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"Orfeo ed Eurídice” en el Teatro Colón 

Teatro Colón

Mártes 12 de Noviembre de 2019

 

Escribe: Eduardo Balestena

 

 

Orfeo y Eurídice, ópera en tres actos -1762-
Música: Christoph Williband Gluck (1714-1787)
Libreto: Raniero de Calzabighi (1714-1795)
Dirección musical: Manuel Coves
Elenco: Orfeo, Daniel Taylor (contratenor);  Eurídice, Marisú Pavón (soprano); Amor, Ellen McAteer soprano
Orquesta Estable del Teatro Colón.
Coro Estable del Teatro Colón, director del coro: Miguel Martínez
Dirección de escena y coreógrafo: Carlos Trunsky
Diseño de escenografía: Carmen Auzmendi
Diseño de iluminación: Raúl Conde

 

 

El influjo del mito órfico fue central en la cultura y la religión griegas y en la Grecia clásica; significó una concepción espacial de la muerte y del Hades, algo situado subterráneamente a lo que se pugna por llegar y ese influjo ha seguido hasta hoy (el amor, la muerte y la autodeterminación están presentes en obras tan diversas como Tristán e Isolda o Romeo y Julieta.


La obra de Gluck toma los elementos esenciales del mito y conforma un drama sin aditamentos donde cada elemento se encuentra utilizado con el sentido de funcionalidad propio del drama griego.


Música y voces
 El resultado musical estuvo sustancialmente signado por ciertas discontinuidades en los tempi y acentos orquestales y en la nula expresividad de Daniel Taylor en el rol central.


Si bien la orquesta tuvo un sonido delicado, preciso y cristalino, fundamentalmente en los pasajes rápidos, perfectamente ajustados, con un ataque suave y progresivo de los comienzos de las frases que esta textura musical demanda, los tempoi  no respondieron a las demandas y posibilidades de la partitura, la bellísima Danza de los espíritus bienaventurados, por ejemplo, fue abordada con una rapidez y falta de acentos que dio por resultado una absoluta superficialidad en tan hermosa parte. En su rol de acompañante de Orfeo, por el contrario, el tempo fue lento y sin matices.


La línea de canto plantea el elemento musical en sí mismo: una melodía abierta que fluye y que la orquesta sostiene y comenta. En el caso de Orfeo, graves poco audibles y  ningún matiz su fraseo dieron por resultado la virtual ausencia de una línea melódica, de colores y un peso vocal sobre el cual edificar los estantes aspectos: la verosimilitud de la acción dramática y la sensibilidad del mensaje. No hubo casi momentos de belleza en el canto y los que hubo obedecieron a la belleza intrínseca de la partitura de Gluck.


Ellen McAteer se desempenó con corrección, lo mismo que Marisú Pavón, quien, no obstante, mostró problemas de afinación.


El coro, situado en el foso en lugar de en el escenario, al que le cabe el rol dado en el clasicismo griego, en el sentido de ser el comentarista de la acción, fue el mejor elemento vocal de una versión de exiguos recursos en ese aspecto.


La puesta
Enrolada en un criterio conforme el cual la ópera es como un palimpsesto de escritura necesariamente perfectible, sobre el cual es válido o aun necesario escribir nuevos sentidos que iluminen, actualicen o redescubran sus posibilidades, la puesta de Carlos Trunsky hizo alteraciones en la obra original –a la que transformó de una ópera en un ballet-  como la supresión del bellísimo Intermezzo de los Campos Elíseos, un fragmento de absoluta belleza y cambió el final.


En lugar de ubicar al coro en el palco escénico, ya que es un verdadero personaje, se lo hizo en el foso, obedeciendo a la idea de que el aspecto balletistico era de mayor importancia. Sin embargo, la danza contemporánea no responde al ideal de utilización de los elementos esenciales propia del clasicismo. Por el contrario, se abundó en aspectos que obedecen no a la fidelidad a la obra y a su sentido intrínseco sino a las ideas de quien la pone en escena, convirtiendo a la ópera en un material a enmendar y completar.


Escenografía e iluminación brindaron un adecuado soporte físico para expresar los espacios propios del Hades y de la marcha hacia la luz.


El vestuario estuvo marcado por la utilización de trajes cruzados de colores oscuros en el protagonista y miembros del ballet y en general atuendos –o la falta de ellos- nada congruentes con la centralidad del drama.


Ciertamente, las oportunidades de poder asistir a una representación de una obra muy bella en sí misma y de gran importancia histórica y estética no son muchas y resulta lamentable que al llevarla a escena no se lo haga centrándose en sus aspectos musicales y vocales.    

 

   
Eduardo Balestena