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Extraordinario concierto de la Filarmónica de Luxemburgo en el Colón

 

ROMÁNTICOS POR ANTONOMASIA Y DE GRAN TRADICIÓN

 

 

Teatro Colón

Lunes 30 de septiembre de 2019.

 

Escribe: Martha Cora Eliseht

 

 

Cuando una estudiaba geografía europea en el colegio –tanto primario como secundario-, poco se sabía acerca del Gran Ducado de Luxemburgo: un remoto país montañoso, que limita al este con Alemania, al norte y oeste con Bélgica y al sur con Francia, y que conjuntamente con Bélgica y los Países Bajos formaba parte de una liga comercial y aduanera conocida como BENELUX. Nadie sospechaba que también poseía una orquesta de larga tradición sinfónica, fundada en 1933 como Orquesta de la Radiodifusión de Luxemburgo y que fuera dirigida por conductores de la talla de Louis de Froment, Carl Melles y Leopold Hager, entre otros. Y dio consabida prueba de ello dentro del Ciclo del Mozarteum Argentino el pasado lunes 30 de Septiembre en el Teatro Colón, en un concierto integrado por obras de compositores netamente románticos: Franz Schubert (1797-1828), Félix Mendelssohn- Bartholdy (1809-1847) y Johannes Brahms (1833-1897).


El programa comprendió las siguientes obras: la Obertura de Die Zauberharfe (“El Arpa Mágica”), D.644 de Schubert, el Concierto para violín y orquesta en Mi menor, Op.64 de Mendelssohn y la Sinfonía n° 1 en Do menor, Op. 68 de Brahms. El español Gustavo Gimeno asumió la dirección orquestal, mientras que el prestigioso violinista lituano Julian Rachlin se desempeñó como solista en reemplazo de Janine Jansen, quien debió cancelar su actuación a último momento por razones de salud.


Previamente al inicio del concierto, la orquesta sonó compacta, muy bien afinada y afiatada. Dichas cualidades se mantuvieron a lo largo de todo el concierto, que sobresalió por la magistral dirección de Gustavo Gimeno, logrando un sonido prístino, diáfano y equilibrado –tanto en las obras para orquesta como en el mencionado Concierto para violín-. La musicalidad brindada fue de tal magnitud, que el director hizo “cantar” a la orquesta en el buen sentido de la palabra. Eso demuestra el excelente trabajo de preparación y ensayo previo por parte del director y los músicos desde los primeros compases de la mencionada Obertura de Schubert –conocida vulgarmente como Rosamünde-. Fue compuesta originalmente como obertura de ópera en 1820 por encargo del Theater an der Wien para el drama Die Zauberharfe (“El Arpa Mágica”). Debido a que su estreno fue un fracaso rotundo, la obra desapareció para siempre de los escenarios. No obstante, Schubert la rescató posteriormente y la incluyó dentro del ballet “Rosamünde, Princesa de Chipre”. A partir de allí, la obra adquiere su denominación popular y forma parte del repertorio habitual y tradicional de conciertos. Comienza con un Andante al unísono, introducida por el timbal y los bronces para luego desembocar en un Allegro vivace, compuesto por dos temas que contrastan entre sí en un diálogo fluido, para desembocar posteriormente en un Scherzo giocoso hacia el final de la obra –que será retomado por Paul Dukas como fuente de inspiración para El Aprendiz de Brujo-. Gustavo Gimeno brindó una excelente marcación de los tempi y de las entradas de los diferentes instrumentos, logrando una versión exquisita, representativa de la quintaesencia vienesa. Y el público respondió con un cálido y prolongado aplauso.


Seguidamente, Julian Rachlin brindó una monumental ejecución del celebérrimo Concierto en Mi menor de Mendelssohn, donde demostró ser un auténtico virtuoso del violín. No sólo tocó de memoria, sino que logró un sonido purísimo desde el inicio de la obra (Allegro molto appassionato) Posee una técnica y un fraseo perfectos, logrando un equilibrio sonoro en los tutti, pianissimi, cantabile y en las notas más agudas, al igual que las cadencias en cascada. Unido esto al temperamento y la garra de Gimeno en el podio, el resultado fue una versión de antología. En lo personal, una no recordaba haber escuchado una versión tan perfecta desde aquella que supieron interpretar Boris Belkin y Yuri Simonov con la Filarmónica de Buenos Aires en 1980. Volviendo a la presente, fue ejecutada de manera solemne, pero sin perder su tinte y espíritu románticos. La originalidad de Gimeno fue hacerlo en forma attaca (sin interrupción) y cambió el concertino, logrando un diálogo perfecto entre orquesta y solista. Los solos de oboe del 2° movimiento (Andante) sonaron muy redondos y precisos. Y en el 3° movimiento (Allegreto non tropo/ Allegro molto vivace), la apoteosis del romanticismo fue total. Al final de la obra, el público estalló en aplausos y quería un bis. Para ello, Rachlin contó con la complicidad del concertino Haoxing Liang, quienes comenzaron –en forma alternada- a tocar los primeros acordes de La Cucaracha, lo cual despertó risas por parte del público. Fue una soberbia transcripción para dos violines de la tradicional canción mexicana, además de una brillante humorada sinfónica –al estilo de Gaucho con botas nuevas, de Gilardo Gilardi-, donde ambos demostraron sus habilidades como excelentes violinistas que son. Y se retiraron ovacionados.


Para la segunda parte del concierto, la orquesta ofreció una versión magistral de la archiconocida Sinfonía n° 1 en Do menor de Brahms, que sobresalió por su musicalidad y su profundidad sonora. Gustavo Gimeno logró una interpretación brillante en todos los sentidos, exaltando las características de la música de Brahms: solemne, romántico y marcial a la vez. Si bien todos los músicos se destacaron, el mencionado concertino Haoxing Liang brindó un solo de violín de antología, al igual que el oboísta Fabrice Melinon. Naturalmente, el público aplaudió de pie a la agrupación y al director. Tras una ovación prolongada, llegaron los bises: una exquisita versión de la Danza Húngara n° 1 de Brahms y una vibrante interpretación de Libertango, de Astor Piazzolla. Para esta versión, la percusionista a cargo del redoblante –Beatrice Daudin- marcó el ritmo con escobillas de metal, seguida por el resto de la orquesta. La ovación fue total y todos se retiraron sumamente agradecidos.


El ciclo del Mozarteum Argentino siempre se destacó por la calidad de los intérpretes y de las agrupaciones sinfónicas, y la Filarmónica de Luxemburgo no fue la excepción. Demostró que no sólo está a la altura de las mejores del mundo, sino que también cuenta con un director de la talla de Gustavo Gimeno. Si se le suma un virtuoso como Julian Rachlin, el resultado está a la vista: una combinación perfecta de estilo, tradición musical y excelencia interpretativa en una auténtica noche de Colón, que quedará registrada como uno de los principales eventos del año.