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La Filarmónica de Dresde en el ciclo del Mozarteum

 

UN VELADA CON ALTIBAJOS

 

Teatro Colón

Sábado 8 de Septiembre de 2018

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

 

Strasnoy: The End, de “Sum”

Mozart: Concierto N° 20, para piano y orquesta, en re menor, K 466

Bruckner: Sinfonía N° 3, en re menor, A 94, “Wagner-Symphonie”.

 

Herbert Schuch, piano

Orquesta Filarmónica de Dresde (Michael Sanderling).

 

 

No fue muy afortunada esta nueva presentación de la Filarmónica de Dresde, que tocó el sábado, en el Colón, en sexta función de abono del Mozarteum Argentino. Un director que pareció de menor nivel que sus dirigidos, un pianista de ideas contrapuestas y un repertorio seleccionado con poco criterio fueron todos factores que confluyeron para que la jornada transcurriera, verdaderamente, en un marco de descolorida intrascendencia.

 

Mozart, no

La sesión se inició con “The End”, obra de Oscar Strasnoy ofrecida en carácter de estreno continental, que a lo largo de sus casi diez minutos de duración exhibió una suerte de melodía de acordes quejumbrosos, abruptos, onomatopéyicos, de escaso interés, y prosiguió con el Concierto N° 20 para piano y orquesta, de Mozart.

 

Con un orgánico integrado por demasiadas cuerdas, Michael Sanderling encaró este trabajo de timbres y discurso esmaltados con un grosor epidérmico, alejado de cualquier articulación refinada, al tiempo que Herbert Schuch lució un mecanismo técnico y nitidez de toque verdaderamente formidables.

 

Sin embargo, paralelamente con ello el tecladista rumano sorprendió debido a la notoria dicotomía conceptual con que encaró este trabajo, que tanto amaba Beethoven. Es que por un lado, ciertos pasajes tan esmeradamente delicados, hicieron acordar a Scarlatti, mientras que por otro, acordes y notas martillados con contundencia fueron poco menos que de un exaltado romanticismo. Esta indefinición estilística, como bien se lo puede imaginar, despojó a su discurso de toda cohesión emocional, esto es, de angel y contenidos expresivos.

 

Bruckner, tampoco

La Tercera, de Bruckner, no es, desde ya, su mejor sinfonía. El compositor austríaco la escribió y la re-elaboró en cuatro oportunidades, en 1873, 1876, 1878 y 1889, y hoy muestra claramente las debilidades propias de esas irresoluciones y del encajonado espíritu religioso de su autor.

 

La oportunidad fue propicia, de todos modos, para que la Filarmónica pusiera en evidencia la exquisita transparencia de los violines, la calidad de flautas, oboes y trompetas, ello sin perjuicio de un timbalista de sonoridad desequilibrante (así fue en toda la noche) y unos cornos de ejecución marcadamente irregular. El maestro plasmó a su vez una interpretación densa, rotunda, segura, de una creación ya de por si espesa y por momentos tediosa y reiterada, ello sin dejar de lado el desarrollo de ciertos atrayentes claroscuros y la enfática, ceñida brillantez del “scherzo”.

 

Calificación: regular

Carlos Ernesto Ure