Extraordinaria presentación de la London Symphony Orchestra en el Colón
EL EQUILIBRIO JUSTO
Teatro Colón
Sábado 18 de mayo de 2019
Escribe: Martha Cora Eliseht
Ciclo:  Grandes Intérpretes Internacionales.  
      Britten: Sinfonía de Réquiem, opus 20
Mahler: Sinfonía Nº 5, en do sostenido menor
London Symphony Orchestra (Simon Rattle).
De las grandes orquestas sinfónicas del mundo, la mayoría ya hizo su presentación en el Colón (Filarmónica de New York, Filarmónica de Viena, de Londres y de Berlín; Orquesta de París y Nacional de Francia, Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam, Orquesta Nacional de España, Filarmónica de Dresde; NationalSymphonyOrchestra de Washington y tantas otras). Sólo faltaba la presencia de la London Symphony y, finalmente, se concretó el tan ansiado debut el pasado sábado 18 del corriente dentro del Ciclo de Abono “Grandes Intérpretes Internacionales” organizado por el Teatro Colón.
    La  mencionada orquesta se presentó bajo la dirección de su titular –Sir  Simon Rattle- y ofreció el siguiente programa: Sinfonía da Réquiem, Op. 20 de Benjamin Britten (1913-1976) y la Sinfonía nº5 en Do sostenido menor de  Gustav Mahler (1860-1911). Tras más de 20 años de prolongada ausencia,  Simon Rattle fue recibido con una auténtica ovación antes de comenzar el  concierto, en un teatro atiborrado de gente. Y, como no podía ser de otra  manera, demostró su garra desde los primeros compases de la Sinfonía Da Réquiem de Britten.  Compuesta por encargo del emperador de Japón en 1940 para celebrar los 2500  años de la dinastía imperial, se estrenó en 1941 en el Carnegie Hall de New  York por la Filarmónica de dicha ciudad, con el compositor al podio.  Si bien recibió el rechazo de su destinatario  original –el gobierno japonés no la aceptó por tratarse de un Réquiem, considerándola una obra  melancólica para una celebración imperial y, entre otras cosas, porque Britten  era cristiano-, es una obra muy ricamente elaborada. Consta de tres  movimientos (Lacrimosa/ Dies Irae/ Réquiem  Aeternam) que se ejecutan sin interrupción. Requiere gran orquestación  (maderas y metales por cuatro, cuerdas, numerosos instrumentos de percusión,  dos arpas y piano) y el Lacrimosa se  inicia con una marcha lenta en 6/8, con fuerte centro tonal en Re, que va in crescendo hasta desembocar en el 2º  movimiento (DiesIrae), que constituye  una especie de danza macabra que desemboca en un clímax hasta lograr la  desintegración de la música. Por último, y tal como lo indica su nombre, el Réquiem Aeternames un movimiento  caracterizado por su serenidad, que se manifiesta en las cuerdas y las arpas,  para cerrar con una nota sostenida en el clarinete. Una monumental versión  caracterizada por un excelente sonido, perfecto equilibrio de matices  instrumentales, estupenda labor del conjunto en general y de los solistas en  particular. La interpretación fue magnífica desde todo punto de vista y, al  concluir la misma, el público estalló en aplausos.
    La Sinfonía nº 5 en Do sostenido menor de  Gustav Mahler es una de las predilectas de todo gran director de orquesta  sinfónica que se precie de ser tal y, en el caso particular del Colón, ostenta  el récord de ser una de las más ejecutadas por orquestas extranjeras. Baste  recordar las excelentes versiones ofrecidas por Daniel Barenboim con la  Orquesta de París (1980) y con la Staatskapelle Berlin en el Luna Park (2008,  cuando el Colón estuvo cerrado por refacciones del Masterplan) y por Bernard  Haitink al frente de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam (1985) entre  tantas otras. Pero la ofrecida por Simon Rattle superó ampliamente las  expectativas del público y de la prensa especializada. No sólo sonó a la  perfección desde la fanfarria a cargo de la trompeta solista en el 1º de los 5  movimientos que integran la obra –Trauermarsch  (Luto pantanoso)-, sino que desde el punto de vista melódico, también se  logró una brillante profundidad de sonido y una soberbia musicalidad. Como se  dice vulgarmente, Rattle hizo “cantar” a la orquesta durante toda la sinfonía.  Lo mismo sucedió con el 2º movimiento (Stürmischbewegt,  movimiento tormentoso), donde toda la orquesta  ejecutó magistralmente los diversos tempique  integran el mismo. Era un inmenso placer escuchar semejante catarata de sonidos  provenientes de los diferentes grupos de instrumentos, bajo una perfección  absoluta. El Scherzo que abre el 3º  movimiento (Ländern) también sonó  magistralmente desde su inicio (dado por el solo de corno), con su  característico toque romántico y pastoril, haciendo alusión a la danza popular  que lleva su nombre –característica del sur de Alemania, Austria y Bohemia (hoy  en día, perteneciente a República Checa)-. Las cuerdas y el arpa se lucieron  con un sonido prístino en el celebérrimo Adagietto (4º  movimiento, recordado por ser la música de la película “Muerte en Venecia”), donde el contrapunto ejercido por parte de  cellos y contrabajos sonó perfectamente. Excelente la labor del arpista Bryn  Lewis como solista, marcando la entrada de las cuerdas. Por último, el Rondó – que desemboca en el impetuoso Finale, con un gran tuttipor parte de toda la orquesta- fue la pieza perfecta para  brindar un final de antología, como solamente un gran director al frente de un  organismo sinfónico de primera categoría pudo hacerlo. Y SimonRattle lo hizo de  tal manera, que se retiró ovacionado. Particularmente, una no recordaba una  versión tan perfecta desde la magistral ofrecida por Daniel Barenboim en las  dos ocasiones en que una lo escuchó (1980 y 2008) y se puede decir que la  presente fue aún más brillante que sus antecesoras. 
      Acto  seguido, la orquesta ofreció un bis a  su altura: Canción de Cuna y Apoteosis  final de El Pájaro de Fuego de  Igor Stravinsky (versión 1919). No hace falta decir que Rattle es un experto en  este compositor –sus versiones de La  Consagración de la Primavera y Petroushkaal  frente de la Filarmónica de Berlín lo confirman-y así lo demostró. Desde el  bellísimo solo de fagot que abre la Canción  de Cuna hasta la incorporación in  crescendo de los diferentes instrumentos de la orquesta (abriendo con el  corno solista) en la Metamorfosis –donde  se rompe la maldición de Katschei y todos vuelven a su forma original- hasta la Apoteosis final, todo fue perfecto y  de una exquisitez sonora impecable. Una vez más, la London Symphony brilló  sobre el escenario del Colón y desencadenó una lluvia de aplausos y vítores. El  equilibrio justo de un final brillante para una noche perfecta.

