“Don Pasquale” en la temporada de abono del Colón
DISCRETA RE-EDICIÓN DE UNA ÓPERA BUFA DE DONIZETTI
Teatro Colón
El martes 24 de septiembre de 2019
Escribe: Carlos Ernesto Ure
“Don Pasquale”, drama bufo en tres actos, con libro de Giovanni Ruffini y el compositor, y música de Gaetano Donizetti.
Con Nicola Ulivieri, Jaquelina Livieri, Santiago Ballerini, Darío Solari y Mario De Salvo.
Vestuario de Imme Möller
Escenografía e iluminación de Enrique Bordolini
“régie” de Fabio Sparvoli.
Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Srba Dinic).
Farsa sin duda envejecida, sin poesía ni personajes de personalidad atrayentemente modelada (no obstante sus bellos trazos melódicos), la reposición de “Don Pasquale” (1843) no se justifica si no es sobre la base de dos pilares básicos. Por un lado, un hilo jocoso tenso, casi continuo. Por otro, voces de primera magnitud (el estreno mundial fue protagonizado nada menos que por Giulia Grisi, Mario di Candia, Antonio Tamburini y el gran bajo napolitano Luigi Lablache). Con algunas excepciones, ninguno de ambos factores estuvo presente el martes, en la sexta función de gran abono de la temporada lírica oficial del teatro Colón, y por ello esta nueva producción de la ópera de Donizetti, se lo debe decir, resultó francamente olvidable (numerosos espectadores se fueron retirando durante la velada, por momentos aburrida) .
Puesta a contramano
En esa dirección, lo primero que cabe apuntar es que la puesta concebida por Fabio Sparvoli, además de mostrarse muy pobre en materia de ideas escénicas, desnaturalizó el propio corazón de la obra. Porque en vez de exhibir a Pasquale da Corneto como un viejo romano maniático, semi-decrépito (única manera en que se justifica la trama), lo caracterizó en cambio con las ropas de un cincuentón de buen caudal, erguido y aplomado, de pasos y modos seguros, en perfectas condiciones para conquistar seriamente con su figura a una compañera más joven y bonita.
Distorsionada así de raíz la esencia bufa de la ópera, cabe añadir que la esquelética y uniforme escenografía diseñada por Enrique Bordolini no constituyó por cierto el trabajo más logrado de su meritoria carrera, al tiempo que el indescifrable vestuario elaborada por Imme Moeller no contribuyó tampoco a realzar el marco visual.
En el foso estuvo Srba Dinic, maestro serbio que condujo dentro de los carriles de una discreta rutina y no se distinguió precisamente por su refinamiento (atención: se ha dicho que “Don Pasquale” es la más mozartiana de todas las obras de Donizetti), ello además de poner en evidencia permanentes desencuentros con el palco escénico (lo peor fue el final del “duetto” “Cheti, cheti immantinente”, donde el barítono y el bajo fueron a destiempo entre sí, y a su vez con la orquesta, por lo que repitieron la parte).
Los cantantes
Preparado por Miguel Martínez, el coro estable se manejó con corrección, mientras que entre los solistas, Nicola Ulivieri (Protagonista), quien ya nos había visitado en 2010, careció por completo de “vis” cómica. Aparte de ello, corresponde señalar que pareció antes que otra cosa un “barítono cantante” (esto es, intermedio entre el lírico y el dramático sin llegar a ser un “martin”), por lo cual su metal claro, sin perjuicio de sus debilidades en la zona central-grave y baja, lo expuso muy distanciado de lo que debe ser un bajo bufo verdadero, con todas las de la ley. A su lado el uruguayo Darío Solari (Malatesta), falto asimismo de comicidad en un papel tan importante y transitado por tantos grandes artistas, exteriorizó registro destimbrado y desleído.
En lo que hace a la pareja de enamorados, el tenor Santiago Ballerini (Ernesto), luego de un primer acto de variadas incertidumbres, afianzó su desempeño acreditando voz pareja, de impecable tersura, especialmente en los pianos e intensidades medias, que operó con gran soltura, ello hasta epilogar con la serenata “Com’è gentil”, una de las páginas más exquisitas de toda la creación del autor de “Lucia”, que vertió con agraciada línea. En cuanto a la soprano rosarina Jaquelina Livieri (Norina), desde ya la figura más importante de la noche, es del caso precisar que su desempeño fue de primer nivel: comodidad en el recorrido de una tesitura que supera las dos octavas, volumen amplio, registro siempre homogéneo y de buen cuerpo, desenvoltura actoral, fueron todos vectores que aunados a la firmeza del color y una coloratura en “legato” proyectada con franqueza definieron una labor digna de ser observada con cuidado.
Calificación: regular
Carlos Ernesto Ure