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Una versión destacada

 

Teatro Colón

Martes 25 de Agosto de 2017

 

Escribe: Diego Montero

 

 

 

          Quien se acerca mínimamente al estudio del arte de la pintura inmediatamente toma contacto, entre otras cosas, con la existencia de una clasificación en “géneros pictóricos”. A muy grandes rasgos, se pueden establecer conjuntos y subconjuntos de obras de arte.Desde un primer grupo de obras que representan hechos históricos, un conjunto de pinturas con el tema de paisajes, otro de retratos, naturalezas muertas y varios géneros más existentes.Pero más allá de esta clasificación, existe una jerarquía en la temática de las obras.
          Para ser gráficos:
          Podemos fácilmente establecer categoríascomparando una pintura de un corcel, una pintura de una piedra y una pintura de un inodoro. Todos estaremos de acuerdo en que el cuadro del inodoro no puede tener mayor valor artístico que el del caballo.¡Ni hablar si uno de los cuadros representase a la Virgen María!

 

          Ahora imaginemos a un eximo pintor. A un hombre que reuniera todas las virtudes técnicas de los más grandes maestros de la historia de la pintura. A un superhombre imaginario que poseyera la más depurada y perfecta pericia en el dominio del pincel, de las formas, los colores, las texturas y el dibujo. Si ese semidiós de la pinturafueseel autor de los tres cuadros planteados anteriormente, es evidente que desde el punto de vista técnico no se podría establecer ninguna jerarquía entre ellos pues todos serían técnicamente perfectos.
           Esto nos permite observar que no siempre es el aspecto técnico volcado en la creación de una obra, el responsable del valor artístico de dicha creación.

 

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Cuando la cantidad vaen desmedro de la calidad:

          En la ópera “Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny”con música de KurtWeill y libreto en alemán de Bertolt Brecht, no se pueden enumerar la cantidad de ideas literarias que la obra posee. Desde la codicia por el dinero; la búsqueda y anhelo de un paraíso de placeres; la valoración de la amistad; el tedio y el hastío en y por las miserias; el pánico a la destrucción, etc, etc. Son incontables las ideas literarias que se suceden de manera vertiginosa.
          Y justamente consideramos que la debilidad de esta ópera está en la falta de desarrollo de esas ideas.De hecho la única temáticas literaria mayormente tratada,es la parodia del “juicio justo” que se le realiza a JimMahoneysobre casi el final de la obra y que no tiene nada de novedosa.
          Todos sabemos que la justicia en manos de los hombres es, fue y será arbitraria. Ejemplos de esto sobran: Sócrates, Jesucristo y en la actualidad la Argentina vive esa bochornosa parodia, prueba todo esto, que no se puede sostener que dichas ideas sean una crítica “a la época” de los autores, porque son críticas universales.
          Pero entre todas esas ideas, hay una que nos resulta especialmente importante y que muestra la debilidad literaria de Bertolt Brecht por su falta de desarrollo. Ante el pánico que suscita la llegada de un destructivo huracán, el único que “saca provecho” de esa circunstancia es JimMahoney que, aburrido de los placeres (temática esta que le permite observar a Santo Tomás de Aquino que la pereza es la madre de todos los vicios), se identifica con el huracán y se propone imitar su poder destructor. Esta idea, que no es otra que la vieja pretensión del hombre de ser como Dios, solo ocupa dos minutos del final del segundo acto.
          La música de KurtWeill se adapta magistralmente a la vertiginosa catarata de ideas literarias de Bertolt Brecht.
Cambios rítmicos permanentes, complejase inesperadas variaciones armónicas sobre la base de múltiples esquemas musicales que van desde el foxtrot, charlestón y blues hasta el tango, la fuga y el canto gregoriano pasando por citas a Wagner y Weber.Una verdadera enciclopedia musical viviente.
          Sin embargo las creaciones melódicas de KurtWeill no son su fuerte. Un pequeño ramillete de gratas canciones de corte popular que solo quiebran levemente el general carácter vertiginoso de la obra.

 

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          La producción montada en el Teatro Colón de Buenos Aires contó con un muy buen equipo de artistas. El aspecto musical a cargo del director de orquesta británico David Syrus fue formidable. La Orquesta Estable respondió con destreza a las exigencias del director que presentó una versión musical clara y trasparente, sin sonoridades agresivas y gruesas. Siempre prolijo y preciso.
          El cuerpo de cantantes fue muy bueno. Todos ellos mostraron condiciones vocales y actorales acordes a la vitalidad requerida en la obra, destacándose el tenor NicolaiSchukoff por su solidez vocal para encarar el rol más extenso y extenuante.
          Así mismo la mezzosoprano Iris Vermillion y la soprano Nicola Beller Carbone captaron perfectamente los diferentes temperamentos de sus personajes;la primera avasallante y dominante,y la segunda seductora y decidida. El tenor Pedro Espinosa dio vida al delincuente Fatty yel barítono Hernán Iturralde, en una nueva muestra de ductilidad artística y profesionalismo, a Moses y al periodista. El tenor Gonzalo Araya, el barítono Luciano Gara yel bajo Iván García aportaron solvencia para representar a Jack, Bill y Joe respectivamente. Muy bueno fue también el aporte del Coro Estable bajo la dirección de Miguel Martínez.

 

          El aspecto visual estuvo a cargo del director de escena argentino Marcelo Lombardero quien estuvo respaldado por Diego Siliano (escenografía), Luciana Gutman (vestuario) y José Luis Fiorruccio (iluminación).
           No recordamos una presentación visual de semejante magnitud. Todos y cada uno de los innumerables cambios rítmicos que la obra posee, fueron aprovechados de manera magistral en el desarrollo de la acción teatral. Tal fue el dinamismo obtenido por semejantes cambios, el cuidado en los detalles para no herir la sensibilidad del público y de los artistas tratándose de temas tan escabrosos (con excepción de la escatológica muerte de Jack), y la calidad insuperable del equipamiento tecnológico utilizado, que le dieron a la obra una continuidad cinematográfica jamás vista en los últimos 40 años.

 

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          Como analizamos al inicio de este comentario, no siempre las obras técnicamente bien hechas, tienen valor artístico. Basar una obra literaria-musical en ideas que ponen al espectador frente a su detritus, a la basura e inmundicia, a la decadencia de una sociedad profana, y que revuelve permanente y únicamente los vicios y miserias del hombre, se asemeja a aquel cuadro del inodoro. Desde el punto de vista formal la obra de KurtWeil es inobjetable y perfecta, pero su valor artístico es pobre porque carece de belleza;y no es está de más recordar que la belleza es el esplendor del amor.