La nostalgia como denominador común en un concierto de gran jerarquía.
Teatro Colón
Lunes 27 de junio de 2022
Escribe: Alejandro Domínguez Benavides
Programa: 
      G. Lekeu – “Las  flores pálidas de la memoria” Adagio para cuarteto orquestal.
      F. Chopin -  Concierto para piano No. 1 en Mi menor Op. 11 
      J. Brahms -  Sinfonnía No. 2 en Re mayor Op. 73
Orchestre Philarmonique Roale de Liège
Director - Gergely Madaras 
      Piano - Nikolai Luganski
      Presentó: Mozarteum Argentino.
      Calificación: Excelente
“En cuanto doy alto sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia infinita a lo finito con todo ello romantizo”. Con estas palabras definía Novalis, de manera cabal en Ich romantiserie, la esencia de lo romántico, dichas palabras se tradujeron en música en el programa ofrecido por la Orchestre Philarmonique Royale de Liège presentada por el Mozarteum Argentino en una nueva elección de indudable jerarquía donde la nostalgia fue el denominador común de las obras interpretadas.
    En primer lugar ofrecieron un merecido tributo a Guillaume  Lekeu un compositor poco recordado en nuestras salas de concierto.  Fue parte de los discípulos informales de  César Franck , vale decir aquellos que se formaron fuera del Conservatorio – lo  hicieron en colegios o clases particulares-. El carisma de Franck atrajo a muchos  jóvenes entre los que se contó su compatriota Lekeu, una joven promesa que aprovechó  las postreras enseñanzas de Franck. En esa relación se dio una genuina  comunidad con el maestro. 
    Lekeu murió a los veinticuatro años con fama de prodigio, no  son pocos los que han llegado a compararlo con Mozart y Rimbau, dejó cuarenta  obras según el catálogo de P.G Langevin donde está incluida la que escuchamos,  inspirada en un verso de George Vanor y dedicada a la memoria de su  maestro.  Debusy fue claro, según Laura  Novoa, cuando expresó: “César Franck no es francés, es belga. Si hay una  escuela belga junto a Franck, Lekeu es uno de sus más destacados  representantes”.
    El  tono elegíaco de “Las flores pálidas de la memoria” Adagio para cuarteto  orquestal de Guillaume Lekeu se percibe en la melodía principal, triste, fúnebre  y bella fue el pórtico donde se pudo apreciar la calidad interpretativa de los  maestros que integran la prestigiosa orquesta belga, principalmente, en esta  obra, las cuerdas lograron ejecutar una conmovedora conjunción donde los  violines, violonchelos y contrabajos lograron destacarse en unidad sonora. 
    Siguiendo  en esa línea la presentación del pianista Nikolai  Lugansky (Moscú, 1972) fue una admirable expresión de equilibrio y refinamiento.  El concierto N° 1 de Chopin es un genuino representante  del romanticismo europeo y que se presta a la  desmesura en la que no cayó Lugansky, al contrario su interpretación fue serena,  impecable la técnica y  una mesurada expresividad,  alejada del divismo. El protagonismo se lo dejó a la obra de Chopin a la que se  ha juzgado equivocadamente desde los lejanos tiempos de su estreno, como  insustancial.
    Lugansky  en su rol de solista se alejó del tono meloso -en el que suelen caer algunos  pianistas- y ofreció una interpretación de calidad y delicadeza, nos basta  recordar algunos momentos sublimes: los trinos del Alegro maestoso con que irrumpe  el piano, en el primer movimiento,  admirable  encuentro dialógico con las cuerdas en el  Larghetto y la ágil interpretación del Rondo (“allá polaca”) al final. 
      Estas  notas sobresalientes, que señalamos fueron acompañadas por la orquesta dirigida  por el maestro Madaras que contribuyó a que la destacada presencia de uno de  los pianistas más importantes de nuestro tiempo luciera con mayor esplendor.  Lugansky ofreció como bis el  Preludio nº7, Op. 23 de Rachmaninov.
    Johannes  Brahms y su Segunda Sinfonía fue la elegida para concluir el programa. Recuerda  Claudia Guzmán, en el programa de mano una carta del 22 de noviembre de 1877  donde el autor le confiaba a su amigo Fritz Simrock que la obra “es tan melancólica  que quizá no puedas soportarla, Nunca he escrito algo tan triste y la partitura  debe provenir del luto”.
    No  sabemos que le habrá comentado su amigo después de escucharla lo cierto es que la  sinfonía de Brahms más allá de sus apreciaciones comienza con un Aleggro non  tropo donde Madaras le dio  el preciso toque  bucólico que expresado en una melodía inspirada en un ritmo de vals. Allí los  chelos; la flauta traversa, los violines, y las trompas lograron un sonido  envolvente, difícil de expresarlo con palabras.   El clima sombrío del Adagio non troppo, - da la razón a Brahms-  no obstante la tristeza estuvo expresada  por los oboes, cornos y flautas que se  destacaron sin romper el equilibrio de los violines. Un movimiento de gran  lirismo que da paso al tema principal del Allegretto grazioso, que abre las  compuertas a la explosión gitana del movimiento final. 
    Como  despedida la Orchestre Philarmonique Royale de Liège interpreto la Danza Hungara  n° 5.
    El  Mozarteum Argentino después de cada presentación nos trae el recuerdo de una  frase de Goethe: “Las alegrías estéticas nos mantienen en forma mientras casi  todo el mundo está sometido a la pasión política”.

    

