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La gran violinista alemana se presentó en el Colón

MAGNÍFICA LABOR DE ANNE-SOPHIE MUTTER

 

Teatro Colón

Viernes 1ero de Noviembre de 2019.

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

 

Mendelssohn: Octeto para cuerdas, en mi bemol mayor, opus 20;

Bach: Concierto para dos violines, cuerdas y bajo continuo, en re menor, BWV 1043;

Vivaldi: Las Cuatro Estaciones, opus 8 Nºs 1, 2, 3 y 4.

Anne-Sophie Mutter, violín y “The Mutter Virtuosi”. 

 

Ya era una de las violinistas más importantes del mundo cuando actuó por primera y única vez en el Colón, en 1998, y ahora después de más de dos décadas de ausencia Anne-Sophie Mutter demostró el viernes que sigue manteniendo tal cual ese lugar. Verdadero “animal musical” en el sentido más positivo de la expresión (ganó un Premio Federal tocando el piano a cuatro manos con su hermano Christoph a los siete años), la eximia artista de Baden-Würtenberg (56) se presentó en esta ocasión acompañada por el conjunto camarístico denominado “The Mutter Virtuosi”, formado por becarios de su propia Fundación, en un concierto que alcanzó picos de espléndido nivel, seguido fervorosamente por un público que colmó la sala de la calle Libertad.

 

El Octeto, de Mendelssohn

Lo primero que cabe detallar de la jornada es la actitud de “antidivismo” de nuestra visitante, que en lugar de brindar un recital como solista, en el que hubiera brillado como superlativa estrella, prefirió reaparecer en cambio rodeada de jóvenes instrumentistas de cuerda que la acompañaron por cierto con elocuente convicción y esmerada solidez.

 

La pieza que abrió el programa fue el célebre Octeto, de Mendelssohn, escrito (parece increíble) cuando este genuino niño prodigio contaba sólo dieciséis años. Trabajo apasionado, de formas libres, pletórico de riqueza temática, su versión se distinguió por la densidad melodiosa de sus líneas, el fuego de los acentos, la compenetración técnica y estética de todo el grupo. La ingrávida “siciliana” del “andante” mostró atrayentes reflejos disonantes, el “presto” final, cargado de energía, lució esbeltez y fina transparencia. Pero lo más relevante fue el “scherzo” (ese “scherzo” de tanta trascendencia en el devenir de la historia musical, incluso en “Sueño de una Noche de Verano”), cuyas veloces filigranas en “staccato legato” con notas cortas en pianíssimo fueron de admirable diafanidad.

 

El Concierto para dos violines, de Bach, que siguió, vibrante, bien trabado y acentuado, reveló tensión en todo su transcurso, en el que sobresalió el solista Mohamed Hiber por sus exquisitos trazos en la zona central en el “largo ma non tanto”, armonioso mensaje de paz y serenidad tan propio de la espiritualidad superior del “Kantor” de Santo Tomás. Digamos también que el concertino Ye-Eun Choi se había distinguido por su sólido juego de respuestas y contracantos con Anne-Sophie Mutter en el vigoroso “vivace” inicial.

 

“Las Cuatro Estaciones”

Conviene precisar antes de seguir adelante que si bien los “Mutter Virtuosi” (catorce miembros) pueden no ser una agrupación de primera magnitud internacional, lo cierto es que se trata de un corporación si se quiere impecable en punto a ajuste, equilibrio, calidez de sonido y esmerada técnica, todo bien modelado y armado con sabiduría sobre la base de tres cellos y un contrabajo que conformar la plataforma insustituible de todo el “ripieno”.

 

En cuanto a la gran artista alemana, debe decirse que más integrada al resto en las dos primeras obras, lució en cambio toda su espléndida dimensión individual en las trilladas “Estaciones”, de Vivaldi. El deslizamiento fluido de su arco, la seriedad y comunicatividad de su permanente y ordenada guía, la sutileza con que graduó las distintas intensidades, fueron todos factores que contribuyeron a plasmar una traducción de rítmica predominantemente airosa, impetuosa y renovada de estos cuatro conciertos.

 

La versión tuvo, en efecto, como común denominador, alma global concisa, tocantes claroscuros, sensibilidad en las respiraciones y pureza estilística. La gran solista, además de fraseo de alto vuelo, acreditó un lenguaje de refinada plasticidad, cadencias redondas, ideas muy claras de lo que tenía entre manos. Es cierto que en algún momento, ya hacia el final, pudo percibirse algo del cansancio del brazo (el “largo” del “Invierno”). Pero ello no empañó para nada su toque, notable en figuraciones vertiginosas en voces medias y suaves, escalas, trémolos y “gruppetti” virtuosos, la permanente esfericidad y homogeneidad de sus notas, limpias, templadas y nada estridentes a lo largo de toda su extensa tesitura.

 

Calificación: excelente

 

Carlos Ernesto Ure