La Orquesta Sinfónica Nacional con el maestro Francisco Rettig
Ballena Azul
Viernes 25 de Septiembre de 2015
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta Sinfónica Nacional
      Director: Francisco Rettig
    
El destacado maestro Francisco Rettig dirigió a la Orquesta Sinfónica Nacional en su sede, la excelente sala de conciertos La ballena azul.
    La Suite La noche de los mayas, de Silvestre Revueltas  (1899-1940) fue interpretada en la primera parte. Inicialmente concebida para  un filme en 1939 fue recopilada posteriormente, convirtiéndose en la obra más  difundida del gran compositor mexicano. Consta de cuatro movimientos: Noche de  los mayas  (poco sostenuto); Noche de jaranas (scherzo), Noche de Yucatán (andante  expresivo) y noche de encantamiento (tema  y variaciones) que desarrollan una diversidad de elementos y requiere un  gran dispositivo orquestal. Luego del comienzo en la percusión la cuerda  plantea un bello motivo desarrollado de diversos modos, con cambios tonales, en  un tejido que elude la resolución y que discurre en líneas siempre inesperadas,  en lo que parecen modos antiguos. El uso de la paleta orquestal es magistral:  polifonías entre las distintas secciones y los instrumentos de una sección,  como los clarinetes. El scherzo es desarrollado en un ritmo danzante, un bello  y vibrante tema enriquecido por las distintas secciones, particularmente la  percusión en un manejo orquestal muy refinado. Uno de los lugares más bellos es  el andante expresivo: ante un pianissimo de la cuerda discurre un tema en el clarinete y más tarde un bellísimo solo de  flauta en un ritmo diferente que obra como centro de atracción y del cual la  cuerda toma elementos. Otro lugar de gran originalidad es el tema con  variaciones desarrollado en una parte en la percusión: sobre el ostinato de una parte de la sección se  produce el desarrollo de una diversidad rítmica y  tímbrica en una extensa disposición que  incluye redoble, tambores de distintos registros y una variada cantidad de  elementos percusivos en una orquesta que mostró no sólo las cualidades de  precisión y expresividad que requiere esta exigente obra sino también una gran  calidad de sonido.
      Destacaron especialmente Patricia Da  Dalt (flauta); Daniel Kerlleñevich (clarinete); la línea de metales  y la nutrida sección de percusión.
    La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky (1882-1971)  abarcó la segunda parte. Una de las “tres o cuatro obras verdaderamente  revolucionarias en la historia de la música”, como la calificó el maestro  Horacio Lanci en su análisis (Un viaje al  interior de la música) es una suerte de “asteroide lanzado al  espacio a velocidad vertiginosa” y constituye  el nacimiento musical del siglo XX, que estableció una ruptura con el  romanticismo tardío y su estética (armonía, melodía) postulando la idea de la  música absoluta, objetiva, destinada a no representar nada sino a centrarse en  el propio hecho musical.
    Sumamente compleja en su interpretación,  dada la diversidad rítmica; lo extremo de los registros de los instrumentos; el  modo en que actúan y la velocidad e intensidad de muchos de sus pasajes, donde  varias intervenciones deben confluir “sin red” porque no admite un  desplazamiento ni de una fracción de segundo, todo ello habla a las claras del  nivel de la Orquesta Sinfónica  Nacional y de su preparación para un opus tan particular, extremo, irrepetible  y caro a los amantes de la música. Ello aplica a todo el conjunto pero es  especialmente evidente en el manejo de la sección de la percusión: son tantas  las intervenciones instrumentales en rítmicas distintas y en fragmentos  complejos que  el director debe indicar  para mantener el armado de la obra que la percusión entraba en muchas  oportunidades tomando referencias –que duran fracciones de segundo- de otros  instrumentos antes que indicaciones directas (ello habla de la preparación  previa). No son pasajes comunes, particularmente al final la batería principal  de timbales, de las dos que emplea la obra, lleva a cabo una intervención  intensa, intrincada y referencial para el conjunto en la cual un error sería  “fatal”. Algo parecido puede decirse del gong y del bombo.
      Una  experiencia abarcadora
    No se trata de un concierto más. Se  trata de una experiencia, la de estar frente una obra única: por la complejidad;  importancia; belleza y dificultad. 
    Pero ¿en qué consisten sus  características primordiales?: Ya el comienzo, en un registro desusado por lo  agudo en el fagot y lo que viene inmediatamente después son un anticipo de las  innovaciones rítmicas, armónicas y tímbricas: se trata de un tema en modo  hipodórico, tomado de un motivo antiguo lituano: una célula que va y viene a  partir de la nota la, en la tonalidad de la mayor, inmediatamente después se  introduce un corno en la menor, con un do sostenido y en el cuarto compás el  clarinete piccolo, con tónica en si menor y el resto de la sección en do  sostenido: el choque de tonalidades produce intriga, desconcierto y un estado  de indefinición tonal.
    El tratamiento rítmico no se agota en  los bruscos cambios de métrica sino abarca polirritmias melódicas: sustraer o  agregar un valor a una frase al ser repetida; o desarrollar las intervenciones  de las secciones en El círculo misterioso  de las adolescentes  con un ostinato  en los cellos y una polirritmia melódica en las violas, de modo que los acentos  caen siempre en lugares distintos.
    Como si todo ello fuera poco, el impacto  más evidente es el de la intensidad, clara demostración del “enorme poder de  los sonidos” (como señala el maestro Lanci), los registros desusados (por  ejemplo la cuerda en Los augurios  primaverales) y el modo en que intervienen los instrumentos: melodía casi  inexistente, acentos en lugares inesperados en una orquesta de grandes  dimensiones donde los instrumentos no se encuentran doblados por motivos de  volumen sonoro. En este paisaje de “salvaje refinamiento” (se trata de una  sensación de primitivismo hecha en base al manejo extremadamente virtuoso de la  paleta orquestal), siempre cambiante y sorprendente, hay secciones que sirven  de soporte: los clarinetes bajos; los 8 cornos; el piccolo e, indudablemente,  las baterías de la percusión.
    El manejo que hubo de esta obra, el  tempo que permite desarrollarla de la manera compacta que lo exige, con el  desafío consiguiente por ejemplo de esos rapidísimos pasajes de la cuerda en Rondas primaverales, el desempeño parejo  de todas las secciones, la fluidez de una cuerda cuyo papel es tan diferente al  de otras estéticas; el armado general; la intensidad, nos hablan de la  preparación y del nivel de la Orquesta   Sinfónica Nacional, así como del trabajo del reconocido maestro  Francisco Rettig (actual director de la Orquesta Sinfónica  de Medellín), muy preciso en la marcación de estos ritmos siempre cambiantes, donde  conviven y chocan elementos muy diferentes, como en Cortejo del Sabio- Adoración de la tierra  nos hablan de su manejo de la obra.
    Destacaron especialmente Ernesto Imsand  (fagot); Daniel Kerllñevich (clarinete); Sandra   Acquaviva (piccolo); las maderas (flautas, oboes, clarinetes bajos); la  solista de corno inglés; Mario Tenreyro (corno), así como el resto de la  sección de cornos; Edgardo Hermenegildo Romero (trompeta) la línea de metales y  muy especialmente  la de percusión con  Marcos Serrano como solista.
      La   Consagración  de la Primavera  es un “inmenso bajorrelieve” que rompe con algo e instaura algo y no puede ser  presentada de otra manera que la excelencia instrumental, porque lo exige todo. 
    
Eduardo Balestena
    http://www.d944musicasinfonica.blogspot.com

