Monumental versión del “MAGNIFICAT” de Roberto Caamaño en el Colón
SOLEMNIDAD Y GARRA EN EL PODIO
CCK-Sála Sinfónica
Viernes 17 de mayo de 2019.
Escribe: Martha Cora Eliseht
“Orquesta Nacional de Música Argentina Juan de Dios Filiberto”
Director: Lucio Bruno-Videla.
Solistas: Graciela de Glyndenfedt (Soprano), Enrique Folger (Tenor), Leonardo López Linares (Barítono), Mario de Salvo (Bajo).
Repertorista: Gerardo Delgado.
Programa: Obras de Rojas, López Buchardo, García Mansilla, Schiuma y Berutti.
El pasado viernes 17 del corriente se llevó a cabo el 2º de los tres Conciertos correspondientes al Abono Sinfónico- Coral en el Teatro Colón, con la participación de la Orquesta y Coro Estables del mencionado teatro y la presencia de la soprano Marisú Pavón como solista. La dirección orquestal estuvo a cargo de Mariano Chiacchiarini y la del Coro Estable, de Miguel Ángel Martínez.
  El programa comprendió las siguientes obras: la Música para cuerdas, Op.23 de Roberto  Caamaño (1923-1993), la Sinfonía nº29  en la Mayor, K.201de Wolfgang Amadeus  Mozart (1756-1791), el motete Exultate,  Jubilate K.165/158ª del mismo compositor y, como obra de fondo, el Magnificat, Op.20 de Roberto Caamaño.
  La Música para  Cuerdas fue compuesta en 1956 por encargo de la Asociación Amigos de la  Música y estrenada en 1957 por la Orquesta de la mencionada entidad, bajo la  batuta de Jean Martinon. Se divide en cuatro movimientos y combina elementos de  tango y ritmos populares argentinos, que se van alternando. Una recuerda muy  bien esta obra cuando se realizó un concierto en homenaje al compositor  –fallecido en 1993- a cargo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires,  dirigida por Pedro Ignacio Calderón. En este caso, Mariano Chiacchiarini  ofreció una excelente versión, caracterizada por una armonía perfecta, con buen  manejo de los tempi, estupendos matices  por parte de los instrumentos de cuerda y, por sobre todas las cosas,  profundidad en el sonido. Al término de la misma, el público estalló en  aplausos.
  Era la segunda oportunidad que esta cronista escuchó la Sinfonía nº29 en La mayor de Mozart en  una misma semana. A diferencia de la versión ofrecida por la Orquesta de Cámara  de Munich –que contó sólo con 24 músicos y fue más íntima y luminosa-, la  ofrecida por Chiacchiarini fue más académica y más solemne; quizás, por haber  contado con mayor cantidad de músicos. Sin embargo, tuvo el enorme mérito de  dirigirla de memoria, mostrando su formación y su experiencia europeas, a la  usanza de los grandes directores. Porque lo es, pese a su juventud –sólo tiene  37 años- y porque ha ofrecido una versión estupenda, donde hizo sonar con  brillo a la Estable. Lo mismo sucedió en el Exultate  Jubilate, donde Marisú Pavón demostró ser una excepcional soprano de  coloratura, con un gran caudal de voz y un bellísimo timbre para interpretar  este tipo de obras. Estableció un perfecto diálogo con la orquesta, sin  sobresalir el uno del otro. Y el Halleluja final fue una auténtica apoteosis sonora, tras lo cual, el público estalló en  aplausos y se retiró ovacionada. 
  Sin lugar a dudas, lo mejor de la noche fue la espléndida  y monumental versión que ofreció Chiacchiarini del Magnificat de Roberto Caamaño. Compuesto en 1954, requiere de una  orquestación que comprende maderas por dos, cuatro cornos, dos trompetas, tres  trombones, tuba baja, timbales, percusión, arpa, cuerdas y coro a cuatro voces.  Se trata de un doble canon in crescendo, donde  a medida que crece el sonido por parte de la orquesta, el coro responde. En el  primer número (“Ad Majorem Dei gloriam”), la respuesta vocal se da por  parte de las contraltos y las sopranos, para proseguir en un recitativo (“Et misericordia ejus”) a cargo de los  tenores y bajos. Posteriormente, continúa con un pasaje homofónico, que sigue a  un breve fugato (“Fecit potentiam”),  tras lo cual, las voces retoman la unidad rítmica en “Deposuit potentes”, para  recapitular con el primer tema en “Sicus  locutus est”. Finalmente, desemboca en una culminación extensa y grandiosa  con un tutti orquestal, mientras el  coro canta “Gloria patri et fili et  Spiritu sancto”, en alabanza a Dios. Durante todo el desarrollo de la obra,  tanto la orquesta como el coro descollaron en una versión luminosa, con una  pureza sonora pocas veces escuchada, sin caer en excesos. La dirección de Chiacchiarini  fue estupenda, demostrando garra y solemnidad sobre el podio, marcando  perfectamente los tempi orquestales y  las entradas  del coro. Unido esto a los  matices y reminiscencias –tanto mahlerianas como straussianas, conjugadas con  tintes de Carmina Burana, de Carl  Orff- que posee esta obra, hizo que se despertara una ovación de aplausos por  parte del público. 
  Hasta el momento, el Abono Sinfónico Coral ha dado una  grata y agradable sorpresa al contar tanto con un repertorio como de directores  de inmensa jerarquía. Lo demostró con la excelente versión del Réquiem de Mozart con Evelino Pidóy con la maestría de Mariano  Chiacchiarini, quien brindó esta soberbia versión del Magnificat y va camino a ser uno de los grandes directores  argentinos del futuro. Una versión que será recordada como una de las mejores  que se hayan escuchado en el Colón. 

