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Con Barenboim y la Orquesta “West Eastern Divan”


JONAS KAUFMANN EN BUENOS AIRES

Teatro Colón

Sábado 6 de Agosto de 2016

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure


Wagner: Preludio al acto tercero de “Los Maestros Cantores de Nürenberg”, Canto a la Primavera de “La Walkyria” y “Träume”, de “Wesendonck Lieder”

Mahler: “Lieder eines fahrenden Gesellen”;

Mozart: Sinfonía Nº 41, en do mayor, K 551, “Júpiter”.

 

Jonas Kaufmann, tenor

Orquesta “West Eastern Divan” (Daniel Barenboim).

 


El debut en nuestro medio de Jonas Kaufmann, para muchos el mejor tenor del mundo en la actualidad, constituyó un verdadero acontecimiento, el sábado, en el Colón. Dueño de una figura gentil y cualidades espontáneas de sobriedad y simpatía, el cantante bávaro convalidó ampliamente los laureles de los que venía precedido (la Scala, el Metropolitan, la Ópera de París y la del Estado de Viena, el Covent Garden, Chicago, Bayreuth, Salzburgo), y ello fue por cierto bajo una doble vertiente: por un lado, en los aspectos meramente vocales, y por otro, en los costados interpretativos.


Registro sobresaliente
Con el concurso de Daniel Barenboim y la “West Eastern Divan Orchestra”, la sesión había comenzado con una versión del doloroso, inasible Preludio al tercer acto de “Los Maestros Cantores”, desde ya transparente pero necesitada de mayor profundidad emocional, y concluyó con la Sinfonía “Júpiter”, de Mozart, ya incluida en el concierto del 24 de Julio, cuya crítica “La Prensa” publicó opor-tunamente.


Nacido en Munich en Julio de 1969, Kaufmann abordó inicialmente las tan poéticas y melancólicas “Canciones de un Caminante” (“Lieder eines fahrenden Gesellen”), exquisito ciclo para voz y orquesta que Gustav Mahler compuso con letra propia y versos de “Des Knaben Wunderhorn” (“El Cuerno Mágico del Muchacho”), antología popular alemana que arranca en la edad media, recopilada a través de la tradición oral por Clemens Brentano y Achim von Arnim.


En su transcurso nuestro visitante mostró registro absolutamente terso y homogéneo a lo largo de toda la tesitura (bien consistente aún en la zona grave), gallardía en el pasaje alto y una emisión de sorprendente naturalidad, como si todas las notas, aún las más arduas fueran vertidas sin mayor esfuerzo. Su técnica, reestructurada por el barítono Michael Rhodes, pareció desde luego sobresaliente, al igual que su facilidad para pianíssimos y medias voces de impecable entereza (aún en el sector agudo), y un timbre recio cuando hizo falta (“Ich hab'ein glühend Messer”).


A esto deben añadirse rasgos superlativos en materia expresiva. Con manejo plásticamente dúctil en las gradaciones, Kaufmann desmenuzó virtualmente cada sílaba y cada silencio de su hiper-romántico cancionero con pasión casi siempre serena y una sensibilidad comunicativa verdaderamente superior.


El arte del color
Cuando todos los escollos prácticos quedan atrás, y a favor de un órgano maleable “a piacere”, los grandes cantantes (muy pocos) otorgan a su alma vocal coloraciones o tonalidades diferentes al servicio de una intencionalidad expresiva. Kaufmann lo hizo, y su paleta, de variaciones sutiles y bellísimas, exhibió en definitiva un arco cromático de magnífica, delicada elocuencia.


Aclamado por una sala repleta, alumno de Hans Hotter y James King, el artista alemán se vio obligado a hacer dos bises. El Canto a la Primavera, de “La Walkyria” (“Winterstürme wichen dem Wonnemond”) lo mostró espléndido en la vibración del pasaje, la amplitud del caudal, y la potente elo-cuencia del lenguaje; acompañado sólo en piano por Barenboim, el exquisito “Träume” (estudio para “Tristán e Isolda”), última página de las Canciones para Mathilde Wesendonck, lució finalmente radiante, contenida hermosura.


Calificación: excelente
Carlos Ernesto Ure