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En el Colón, en el centenario de la muerte de Debussy

BELLA PUESTA DE “PELLÉAS ET MÉLISANDE”

 

Teatro Colón, función de gran abono

Viernes 31 de agosto de 2018.

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Pelléas et Mélisande, ópera en cinco actos.
Música y libreto: Claude Debussy (basada en la obra homónima de Maurice Maeterlink).
Dirección musical: Enrique Arturo Diemecke
Elenco: Mélisande, Verónica Cangemi (soprano); Pélleas, Giuseppe Filianoti (tenor); Golaud, David Maze (barítono); Arkel, Lucas Debevec Mayer (bajo); Geneviéve, Adriana Mastrángelo (mezzosoprano); con Marianella Nervi Fadot, Alejo Laclau y Cristian de Marco.
Orquesta y Coro Estables del Teatro Colón; director del coro, maestro Miguel Martínez.
Idea y dirección original: Gustavo Tambascio.
Dirección de escena: Susana Gómez.
Escenografía: Nicolás Boni.
Iluminación: José Luís Fioruccio.
Vestuario: Jesús Díaz.

 


 

En conmemoración del centenario de la muerte de Claude Debussy, el Colón ofreció el viernes una nueva producción de “Pelléas et Mélisande”, en quinta función de gran abono de la temporada lírica oficial. La oportunidad es propicia entonces para encuadrar la única ópera del ilustre músico francés, explicando que Verdi compuso “Rigoletto”, “Il Trovatore” y “La Traviata”, las tres en el lapso de dos años (1851-1853), mientras que Debussy, con dificultades y variadas revisiones, tardó nueve (1893-1902) en concluir definitivamente su trabajo, basado en el texto original de Maurice Maeterlinck.

 

Nadie puede negar la magnífica categoría de la producción sinfónica y camarística del autor de “La damoiselle élue”. Pero lo cierto es que a esta altura, con sus cadencias adormecedoramente impresionistas, despojadas de tensión y de nervio, sus desarrollos de superlativa lentitud, recitativos largos y sin brillo y vagarosos colores armónicos, “Pelléas”, obra extensa, resulta antes que otra cosa mero exponente histórico de una estética incuestionablemente original, que no tuvo precursores ni alcanzó a tener continuadores (muchos espectadores fueron abandonando el recinto durante el transcurso de la representación).

 

El marco visual

Adelantemos desde ya que el factor más significativo de esta re-edición fue su puesta en escena.

La iluminación, a cargo de José Luis Fiorruccio, exhibió más de un desacople, y el vestuario, creado por Jesús Ruiz se orientó curiosamente a la sugerencia de rasgos no demasiado claros para todos. Pero paralelamente con ello, la escenografía, diseñada por el rosarino Nicolás Boni, pareció decididamente sobresaliente por su riqueza de invenciones, el refinamiento de los cuadros, su talento creativo.

 

Director técnico del Municipal, de San Pablo, y con importantes compromisos futuros, el trabajo de nuestro compatriota fue siempre fino y armonioso en los diseños y lució ingeniosa plasticidad en el boceto de cada escena, sus formas, colores, proyecciones, lo que permite augurarle una interesante carrera en lo sucesivo (la acción de la torre del castillo, desde la cual la protagonista despliega su hermosa cabellera, fue resuelta con notable singularidad).

 

La “régie” de la asturiana Susana Gómez pareció asimismo de primer nivel. Aplicada en la marcación al milímetro de los personajes, sus ademanes, gestos y movimientos, la directora de Oviedo siguió un sendero por completo apartado del “regietheater”, y procuró en cambio ser fiel, con clase, al simbolismo (hoy trasnochado) de Maeterlinck y la concepción si se quiere decadentista y larvada de Debussy.

 

Verónica Cangemi

Al frente de la Orquesta de la casa, no exenta de alguna leve falla, Arturo Diemecke, quien concertó llamativamente sin batuta, se manejó con honorable pulcritud, al igual que el Coro Estable, preparado por su titular, el maestro Miguel Fabián Martínez.

 

En cuanto al cuadro de cantantes, debe decirse que todos ellos se condujeron con finura y apropiado estilo, comenzando por la niña Marianella Nervi Fadol (Yniold, papel complicado) y la mezzo Adriana Mastrangelo (Geneviève), quien acreditó depurada línea. Lucas Debevec Mayer (Arkel), el estadounidense David Maze (Golaud) y el tenor calabrés Giuseppe Filianoti (Pelléas), discípulo de Kraus y especialista en repertorio francés, cumplieron también, por su lado, con esmerada corrección.

 

Pero la figura más importante de la noche fue sin duda Verónica Cangemi (Mélisande). Dueña de recursos actorales y dramáticos de significativa hondura, la soprano mendocina, de relevante labor en escenarios internacionales, realizó una magnífica composición de su personaje, visual y teatralmente plena, intensa en sus meandros psicológicos. Cabe añadir a ello un metal amplio y redondo, de buena proyección y cromatismo, para configurar una labor que fue realmente de primera magnitud.

 

Calificación: bueno

Carlos Ernesto Ure