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En un tocante recorrido por la ópera italiana

 

ESPLÉNDIDA ACTUACIÓN DE KRISTINE OPOLAIS


Teatro Colon

Sábado 30 de octubre de 2021

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

Fotos: Máximo Parpagnoli

 


Cilea: “Io son l’umile ancella”, “Poveri fiori”, Interludio del acto II y Preludio del acto IV, de “Adriana Lecouvreur”; Verdi: “Canzone del salce” y “Ave Maria”, de “Otello”; Wagner-Liszt: Muerte de Amor, de “Tristán e Isolda”; Catalani: “Ebben? Ne andrò lontana”, de “La Wally”; Boito: “L’altra notte in fondo al mare”, de “Mefistofele”; Puccini: Intermezzo y “Sola perduta, abbandonata”, de “Manon Lescaut”, “Vissi d’arte”, de “Tosca”, “Un bel dì vedremo”, de “Madama Butterfly” y “Oh mio babbino caro”, de “Gianni Schicchi”; Dvorák: Canción de la Luna, de “Rusalka”. Kristine Opolais, soprano, y Marcelo Ayub, piano.

 

Nadie duda que Kristine Opolais es una de las figuras más destacadas de la lírica internacional de las dos últimas décadas. Es que con un “background” de proporciones (Scala, Met, Covent Garden, Viena, Berlín, Munich), en papeles de altísimo compromiso, la soprano letona (41), casada en su momento con el maestro Andris Nelsons y formada en la Academia de Música de su país, ha venido desarrollando una carrera de éxitos crecientes, reforzada incluso por sus remarcables cualidades teatrales.

 

El sábado se presentó por primera vez en el Colón, en un recital de gran categoría, en el que fue acompañada al piano por Marcelo Ayub. Esta vez sin restricciones (o sea con localidades disponibles al cien por cien), la función, en la que no se sabe por qué no se entregó programa impreso, se extendió por espacio de noventa y cinco minutos, con un pequeño intervalo y culminó con un público enfervorizado, aplaudiendo de pie.

 

Características

Poseedora de un color intermedio, absolutamente parejo pero que no es oscuro, nuestra visitante ha venido abordando sin embargo con total comodidad partes dramáticas y “spinto”. Es cierto que a esta altura de su trayectoria, se lo debe decir, la artista de Rezekne exhibió algunos agudos un tanto forzados (aún en un si bemol) y que en más de un momento (sobre todo en el inicio) las medias voces en las zonas central y grave se oyeron abiertas y afectadas por un “vibrato”, problema que fue corrigiendo paulatinamente al conseguir ir cubriendo todas las notas.

 

Pero ello no influyó en el nivel general de la jornada, ni empañó las reverberaciones verdaderamente diamantinas de su metal. La artista de Latvia lució en efecto emisión franca, buen caudal, ataques netos (“Un bel dì vedremo”), asombrosa facilidad para transportes y modulaciones, y además de ello, a favor de una técnica impecable manejó su voz con absoluto control.

 

A esto cabe añadir una gestualidad intensamente comunicativa, como si estuviera viviendo cada personaje, y un timbre redondeado, de alma pura y sin fisuras, para plasmar una velada superior, dedicada esencialmente al repertorio lírico italiano, con sólo dos excepciones: una transcripción wagneriana de Liszt, totalmente prescindible, y la Canción de la luna, de “Rusalka”, vertida con conmovedores acentos a partir de su impactante aparición en la sala desde el fondo de la platea.

 

Entrega y pasión

Cabe apuntar que a lo largo de toda la noche, Kristine Opolais mostró también un pasaje alto decididamente superlativo por la sencillez del despliegue, penetrante convicción dramática y un “legato” de impecable rango.

 

Tuvo asimismo un fraseo de fino rango y una línea si se quiere de cálido lirismo en “Ebben? Ne andrò lontana”, recorrió las escalas trágicas de “L’altra notte in fondo al mare” (la gran aria de Claudia Muzio y María Callas) con inflexiones y complexión dinámica de excelente factura, al igual que en la “Canzone del salce”, y protagonizó un alarde al entonar la mitad de “Vissi d’arte” de espaldas al público.

 

En el triste “largo” “Sola perduta, abbandonata” su fuerza expresiva resultó notable, todo ello sin perjuicio de una línea que siempre se deslizó con fina plasticidad. En síntesis: hizo en todo momento que lo difícil pareciera naturalmente fácil.

 

En lo que hace a Marcelo Ayub, quien se desempeña como maestro interno del Colón por lo que transita habitualmente todo el repertorio melodramático, digamos que requerido en los últimos instantes, su cometido tuvo sus más y sus menos, con particular relevancia en los fragmentos de figuraciones más delicadas y transparentes.

 

Kristine Opolais debió haber sido acompañada por el reconocido pianista y director yanqui-armenio Constantine Orbelian, titular de la New York City Opera. Pero el caso es que el miércoles al llegar a Ezeiza, éste sufrió una caída que lo dejó fuera de combate, por lo cual se vio obligado a regresar de inmediato al hemisferio norte.

 

La cantante, en cambio, en cuanto arribó a Buenos Aires, quiso visitar de inmediato el Colón. Pero una vez en su interior, quedó fuertemente impresionada por las dimensiones del recinto (uno de los más grandes que había visto en su vida). Lo llamó entonces a Jonas Kaufmann para trasmitirle su inquietud, pero el gran tenor la tranquilizó rápidamente, explicándole que nuestro primer coliseo poseía una acústica de excepción, genuinamente privilegiada, por lo cual no iba a tener ningún problema de audición.

 

 

Calificación: excelente

Carlos Ernesto Ure

 

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