Magistral interpretación de la Orquesta Filarmónica de Israel junto a ZubinMehta
EL ETERNO ROMANCE ENTRE EL ARTISTA Y SU PÚBLICO
Teatro Colón
Sábado 27 de Julio de 2019
Escribe: Martha Cora Eliseht
A sus 83 años, ZubinMehta sigue recorriendo el mundo y lo hace con su inmensa maestría y su gran carisma, conmoviendo al Universo con sus magníficas interpretaciones. Pese a su enfermedad de base –que lo obliga a caminar con bastón a esta altura de su vida- no perdió la oportunidad de realizar una gira de despedida con la Orquesta Filarmónica de Israel –organismo que dirige desde hace 50 años- en el marco del Ciclo de Abono de Grandes Intérpretes Internacionales en el Teatro Colón, con tres conciertos que se ofrecerán entre los días 27 al 30 del corriente. Lo acompañan dos músicos de lujo: la gran pianista Martha Argerich y el flautista GuyEshed.
    Esta cronista tuvo la oportunidad y  el privilegio de asistir al concierto inaugural, que se ofreció el pasado  sábado 27, donde se interpretaron las siguientes obras: Concertino para orquesta de cuerdas de Ödön Pártos (1907-1977), el Concierto en La menor para piano y orquesta  Op. 54 de Robert Schumann, con Martha Argerich como solista y la Sinfonía n° 6 en Fa mayor, Op.68  (“Pastoral”) de Ludwig van Beethoven (1770-1827).
    El compositor húngaro Ödön Pártos fue  violinista, violista y miembro de la Filarmónica de Israel. Además, se  desempeñó posteriormente como director de la Academia de Música de Tel- Aviv.  Su Concertino para orquesta de cuerdas data  de 1952 y  es un arreglo de su Cuarteto para cuerdas n° 1, compuesto en  1932. La obra se compuso a pedido del célebre director Férenc Fricksay y posee  no sólo elementos del folklore húngaro, sino también reminiscencias de  compositores como Béla Bártok y Sergei Prokofiev. Una también ha podido apreciar  al escucharla elementos de síncopa, con ribetes de jazz y tango –a la manera de  Astor Piazzola-. La Filarmónica de Israel ofreció una versión muy compacta,  profunda, con toques de frescura, solemnidad y profundidad sonora, dentro de un  marco de perfecto equilibrio. Y pese a la limitación física de Zubin Mehta  –dirigió sentado todas las obras-, su cerebro privilegiado le permite seguir  dirigiendo en forma magistral. La obra fue muy bien recibida por el público  –ante un Colón atiborrado de gente, con localidades agotadas y numeroso público  de pie en Platea- y recibió numerosos vítores y aplausos.
    Posteriormente, el público estalló  en una prolongada ovación cuando Martha Argerich hizo su presencia sobre el  escenario que tantas veces la ha visto brillar. Y lo hizo con una obra  tradicional de su repertorio: el célebre Concierto  en La menor Op. 54 de Schumann, que domina a la perfección. Pero esta vez,  Martha Argerich ofreció una versión que se destacó por su dulzura en los  pasajes más románticos, su exquisita interpretación y fundamentalmente,  por cantar sobre el teclado. Hacía mucho  tiempo que no se escuchaba una interpretación tan prístina y sublime de este  concierto en el Colón –una recuerda el debut de EvgenyKissin con la Filarmónica  de Buenos Aires con esta pieza, que sorprendió a todos por su excelente  interpretación en aquel entonces-. No sólo fue de una sublime exquisitez por  parte de Argerich, sino también por el acompañamiento orquestal. Excelente el  solo de oboe inicial a cargo de Dudu Carmel, al igual que el clarinetista Ron  Selka, quienes brindaron un sonido redondo y puro en el primero de los tres  movimientos de la obra (Allegro  affetuoso). La gran pianista se destacó en los pasajes más íntimos del  concierto en el 2° movimiento (Andante-  Andantino grazioso) para luego desembocar en el fragor y el torbellino  sonoro del Scherzo con el que se  inicia el 3° movimiento (Allegro vivace),  que supo estar perfectamente acompañado por la orquesta. Naturalmente, llegó la  ovación de vítores y aplausos luego de haberse escuchado una versión tan excelsa,  tras lo cual, Martha Argerich decidió ofrecer un bis típico de su repertorio: Escenas  Infantiles de Schumann -obra con la que está familiarizada desde su niñez- ,  que interpretó de forma magistral y exquisita, con un tinte profundamente  humano. Y, como no podía ser de otra manera, se retiró ovacionada.
    La Sinfonía n° 6 en Fa mayor Op. 68 (“Pastoral”) es una de las páginas  más célebres y más bellas del genio beethoveniano, que posee cinco movimientos: Allegro ma non troppo (Despertar de  sentimientos de alegría al llegar alcampo), Andante molto moto (Escena junto al  arroyo), Allegro (Alegre reunión de campesinos), Allegro (La tempestad) y Allegretto (Canción de alegría pastoril  después de la tormenta), de los cuales, los últimos tres se tocan attaca (es decir, sin interrupción). Fue  estrenada en 1808 en Viena y es la más descriptiva de las sinfonías del genio  de Bonn. El contacto con la naturaleza, la paz del campo, la serenidad del  bosque, el baile de campesinos – maravillosa inserción de un Lándern típicamente alemán- , los  nubarrones que preceden a la tormenta –maravillosamente introducidos por los  contrabajos al unísono- , los relámpagos y la calma que prosigue a la tormenta  son perfectamente perceptibles. Pero Zubin Mehta no sólo ofreció una versión de  excelencia, sino que además, se destacó por su luminosidad y su majestuosidad.  El fraseo de las maderas en el 2° movimiento fue estupendo, logrando los  matices del canto de los pájaros y la calma junto al arroyo. Una versión  sobresaliente, como pocas veces se ha escuchado en el Colón –baste recordar la  memorable versión de Kurt Mazur al frente de la Gewandhaus de Leipzig en 1980,  dentro del ciclo integral de las Sinfonías de Beethoven- y como la genial batuta  del director indio sabe hacerlo. Al término de la obra, el Colón se vino abajo  ante la ovación sostenida por parte del público. 
      Lamentablemente, Zubin Mehta ya no  puede volver a entrar y salir infinidad de veces sobre el escenario como en  otros tiempos, debido a su limitación física. No obstante, decidió ofrecer un  bis: una espléndida versión de la célebre Obertura de Las Bodas de Fígaro, de Wolfgang  Amadeus Mozart, con su garra y maestría habituales. Una vez más, se retiró  ovacionado por su público. Ese público con el que inició su romance en 1961, cuando  vino por primera vez a la Argentina a dirigir en el ciclo de Conciertos de la  Facultad de Derecho y que lo catapultó a la fama internacional. La magia con la  cual cautiva a su público sigue intacta y es capaz de mantener – y sostener-  ese eterno romance con el correr del tiempo.

