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En el ciclo “La orquesta en las iglesias”.

UNA OBRA MAESTRA

Iglesia la Viña

Salta

Martes 31 de Marzo de 2015

 

Escribe: José Maria Carrer

 

 

Réquiem en re menor K. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).

 

Belén Diaz Falú (soprano)

Mara Szachniuk (mezzo-soprano)

José Velárdez (tenor)

Sergio Wamba (bajo)

Coro de Cámara de la Universidad Católica  (director: maestro Jorge Lhez)

Estudio Coral del Instituto de Música y Danza (director: maestro Luciano Garay)

Orquesta Sinfónica de Salta. Director Maestro Jorge Lhez.

 


Desde el siglo XV se han compuesto más de medio centenar de requiems que se denominaron misa de réquiem, misa de descanso eterno, misa de difuntos de la religión católica. Los hay reflexivos, anticipadores de lo que puede haber luego de la desaparición física de alguien, etc. Muchos se han perdido en el tiempo y han quedado cuarenta y cuatro representativos de este momento inexorable en la vida del ser humano. Aquí entra a jugar otro aspecto que es la idiosincrasia de los pueblos y de los compositores y de allí se puede decir que sobran los dedos de las manos para definir a aquellos que calan hondo en el alma de los que quedan con vida. El escrito por Mozart, reúne todo lo que se puede esperar de la música en homenaje a la memoria del muerto/a. No sé exactamente desde cuando sus partes son las que constituyen una misa de réquiem aprobada por las autoridades eclesiásticas pero ellas son las siguientes: Introitus, Kyrie, Secuencia (Dies Irae - Tuba Mirum – Rex tremendae – Recordare – Confutatis – Lacrimosa), Oferturium (Domine Jesu Christe, Hostias), Sanctus, Benedictus, Agnus Dei, Communio.


Circulan varias historias relativas a la composición del Requiem de Mozart, muchas de las cuales he leído. Algunas con un importante grado de verosimilitud, otras casi hollywoodenses. De todas, al menos para mí, la esbozada por el musicólogo y crítico belga Carl de Nys es quizás, la más creíble. Sintéticamente, el Conde Walsegg zu Stuppach firmó un contrato público con Mozart para la composición de un Requiem contra el pago de una importante suma de dinero que entregó el abogado del Conde que no deseaba ser reconocido (de allí la historia del enmascarado hombre de gris) . El pago tuvo un anticipo superior al cincuenta por ciento de la cifra total. La partitura debía entregarse en original y sin copia alguna. La composición iba tomando forma pero Mozart comenzó a sentirse enfermo hasta que murió el 5 de diciembre de 1791 habiendo  llegado hasta el octavo compás de la “lacrimosa”. Su viuda, cargada de deudas, no podía devolver el anticipo recibido y recurrió a un discípulo de su marido, el músico Franz Xaver Süssmayr quien debía permanecer en el anonimato. No pudo ser. Su identidad tomó estado público pero el Conde fue un caballero. Compositor también, reconoció el  valor de lo compuesto por Mozart y terminada por su alumno por lo que pagó el saldo adeudado. Los amigos de Mozart leyeron gran parte de la obra que se estrenó oficialmente durante la misa en memoria de la esposa del Conde al primer aniversario de su prematura muerte. Se volvió a ejecutar doscientos años después, ya como parte de la solemne liturgia, en la Catedral de San Esteban de Viena el 5 de diciembre de 1956, luego de intensas discusiones por parte de los que sostenían el carácter masónico, pre-romántico y extensión de la obra contra los que estaban a su favor atento a las virtudes del mensaje musical.


Decía Leonard Bernstein que, en música, hay ocho maneras de expresar tristeza. Conozco varias pero no sé si el número del notable director, pianista y compositor norteamericano es el adecuado. De todas formas, el inicio de este réquiem debe ser una de ellas. Es un inicio conmovedor a cargo del coro que suplica eterno descanso y que el alma del muerto/a sea iluminada a perpetuidad. De pronto Mozart expresa el Kyrie en una fenomenal fuga que pide piedad al Señor. A su fin comienza una larga secuencia que se abre con el temor de rendir cuenta por lo que hicimos en vida. Es un momento de furia salvaje, el Dies Irae, hasta que llega la terrible trompeta y con ella la poderosa voz de Sergio Wamba, el joven bajo del cuarteto local que inicia un maravilloso entretejido del cuarteto exquisitamente afinado, con Belén Diaz Falú, una dulce soprano, la notable mezzo Mara Szachniuk y el buen tenor que es José Velárdez. Un macizo acorde del coro ruega con potencia por la salvación de las almas y a partir de allí, el cuarteto tiene su sección más melodiosa, hasta que arriba la doliente y expresiva Lacrimosa que representa el final de la creación mozartiana. A partir de ese momento, la composición es del nombrado Süssmayr que con acierto intenta y logra escribir música que da la sensación fue escrita por su maestro.


Pasaron trece años desde la última vez que este Requiem se hace en nuestra ciudad. Justo en los días previos a las recordaciones de Semana Santa y el director Jorge Lhez imprimió con maestría el dolor de la muerte, plena de matices, sólida y atenta dirección de orquesta, otra vez excelente en la ejecución de sus diferentes rangos dinámicos y un deliberado y oscuro colorido, los dos coros, muy bien preparados por Luciano Garay, exhibieron unidos, más allá de sus volúmenes contrastantes, una enorme fuerza comunicativa y un cuarteto de voces nuevas que transitan el camino de la artística manifestación vocal. No había escuchado antes a Belén Diaz Falú pero dejó la impronta de su delicadeza y conocimiento profundo del texto, Mara Szachniuk con su imbatible afinación y seguridad, José Velárdez valioso cobertor de su tesitura y Sergio Wamba, una fulgente figura que promete espléndido futuro.


La Viña es una hermosa iglesia. Sus bancos ocupados todos y sus pasillos conteniendo una muchedumbre. Es un buen lugar de conciertos, sobre todo por el aporte del padre Francisco Núñez y sus ayudantes pero hay que pensar en algo que mejore la acústica, justo en el crucero debajo de la bóveda central. A pesar de ello, el sentimiento de infinita pena, de desesperante agotamiento o la melodía inquietante en algunos de sus pasajes, conforman en conjunto una obra que transmite el carácter de una implorante plegaria.