Merecido homenaje a Roberto Oswald en el Colón
"Turandot" en el Colón
Teatro Colón
Domingo 30 de junio de 2019
Escribe: Eduardo Balestena
Turandot,  ópera en tres actos-1926-
  Música:  Giacomo Puccini
  Libreto:  Giuseppe Adami y Renato Simoni (completado por Franco Alfano tras la muerte de  Puccini.
  Dirección  musical: Christian Badea
  Elenco:  Turandot, María Guleghina; Calaf, Kristian Benedikt; Liú, Verónica Cangemi;  Emperador Altoum, Ramón Giménez; Timur, James Morris; Ping, Alfonso Mujica;  Pang, Santiago Martínez; Pong, Carlos Ullán; un mandarín, Alejandro Merapfel;  el príncipe de Persia, Fernando Chilabe.
  Orquesta  Estable del Teatro Colón.
  Coro  Estable del Teatro Colón, director Miguel Martínez.
  Coro  de Niños del Teatro Colón, director César Bustamante.
  Concepción  escénica y escenografía: Roberto Oswald.
  Codirector  de escena repositor: Aníbal Lápiz.
  Director  de escena repositor: Matías Cambiasso.  
    Diseño de iluminación: Rubén Conde.
  Teatro  Colón de Buenos Aires, 30 de junio, función de abono vespertino.
En una puesta de gran refinamiento, imaginación visual y cuidada al detalle en todos sus aspectos, el Teatro Colón subió a escena la ópera Turandot, de Giacomo Puccini, inconclusa por la muerte del autor.
  La  música
  De  gran finura en su concepción, el universo sonoro plantea y subraya climas, con  una gama de gradaciones que va desde el forte a la sutileza tímbrica capaz de  acompañar, a veces casi imperceptiblemente, a un personaje.
  La paleta orquestal se vale de  varios elementos: el uso de la escala pentatónica y determinado modo –en el  oboe, por ejemplo y luego en toda la orquesta- , en la plasmación de climas  exóticos por intervenciones puntuales como las de la celesta, órgano y campanas  tubulares, así como pasajes de flauta. La riqueza melódica y motivos que  acompañan a determinadas situaciones, la alternancia de esos motivos en  momentos puntuales –como la tortura y muerte de Liú- la transformación de esa  combinación en una línea que fluye sin resolver, son recursos dados en una  alternancia y riqueza tímbrica manejadas con enorme sabiduría.
  Las secciones mantienen una unidad  en sus distintas funciones: soporte armónico, color tímbrico y matices en  función escénica, con la alternancia de un pie binario (2/4) : suave/forte o  forte/forte, con un compás de ¾, que le da un sentido de fluencia y movimiento.  Casi al comienzo del primer acto la alternancia de produce casi de compás en  compás, lo cual genera cierta  tensión.  No existen cruces rítmicos ente distintas secciones: en toda la orquesta  sucede, con distintas y sutiles gradaciones, lo mismo, en un contexto de gran  intensidad sonora, puesto a subrayar el clima trágico de la obra.
  La marcación del maestro Badea fue  muy precisa para la escena en sus permanentes indicaciones de tempo, dinámica,  fraseo y acento respecto a los cantantes.
  Las indicaciones a la orquesta  fueron en cambio más acotadas: los intérpretes de instrumentos como las  campanas tubulares, atendían tanto a la escena como a la marcación relativa a  ella, con lo cual cabe presuponer un trabajo previo de preparación de una  orquesta que siempre fue precisa en entradas, salidas y gradaciones, pese a que  la dirección no extrajo todas las posibilidades de una partitura muy rica y con  claros desafíos técnicos, por ejemplo en la cuerda con rápidos pasajes de notas  descendentes que abarcan todas las cuerdas. También la exactitud rítmica es  crucial: parte del efecto se basa, en algunos lugares, en la repetición de un  patrón rítmico, alternado en su desarrollo como una figura ABA donde la sección  B vuelve a ser expuesta con cambios.  La música está frecuentemente dada  en algo similar a la melodía infinita, al no resolver en consonancia y  proseguir para transformarse en otro elemento.
  Los requisitos vocales de los  personajes demandan líneas siempre intensas en registros agudos, sostenidas en  el marco de una orquesta casi siempre en forte en esos pasajes.
  Las  voces
  Si  bien en un comienzo las primeras intervenciones de Maria Guleghina fueron  moderadas, acortando el primer ataque agudo en el segundo acto, poco después de  su aparición en escena, se consolidó luego, por ejemplo al final del acto, en  lugares como el dúo con Calaf.
  Kristian Benedikt supo darle  intensidad vocal y matices al personaje de Calaf, con una voz en que prevaleció  la musicalidad al volumen y que sonó limitada en su claridad en pasajes más  agudos, con mayor requerimiento de volumen.
  Verónica Cangemi tuvo acaso la  intervención más pareja, sensible y homogénea –en su calidad- en el conjunto  protagónico. Pese a lo irreal de la situación escénica suscitó una pena y  desconsuelo muy reales por medio de la voz: frases hondas y conmovedoras que,  en distintas alturas, constituyen una alternancia entre el discurso del canto y  el del habla, con una gran demanda en lo que hace al fraseo.
  También destacada fue la  intervención  de Raúl Giménez como Altoum  y James Morris como Timur, destacando además Alejandro Mujica como Ping, en un  registro de barítono claro y potente, de cuidada musicalidad. Asimismo fueron  remarcables las intervenciones de Santiago Martínez (Pang) y Carlos Ullán  (Pong), personajes con reminiscencias de la Commedia dell´arte  tratados con un sentido de conjunto.  Alejandro Merapfel, que lleva a cabo una destacada carrera en escenarios de  distintos países, compuso su personaje de un heraldo con su voz de musicalidad  y potencia.
  Los  coros   
  Puccini  da protagonismo a los coros, que expresan – a veces sin solución de  continuidad- sentimientos contradictorios: crueldad, mandatos imperativos y  sensibilidad, con grandes y también cambiantes requerimientos: potencia,  matices, en una gradación de voces absolutamente homogénea y de gran musicalidad.  La proyección y las gradaciones de su canto que tuvo el coro en todo momento son  indicativas de su calidad vocal y preparación.
  El coro de niños es tratado con un  sentido instrumental, connota determinados climas que alternan – en su dulzura-  con la tensión de la obra.  Ambos coros llevaron a cabo una  destacable actuación.
  La  puesta
  La  rica concepción visual de la puesta de Ricardo Oswald, Aníbal Lápiz y Matías  Cambiasso, junto a la iluminación de Luís Conde, es de gran refinamiento en  todos sus detalles: perspectiva, brillo, variedad e imaginación en el  vestuario. De ello resulta un memorable cuadro de escenas de conjunto, en una  experiencia de gratificación visual muy poco frecuente.  A ello se deben agregar los  desplazamientos en escena –elegantes y precisos- y la marcación actoral.
  La puesta de esta lograda versión de  Turandot hizo real un mundo sin perder su sentido fantástico, el mundo lejano  en el cual el compositor concibió su drama.
    
  Eduardo  Balestena  

