Impresionante concierto de la Filarmónica bajo la batuta de Eiji Ojue en el Colón
UN PROGRAMA INTERESANTE Y MUY ATRACTIVO
      
Tearo Colón
Jueves 7 de agosto de 2019
Escribe: Martha Cora Eliseht
Parece ser que la tónica de incorporar nuevas obras dentro del repertorio de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires está rindiendo sus frutos. Prueba de ello fue el excelente concierto ofrecido la semana anterior por John Axelrod y Hagai Shahan y la Orquesta continuó aplicando la misma metodología en el pasado concierto del jueves 8, (correspondiente al 11° de su Ciclo de Abono) bajo la dirección de Eiji Ojue y con la participación del alemán Andreas Martin Hofmeir en tuba, en un programa compuesto por las siguientes obras: Rapsodia para orquesta, de Yuzo Toyama (1931); el Concierto n° 1 para tuba y orquesta, Op.67 de Jörg Duda (1968) (primera audición en Argentina) y la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op.100 de Sergei Prokofiev (1891-1953).
    No es la primera vez que Eiji Ojue  viene a dirigir a la Filarmónica, pero sí interpretando una obra de su país: la Rapsodia para Orquesta del compositor  japonés Yuzo Toyama. Nacido en Tokio en 1931, este músico adquirió notoriedad  como director de la Orquesta Sinfónica de la NHK, pero es también un reconocido compositor y pedagogo.  La presente Rapsodia es su obra más conocida y posee tres secciones bien diferenciadas, donde  cada una de las cuales se inicia con instrumentos de percusión (látigos,  cascabeles y claves, respectivamente) y se caracteriza por una profusa  orquestación sobre temas típicos orientales. Es una obra fácil de comprender y  agradable para los oídos, con una gran musicalidad. Luego de la introducción de  los cascabeles, la flauta solista interpreta una melodía escrita en escala  pentatónica, muy similar a la música del altiplano andino –que, precisamente,  también usa dicha escala de 5 notas-, mientras que luego de la introducción de  las claves, el tercer tema es un poderoso tutti orquestal,  apoyado en las cuerdas y la percusión. La interpretación fue brillante, con un  muy buen desempeño de toda la orquesta en general y del grupo de percusionistas  en particular. Fue muy bien recibida y agradó al público. 
    Acto seguido, Andreas Martin  Hofmeier hizo su presentación en escena munido de su tuba y llamó la atención  el hecho de haber entrado descalzo al escenario. Se ubicó a la izquierda del  director –usualmente, los solistas se ubican a la derecha del mismo y a la  izquierda del público- y dio vida a un concierto muy bello e interesante, fácil  de comprender y caracterizado por ser un concierto prácticamente compuesto  dentro de los cánones clásicos, pese a ser contemporáneo (1999). Luego de la  introducción orquestal en el primer movimiento (Allegro appassionato- Andante calmo), la tuba entra con una fuga de gran belleza armónica, que  posee reminiscencias de jazz y tango  –con matices de Gershwin y Piazzolla,  respectivamente-. Posteriormente, el piano introduce un tema romántico, que es  seguido por el instrumento solista mediante una cadencia de gran riqueza y  pureza sonora, para luego alternar con el primer tema durante todo el  movimiento. El final prepara la irrupción del 2° movimiento (Rêverie: adagio con anima- Tempo  piúanimato), con un tema agudo introducido por las maderas, que equilibra  el sonido de la tuba. Hofmeier resultó ser un intérprete con mayúsculas, con un  sonido puro, compacto y redondo, que abarcó desde los agudos hasta las notas  más graves de este instrumento, que se caracteriza no sólo por poseer el sonido  más grave de todos los metales, sino también porque existen muy pocos  conciertos para tuba solista (el primero lo compuso Benjamin Britten en 1955 y  luego, Vaughan Williams en 1958). El músico alemán supo darle a su instrumento  el lugar que se merece, haciéndolo sonar como si fuera una tuba wagneriana, con  muy buen color en los graves y un espléndido fraseo. El movimiento final (Finale: introduction y Rondo capriccioso) se  ejecuta sin interrupción y tiene una simetría similar a la del 1° movimiento,  donde los dos temas principales se alternan mediante pasajes ligados al  instrumento solista. En un momento determinado, el solo de tuba posee una  difícil coda, que fue magníficamente  interpretada por Andreas Hofmeier. Posee reminiscencias de diferentes  compositores: por ejemplo, existe un diálogo entre tuba y corno inglés en el  tema lento que recuerda a Gustav Holst, mientras que en los pasajes donde el  piano marca la entrada a posteriori del instrumento solista hacen acordar a la  música de Burt Bacharach. Posteriormente, el vals introducido por la tuba remeda  a pasajes de Cascanueces de  Tchaikowsky, para luego recapitular con el primer tema. El final del concierto  termina en una nota suave –al estilo de Leroy Anderson-. El público estalló en  aplausos y tanto Eiji Ojue como Andreas Hofmeier tuvieron que salir a saludar  varias veces, hasta que el alemán tomó el micrófono para contar –en un  impecable inglés- que la tuba fue creada en 1845 y constituye el más evolucionado  de todos los instrumentos de viento. Lamentablemente relegada al fondo de la  orquesta e injustamente catalogada como un instrumento de banda, Verdi y Wagner  fueron los primeros que la descubrieron y se animaron a componer solos para la  misma –la entrada de Fafnerconvertido  en dragón en Sigfried-, hasta llegar  a los conciertos de Britten y Vaughan Williams. Se ganó el cariño del público e  hizo un bis: una transcripción para  tuba de la Fantasía para flauta de  Georg Telemann, que sonó magistralmente y se retiró ovacionado.
    La segunda parte comprendió la Sinfonía n° 5 en Si bemol mayor, Op. 100 de  Sergei Prokofiev, que tampoco es una obra que se incluya muy a menudo en los  programas de conciertos. Fue compuesta en 1944 y estrenada el 13 de Enero de  1945 en Moscú, luego de un estruendo de cañones que anunciaba la partida de las  tropas soviéticas hacia Alemania, en las postrimerías de la Segunda Guerra  Mundial. Posee una estructura rítmica muy similar a la 10° Sinfonía de Shostakovich, que se divide en 4 movimientos: Andante (en Si bemol mayor), Adagio marcato(Re menor), Adagio (Fa mayor) y Allegro giocoso(en la tonalidad inicial de Si bemol mayor). El  primer movimiento es el más prolongado y posee dos temas: uno, tranquilo y  sostenido, y el otro, elevado, con acompañamiento en trémolo de las cuerdas,  que concluye con una coda electrizante. Además, este movimiento también se caracteriza por incluir un  bellísimo solo para tuba –magistralmente interpretado por Richard Alonso Díaz-,  mientras que el 2° movimiento es un scherzo en forma de tocata. El 3°  movimiento es lento y ensoñador, muy nostálgico, que se continúa con un coro de  cellos que desarrolla en forma lenta el tema del 1° movimiento para dar luego  paso a un rondo. Este Allegro giocoso contrasta con dos temas  más calmos –en flauta y en coro de cuerdas- para luego desembocar en un  frenesí. La versión ofrecida por Eiji Ojue fue estupenda, de una sublime  musicalidad y haciendo énfasis en los pasajes más difíciles y más irónicos de  la obra –en particular, los últimos acordes, donde los dos primeros violines y  los dos primeros cellos tocan un staccato con notas equivocadas, provocando un tinte irónico-. Todos los músicos se  lucieron en sus respectivas partes y el aplauso fue unánime al final del  concierto. No sólo motivó que Ojue tuviera que salir varias veces a escena,  sino que además, se dirigió a saludar a todos los solistas de los principales  instrumentos. Al acercarse a los primeros violines, una persona del público le  colocó una corona de flores. Posteriormente, el director agradeció al público  que estaba sentado en la primera fila de la platea dándole la mano a cada uno de  los asistentes, hasta que volvió a subir al podio. Y ahí se produjo algo  inesperado: instó al público a aplaudir al compás de las claves, para  desembocar con un bis: el 3° tema de  la Rapsodia para Orquesta de Toyama,  donde el  mismo director actuó como animador,  dejando a los músicos tocando solos. A esta altura de las circunstancias, el  Colón era toda una fiesta y al término de la pieza, el delirio era total.
      Esto demuestra con creces que la  Filarmónica es una excelente orquesta sinfónica cuando existe un director capaz  de manejarla y conducirla con creces, haciendo los  ajustes correspondientes y un trabajo particular de ensayo y corrección. Y  además, ofreciendo un repertorio integrado por obras nuevas y por otras poco  habituales, lo cual es perfectamente saludable y necesario para la  supervivencia de toda agrupación sinfónica de excelencia. Si se sigue por este  camino, se podrán lograr cosas muy buenas en el futuro.
    

