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"Elektra" de Richard Strauss

 

Teatro Colón

Martes 4 de Noviembre de 2014

 

Escribe: Diego Montero

 

Elenco: Linda Watson, Manuela Uhl, Iris Vermillion, Enrique Folger, Hernán Iturralde y elenco
Orquesta Estable del Teatro Colón

Director: Roberto Paternostro
Iluminación, escenografía y régie: Pedro Pablo García Caffi.
Vestuario: Alejandra Espector

 

 

 

El público que asistió a la última representación de Electra de Richard Strauss en el Teatro Colón fue testigo de una sencilla y muy atinada forma de protesta de los integrantes de la Orquesta Estable. Sin prepotencias ni discursos engreídos o amenazantes, tan comunes en la actualidad, y en especial con un inusual respeto por el público presente, desde sus respectivos atriles alzaron pequeños carteles con la leyenda “SÍ A LOS SUELDOS DIGNOS”. El aplauso no se hizo esperar, seguramente como gesto de respaldo y comprensión de la difícil situación económica en que todos vivimos y también como agradecimiento por protestar sin perjudicar a los asistentes ajenos a estos problemas “políticos”.


Quedó bien claro que el director del teatro García Caffi deberá resolver el problema con celeridad y que no podrá recurrir a soluciones transitorias, como así lo hiciere al colocar una “mediasombra” de color verde que cruza toda la sala del teatro porque caen pedazos de mampostería del techo supuestamente hecho a nuevo por la gestión Renán-Telerman.

 

SOBRE LA REPRESENTACIÓN:

Es cierto que Richard Strauss estableció una orquestación que requiere más de 110 músicos para esta ópera, pero también aconsejó firmemente, y en reiteradas oportunidades, que la intensidad del sonido debe ser suave y nunca fuerte, es decir que su interés estaba en la combinación tímbrica de los instrumentos. También es cierto que vivió en uno de los momentos más convulsionados de la historia de la música por el surgimiento de la Segunda Escuela de Viena y la experimentación con nuevas formas de tratar al sonido como el dodecafonismo y otros serialismos, y que en esta ópera llevó al sistema tonal al límite de la tensión en el uso de disonancias extremas, pero también la proveyó de sonoridades amables y de colores muy gratos.


Estas consideraciones, que son parte de la personalidad de Richard Strauss, es decir de su estilo, no fueron contempladas por el director de orquesta Roberto Paternostro. Como es habitual en sus presentaciones su concentración está dirigida en mantener los tempi ágiles, briosos y constantes en desmedro de la musicalidad, elegancia y transparencia del sonido.


Quienes tuvimos la oportunidad de escuchar en esta misma sala a Ferdinad Leitner dirigiendo la misma ópera en 1987, podemos dar testimonio de la diferencia de criterios estéticos de ambos directores. Leitner enfocado en las sutilezas de las combinaciones sonoras, en la elegancia de las frases románticas y en la cristalinidad del sonido mientras que Paternostro concentrado en la marcación metronométrica. Ni siquiera tuvo en cuenta que al colocar parte de los instrumentos de percusión en el palco avant-scène se perdió el equilibrio de los planos sonoros. Paternostro engrosa la enorme lista de excelentes directores de orquesta que carecen de sentido musical.

 

La soprano Linda Watson como Electra comenzó el desarrollo de su personaje con varias deficiencias en la emisión vocal. Agudos tensos, sonoridades desparejas y un vibrato excesivo que distorsionaba la afinación, anticipaban una velada desagradable, sin embargo poco a poco su canto se afianzó y surgió la solidez y la experiencia de una soprano superlativa. Manuela Uhl como Crisotemis siguió los lineamientos de la versión orquestal y su canto fue excesivamente punzante y sonoro durante toda la representación. La mezzosoprano Iris Vermillion, única con dotes actorales, presentó una Clitemnestra equilibrada e interesante. La belleza tímbrica y la musicalidad de la voz del barítono Hernán Iturralde interpretando a Orestes fueron un verdadero remanso. Correcto el tenor Enrique Folguer es su breve intervención como Egisto al igual que el resto del elenco.

 

La propuesta escénica de Pedro Pablo García Caffi estuvo en las antípodas a la de Strauss. Mientras que el genio alemán sitúa la escena en la antigua Micenas en un patio interior del palacio real, rodeado por edificios de escasa altura en los que habitan los sirvientes y como fondo la parte posterior de dicho palacio, García Caffi usó siete gigantescos conos símiles columnas inclinadas en diverso ángulos sin ninguna significación. Tampoco fue acertada su marcación escénica ya que primó el estatismo y la falta de ideas gestuales en una obra netamente teatral, además de quitar una enorme cantidad de figurantes requeridos en el texto y que dan vida a la obra. Todos estos, desatinos inexplicables.


El vestuario diseñado por Alejandra Espector tampoco siguió las indicaciones de Strauss que viste, para dar un ejemplo, a Clitemestra de color púrpura, y a sus damas de confianza, de un color violeta oscuro una y de amarillo la otra.

 

Diego Montero