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UN MAHLER INFINITAMENTE EMOCIONAL

 


Teatro Provincial de Salta

Viernes 27 de octubre de 2017. 

 

Escribe: José Mario Carrer

Orquesta Sinfónica de Salta.

Director Maestro Jorge Lhez.

Sinfonía nº 9 en re mayor (*) de Gustav Mahler (1860-1911).

 

Aforo 90%. (*) Estreno en Salta.


Finalizaba la primera década del siglo XX y el mundo occidental comenzaba a vivir, en los aspectos culturales y filosóficos, la terminación de lo que se dio en llamar el “romanticismo” cuyas características se mezclaban con el nacimiento de la época contemporánea. En lo musical, uno de los más famosos artistas de esos años fue el austríaco Gustav Mahler, compositor revolucionario de su tiempo y estupendo director orquestal al punto que muchos estudiosos del tema dicen que la fantástica Orquesta Filarmónica de Viena, afirma su personalidad y adquiere su poderosa sonoridad justamente con Mahler en el podio, algunos años antes de la construcción de la Novena Sinfonía escuchada esta noche. Escrita entre los años 1908-1909, en su casa de El Tirol, donde ya no tenía su estudio de composición como los tuvo a las márgenes de los lagos Attersee o Wörthersee, Mahler sabía que estaba enfermo y que su endocarditis bacteriana, antes del descubrimiento de los antibióticos, conducía en poco tiempo a la muerte.


La Novena es una obra de despedida cuyo mundo contiene un mundo. Se oye repetidamente un breve tema de la sonata “Los Adioses” de Beethoven. Se está despidiendo del campesinado austríaco que amaba y que comenzaba a sufrir el ánimo violento del inicio del siglo XX. Es la despedida del romanticismo. Es el adiós a la tradición sinfónica desde que los que vinieron  luego no superaron este edificio sonoro; es un adiós que mezcla la amargura (primer movimiento), la nostalgia (segundo movimiento), la protesta (tercer movimiento) del tormento que le significaba saber que Alma, su mujer, estaba enamorada de otro hombre. Finalmente es el adiós a la vida (cuarto movimiento) que él sentía se le escapaba entre sus dedos. Solo conociendo estos detalles, sobre todo el último, es posible comprender el amplio y comprensivo “adagio”, intenso, apasionado, extremadamente bello, como aceptando su propia muerte, con resignación pero también con íntima serenidad. Y cuando lentamente se extingue, en los primeros y segundo violines, con una breve y reiterada frase en las violas, que se va perdiendo en el infinito y maravilloso “pianisimo” hasta el final, recién allí los presentes se sintieron invadidos, me incluyo, en un profundo sentimiento de conmovedora ternura.


Mahler compositor estuvo olvidado mucho tiempo. Murió en 1911 y recién cincuenta y seis años después, en 1967, el laureado director de la Orquesta Filarmónica de Nueva York, el carismático Leonard Bernstein dijo: “Su tiempo ha llegado, solo después de holocaustos mundiales, del avance de las democracias, de nuestra impotencia por evitar las guerras, de la magnificación de los nacionalismos hitlerianos, de la intensiva resistencia a la utópica igualdad social de los comunismos; solo después de haber experimentado esto, los vapores de Auschwitz, las junglas de Corea o Vietnam, los conflictos de Hungría o de Suez, el asesinato de Dallas, el macartismo, solo después de todas estas tragedias podemos finalmente escuchar la música de Mahler y darnos cuenta que él ya lo había soñado”.


La orquesta dio uno de los mejores conciertos del año. La compenetración de sus integrantes con los significados de la partitura fue ejemplar. Los solos de Elenko Tabakov (trompa), Viktor Muradov (violin concertino), Andriy Chornyy (vilonchelo), Cecilia Borzone (piccolo), Tetyana Lárina (viola) y Santiago Clemenz (flauta) fueron de alto vuelo. Las diferentes secciones mostraron un elogiable trabajo previo que transformó a la orquesta en un instrumento de enorme precisión y musicalidad.


Finalmente el maestro Jorge Lhez. Si no fueran los impecables conciertos que dirigió en estos años podríamos hablar de un notable conductor como lo dije muchas veces. Pero lo de anoche fue realmente consagratorio. Fue el intérprete que previamente descubrió qué y cómo debía comunicar el texto o sea la partitura de una obra monumental al destinatario. Como ejemplifica mi amigo, el maestro Guillermo Scarabino, no todos los médicos del mundo reciben el Nobel de Medicina. No todos los directores, algunos bastante buenos, llegan al reconocimiento superior. La inteligencia de descubrir no solo el sonido de una o varias notas es suficiente, sino que ello sirve para encontrar la profundidad del lenguaje escasamente marcado en el pentagrama. Sin duda hay una tradición detrás de cada obra, pero en general si nos atenemos a lo verdaderamente escrito, muchas casi diría que son “ad libitum”. Y entonces aparece lo que se trae de nacimiento o se aprende con voluntad de hierro y solo entonces la obra entra en la categoría de arte musical. El maestro Lhez nos trajo gesto noble, exacto, un concepto acabado del mensaje mahleriano. Su saludo extenso al público, su felicitación a algunos integrantes, su húmeda mirada emocionada hablaron de su íntima satisfacción, de su propio reconocimiento, de la alegría interior por la belleza del arte bien hecho. Seguramente será recordado largamente por su labor pero fundamentalmente por su versión del movimiento final en el cual la exigencia interpretativa agigantó su entrega.