebida por Rimsky Kosrsacov (1844-1908) como  una obra puramente sinfónica que sería desarrollada en cuatro partes: Preludio;  balada; adagio y finale. Liadov disuadió al compositor de esa idea en favor de  la de desarrollar los cuatro episodios que conforman la obra tal como la  conocemos: 1, El mar y el navío de Simbad; 2, La historia del Príncipe  Kalender; 3, El joven príncipe y la joven princesa; 4, el festival en Bagdad y  el barco se estrella contra una roca.
    Rimsky no se propuso escribir una historia  cerrada y episódica sino una obra que abriera la fantasía del oyente hacia un  relato oriental. El modo de concebirlo fue el de tomar elementos musicales –que  no son leimotivs, como él mismo lo  aclaró, por no tener un significado específico- que le confieren unidad y  desarrollarlos de diferentes maneras.
    No obstante, fue presentado en una en  una versión balletística con un argumento que concluía con la inmolación de la  esposa preferida del Sultán debido a la infidelidad de ella: el tutti final del  número del navío coincide con la llegada del Sultán y la inmolación de la  esposa infiel.
    No obstante, la que ha prevalecido es la  versión sinfónica con los números concebidos por el compositor con sus fuentes  musicales rusas que adscriben a la obra en el nacionalismo musical romántico.
    Musicalmente estas ideas se encuentran  expresadas por diferentes elementos: la permanente transformación de motivos  sencillos, que se expanden y encuentran su voz en distintas fuentes  instrumentales; crescendos y decrescendos que trabajan permanentemente sobre la  dinámica y que le confieren un sentido de fluidez y movilidad; el color  orquestal: elementos que pasan por distintas voces; una construcción armónica  muy elaborada, donde las voces son el resultado de aportes tímbricos, y solos  instrumentales muy bellos.
    Por momentos, como en el número inicial,  diferentes partes del motivo se superponen; lo mismo sucede en el tutti del  final, en que, pareciera que en lapsos muy breves son intercaladas distintas  alturas no sólo de los motivos expuestos sino también de sus elaboraciones. 
    De ello surge que es una obra muy  demandante: es cambiante, carece de formas pautadas que puedan servir de guía,  requiere de sutilezas tímbricas y, más que nada, de un gran ajuste, como en el  final, con esa intervención tan decisiva de instrumentos como el piccolo y las  nutridas baterías de la percusión (por mínimo que fuera, un desfasaje rompería  todo el mecanismo de precisión que es ese largo movimiento). Luego de la  introducción y hasta poco antes del final el desarrollo musical es de una  abrumadora exigencia: en justeza, en la intensidad, en la expresividad.  Secciones como la cuerda, las flautas o la percusión e instrumentos como el  piccolo o las flautas llevan a cabo pasajes extremadamente rápidos e intensos, que  deben tener exactamente la misma intensidad y la misma rapidez en cada sección,  ya que eso marca la cohesión y la continuidad de un discurso tan rico como  nutrido. El stacatto de trompetas y fagot en esos rápidos pasajes es también  otro indicador de ese grado de dificultad, máxime con entradas no claramente  indicadas o focalizada en instrumentos que no enfrentaban ese grado de problema,  con la sensación de que existieron secciones (percusión y maderas) que  estuvieron solas en momentos claves: las entradas del piccolo, las del redoble,  e indicaciones generales, cuando las hubo, en aspectos puntuales. Aun sin esa  guía fue posible escuchar una versión compacta, precisa donde los arduos  problemas del último número no fueron enfrentados al costo de un tempo más  lento.
      Detacaron especialmente Alexis Nicolet  (flauta), Julieta Blanco (piccolo), Aron Kemelmajer (violín), Gerardo Gautin  (fagot); Mario Romano (clarinete); Mariano Cañón (oboe) y la sección de  percusión. 
    

