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El Metropolitan de Nueva York y su producción de “Agrippina”

 

Metropolitan Opera

Nueva York

Domingo 1ero de marzo de 2020


Escribe: Néstor Echevarría 


Nueva York (Especial). Conocido es el hecho de que una entidad absolutamente influyente en el movimiento mundial de la ópera en estos tiempos, es el Metropolitan Opera House de la ciudad de Nueva York. Con sus ciento treinta y siete años de vida artística, de los cuales los últimos cincuenta y cuatro los viene cumpliendo en su sede actual del Lincoln Center for the Performing Arts, es indubitable su peso en el sostenimiento del género lirico como un coloso del espectáculo.


Cuenta ello no solo en el ámbito arquitectónico del teatro propiamente dicho sino en su intensa labor con trasmisiones radiales en muchos años desde el avance de la radiofonía (se comenzaron en la vieja sede original de la avenida Broadway) hasta culminar con sus trasmisiones satelitales desde hace tres lustros que llegan a mas de dos mil salas y setenta países del planeta y que en nuestro medio realiza la Fundación Beethoven.


No cabe duda entonces que el haber vivido esta nueva experiencia presencial en el Met siempre resulta enriquecedora. Haber asistido en un primer contacto en este viaje a la “prermiére” en el Metropolitan Opera House de Nueva York, de una temprana opera de Georg Friedrich Haendel como es “Agrippina”, lo reafirma.


Efectivamente, siguiendo la ola de reencuentros de otros grandes teatros liricos con esta ópera compuesta a los veinticuatro años por el compositor de Halle, y estrenada en Venecia, en el año 1709 en el teatro de San Giovanni Crisostomo (a partir del estreno llegó a las veintisiete representaciones) con libreto del entonces influyente cardenal Vincenzo Grimani, y todo fue consecuencia de ese viaje por Italia demostrando dominio del estilo y esa gran expresividad melódica y concepción armónica que caracteriza al autor.


Destinada a mostrar temáticamente el antagonismo entre Agrippina y Poppea por instalar en el trono a su hijo Nerón la primera y a su amante Otón la segunda.muestra un lenguaje de arias , escenas y recitativos que van dando fundamento de la opera barroca haendeliana. Fue la segunda ópera italiana de Haendel y queda como su última composición en ese país.


Pues bien, el cometido del Met en esta oportunidad fue exhumar “Agrippina” sobre la base de tres pilares, La dirección musical del británico. Harry Bicket, oriundo de Liverpool ,donde nació en 1961 y se ha especializado en el barroco siendo a la vez clavecinista y organista; la creación escénica del productor escocés, nacido en Glasgow hace 54 años, David Mc Vicar , en una visión contemporánea del tema ; y en lo vocal, la excelente protagonista, nuestra bien conocida Joyce DiDonato, mezzosoprano nacida hace cincuenta años en Kansas. una relevante interprete actual en esa cuerda a quien recordamos no solo del Colón (tuvo cuatro intervenciones memorables) sino del Teatro Real de Madrid hace un par de años. Y que lleva ya mas de un centenar de funciones en el Met.


A través de una cuidadísima puesta contemporánea, bien llevada, dinámica, con cierta intención parodiante del tema y estableciendo gags, siempre atento a la trama, cuya escenografía y vestuario sintéticos y referentes fueron de John Macfarlane (también de Glasgow), todo el conjunto funcionó como un verdadero engranaje durante la extensa duración de tres horas y cuarto –con un intervalo- de la partitura haendeliana, ante una brillante exposición musical de Bicket con una orquesta de maravillas como es la del Met neoyorquino.


Y con un elenco parejo, de buenas y ricas voces, porque además de DiDonato que maravilló en las arias de Agrippina, con su emisión brillante, expresiva y la bella voz de mezzosoprano y sus recursos escénicos altamente probados, se conformó un eficacísimo “cast”. En tal sentido cabe resaltar la Poppea de Brenda Rae, el Nerone cantado por la mezzo Kate Lindsey, el Otone del contratenor inglés Iestyn Davies, la buena concepción vocal y escénica del barítono escocés Duncan Rock y el bajo Matthew Rose, entre otros. Todos como piezas de un engranaje aceitado e impecable.
Una versión musical y dinámica entonces, que el público premió con visible entusiasmo y que en su innovadora puesta como viene siendo lugar común en las representaciones del presente de ese repertorio, logra un efecto sorprendente y atractivo para honrar este Haendel juvenil, virtuoso, que se sostiene como un pilar ineludible del legado operístico barroco.