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Nelson Goerner en el Colón

 

UN VERDADERO FESTIVAL PIANÍSTICO

 

Teatro Colón

Lunes 5 de septiembre de 2022

 

Escribe: Carlos Ernesto Ure

 

Chopin: Baladas N° 1, en sol menor, opus 23, N° 2, en fa mayor, opus 38, N° 3, en la bemol mayor, opus 47 y N° 4, en fa menor, opus 52; Debussy: Estampes; Albeniz: Cuaderno IV de la suite “Iberia”. Nelson Goerner, piano.



Alumno de Juan Carlos Arabian y Carmen Scalcione en Buenos Aires y Maria Tipo en el Conservatorio de Ginebra (en el que es profesor), a partir de esta plataforma y de su triunfo en diversos certámenes, Nelson Goerner (53) desarrolló una carrera internacional de altísimo nivel, que lo llevó a actuar nada menos que con las Filarmónicas de Viena, de Londres y de la BBC, la Hallé de Manchester, Sinfonía Varsovia, la NHK de Tokio, la Orquesta de la Suisse Romande y a tocar, entre otros, en el Concertgebouw de Amsterdam y los Festivales de Salzburgo, de Verbier, Lucerna, La Roque d’Antheron y Edimburgo. En una nueva visita a nuestro país el pianista sampedrino (residente en Suiza) volvió a presentarse el lunes en el Colón, en quinta función de abono del Mozarteum Argentino, y ofreció un recital, se lo debe decir, de encumbrada categoría, notable en sus acabados diseños dinámicos, sus conceptos expresivos, la interpenetración del discurso.   

 

Las Baladas de Chopin

Género para laúd y refranes cantados, la balada, propia de los trovadores medievales, fue adaptada por Chopin para piano solo, siguiendo los pasos de Carl Loewe y  manteniendo desde ya su trasfondo narrativo y su halo de cuento musical.

 

Las cuatro Baladas vertidas en esta oportunidad (poemáticas, “llenas de sentimientos intensos” según Schumann), únicas que escribió su autor entre 1831 y 1842, mostraron ya desde su “forte” acorde inicial ("largo", “pesante”) cuál iba a ser la tónica interpretativa del tecladista. En efecto: alejado de la senda romántica (o ultra romántica) a la que son y fueron afectos tantos otros traductores del compositor polaco de todos los tiempos, el discurso de Goerner se manejó dentro de un marco si se quiere intermedio, sin desmayos ni las afectaciones típicas de la búsqueda de fácil exitismo, mas con un lenguaje “anti efectista” de equilibrada complexión, y tendencia encauzada dentro de una estilística noble y depurada, tanto formal como en sus meandros más íntimos.

 

En este contexto, cabe apuntar que aparte de algunos contrastes algo demasiado pronunciados, en sus ejecuciones alternaron la nitidez de las notas con el manejo de exquisitos claroscuros y “ritenuti”, esmaltado fraseo, pianissimos como cascadas de perlas, límpidas escalas. Dentro de un plano de general compensación, y con lenguaje si se quiere doliente no exento de vigor, quizás la tercera Balada destacó por la belleza de sus acordes, su línea exquisitamente cantábile, así como también la delicadeza de la pulsación intercalada con giros de contagiosa elocuencia. La cuarta constituyó un verdadero “tour de force” para el pianista, cuyas dificultades técnicas sorteó con amplia solvencia.

 

Francia y España

La segunda sección de la velada se inició con tres páginas muy finas, las “Estampes”, de Debussy, plenas de imágenes, volcadas por nuestro compatriota con arpegios ingrávidos, trazos evanescentes y colores de magnífica levedad, casi podría decirse que trabajados en cada nota. Gradaciones de absoluta naturalidad en “Jardins sous la pluie”, descriptivas ondulaciones entrelazadas con vívidos gestos rapsódicos, dominio de piezas de compleja efusión, fueron todos elementos que modelaron como común denominador una estética impresionista de magnífica llegada.

 

La última parte, con el Cuaderno IV de la Suite “Iberia”, de Albéniz, introdujo un neto cambio debido a la vibración castiza ínsita en sus partituras. Poderosa, tenida por el máximo exponente del pianismo español de todos los tiempos, Goerner abordó los tres números de esta serie con armoniosa plasticidad e interacciones y refinadas reverberaciones  en sus intercalados juegos de luces. Su entrega de “Eritaña” (una famosa venta en las afueras de Sevilla), con sus vertiginosas seguidillas “a moto perpetuo” derrochó alegría, vivacidad en su ardua complejidad rítmica y fue puro cromatismo andaluz, al tiempo que “Jerez”, objeto de una interpretación introspectiva, de diáfana suavidad y grácil pulsación (los pianissimos finales, sutiles campanitas, resultaron mágicamente audibles) no vio desdibujada para nada su impronta por ciertas líneas de mayor ímpetu y sonoridad, perfectamente controladas.

 

          En síntesis, para los amantes del piano, se trató de una genuina fiesta, que permitió aquilatar el elevado grado de madurez artística alcanzado por el tecladista bonaerense. Como agregados, un Intermezzo, de Brahms, el Estudio opus 10 N° 4, de Chopin y la Rapsodia Húngrara N° 6, de Liszt, permitieron reafirmar la calidad de su fraseo y un despliegue siempre brillante en gamas bien diferentes.

 

Calificación: excelente                                         

 

 

Carlos Ernesto Ure