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Con Arturo Diemecke, en el ciclo de la Filarmónica

 

ESPLÉNDIDA VERSIÓN DE LA NOVENA DE MAHLER

 

Teatro Colón

Jueves 20 de Julio de 2017

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Mahler: Sinfonía Nº 9, en re mayor.

Orquesta Filarmónica de Buenos Aires (Enrique Arturo Diemecke).


El autor, la obra, el director, la orquesta: todos se conjugaron para producir una velada palpitante y de alta calidad. En el décimo concierto de su temporada de abono, la Filarmónica, con la batuta de su titular, Arturo Diemecke, ejecutó el jueves en el Colón la Novena de Gustav Mahler, y la sesión, por completo apartada de los cánones rutinarios, reveló una jerarquía desde todo punto de vista infrecuente en nuestras habituales

jornadas sinfónicas.


El universo en notas

En una línea de inmediata continuidad con “La Canción de la Tierra”, según se lo ha querido ver, y con cerca de una hora y media de duración, la trascendente creación mahleriana, más allá de sus estructuras, apunta a encerrar en su rico espectro sonoro el alfa y omega de nuestras propia vidas, del envolvente universo, del ser y dejar de ser. Obra de amor, de armonía, de dolor, su médula alterna con lenguaje de originalísima factura entre el apego enfervorizado a la existencia y el presentimiento de su inexorable fin, ya cercano en el caso del gran compositor austríaco. No son conceptos menores.


Lo primero que debe decirse en orden a la función que nos ocupa, es que la agrupación, desde ya una de las más destacadas del país, tuvo un rendimiento sumamente positivo, de excelente complexión en todas sus filas, entre las que sobresalió la redonda tersura de los violines. Parejas, bien ensambladas en el abordaje de unos pentagramas de tan extrema complejidad debido a sus contratiempos, diseños polifónicos, endiablados contrapuntos e interacciones orquestales tan difíciles, sus diversas familias se desempeñaron con similar categoría, ello sin perjuicio de mencionar por su meritoria labor al clarinetista Mariano Rey y el trompetista Fernando Ciancio, el oboísta Néstor Garrote y el flautista Claudio Barile, así como también al fagotista Gabriel La Rocca, la violista Kristine Bara y el concertino Pablo Saraví, de tocante lirismo y firmeza en una de sus mejores noches.


Ni batuta ni partitura
El conductor mejicano, que se manejó sin batuta y sin partitura, dio muestras a su vez de una notable musicalidad. En el célebre “andante commodo” (según Alban Berg, lo más extraordinario que escribió Mahler), el discurso se oyó fluido, el balance e interacción de planos estuvieron muy bien tramados y los contrastes fueron delineados con paso suave y natural.


Los valses del “ländler” además de levedad e impecables acentuaciones, exhibieron tocantes giros expresionistas y acabada dialéctica. En lo que hace al tercer movimiento, evaluado erróneamente con puntos menores por muchos musicólogos, cabe apuntar que se trata en realidad de un episodio de formidable, si se quiere alucinada elocuencia en su “ocultamiento de la desesperación”, que Diemecke llevó con intenso fraseo y una dinámica vivaz y apasionada.


En cuanto al “adagio” y su lenta agonía hacia la ingravidez del reposo final, a nuestro juicio la página más excelsa de este magno trabajo, siempre con certero ajuste global, la vehemente expresividad del director, la espléndida resonancia del conjunto y los amplios desarrollos melódicos, atrapantes en su profunda densidad, consiguieron portar la sesión a cumbres espirituales de tocante belleza y serena, muy serena melancolía.


Calificación: excelente

 

Carlos Ernesto Ure