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Concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional

 

Sala Sinfónica

Miércoles 7 de septiembre de 2022

 

Escribe: Eduardo Balestena

 


Orquesta Sinfónica Nacional de Argentina

Director: Luis Gorelik

Solista: Marcelo Balat, piano

Coro Polifónico Nacional

Antonio Domeneghini, director del coro

Recitante: Ingrid Pellicori

Sala Sinfónica, CCK.


La Orquesta Sinfónica Nacional abordó obras representativas de muy diferentes texturas y concepciones musicales en su concierto del 7 de septiembre.

 

Concierto para piano y orquesta nro. 2 en sol mayor, opus 95, de Bela Bartók (1881-1945)

Estrenado en 1931, es, por su virtuosismo, quizás una de las obras de mayor dificultad técnica del compositor. Construido a partir de un elemento recurrente con el cual el piano abre la obra, el primer movimiento –Allegro- alterna, en su esquema de: rápido-menos rápido, pasajes contrapuntísticos, transformaciones del motivo inicial y cambios rítmicos. Es de una complejidad extrema. No interviene la cuerda pero el diálogo que establece el instrumento solista con metales –trompetas, trombones, cornos: que trabajan ya por alternancias ya por construcción de acordes con aportes de los distintos timbres-, y maderas es muy nutrido y “cruzado”, por así decirlo, ya que no siempre responden al mismo motivo. Hay, en la concepción del compositor que asume un pianismo percusivo, cierto sentido de marcha y avance indeclinable. La sensación es que el todo se mueve como una máquina extremadamente precisa, que acumula una tensión que si bien permuta con otros elementos no se disipa.

 

El Adagio-presto-piu adagio del segundo movimiento cambia de la intensidad inicial a un diseño de la cuerda que recuerda al comienzo de la Música para Cuerdas, Percusión y Celesta. Se turnará con un motivo del piano que parece una transformación del que abre el primer movimiento, y el diálogo instrumento solista-orquesta se establece en una alternancia –entre el piano y la orquesta- más que en una imbricación cerrada como en el primer movimiento. Entre el glissando del timbal y el piano se establece un diálogo que recuerda al tercer movimiento de la Música para Cuerdas… , con una sensación de acechante misterio. Este paisaje sonoro cambia bruscamente en la sección central del movimiento –presto- con un diseño de gran complejidad rítmica, que se resuelve finalmente en el piu adagio.

 

Hacia el final, ahora con el aporte de la cuerda, la obra responde a una forma cíclica, ya que reaparece el motivo del comienzo, esta vez con diferentes aportes tímbricos en pasajes de motivos cambiantes y gran rapidez.

 

Se trata, como vemos, de un tour de force, al ser una obra de gran demanda en la precisión, la energía y los permanentes cambios que Marcelo Balat interpretó con el virtuosismo que lo caracteriza, sin vacilaciones, con precisión absoluta y la gradación de volúmenes que el opus requiere. Lo hizo sin evidenciar tensión, como si una interpretación semejante no le demandara un esfuerzo extra. Perfeccionado en la escuela Reina Sofía, de España, ha llevado a cabo numerosas presentaciones en ese país y ganado premios en certámenes como el “Ciutat de Manresa”, “Eugenia Verdet” y otros.

Se trata de uno de los pianistas más destacados de la Argentina.

 

La Suite nro. 2 del Ballet Dafnis y Cloé, de Maurice Ravel (1875-1937) fue la siguiente obra del programa.

 

El material temático corresponde a partes del ballet original, tales como Amanecer, Pantomima y Danza General.

 

Escrito para los Ballets Rusos, de Sergei Diaghilev, y estrenado en 1912, se basa en una obra griega de Longo, del siglo II.

 

El elemento que predomina es el del tratamiento tímbrico, el color orquestal y sus gradaciones, de gran sutileza, lo cual demanda un fraseo también muy sutil y un sentido de la frase instrumental como un discurso espontáneo que parece seguir las inflexiones del habla. En la versión completa el coro más que por la palabra se expresa por la sílaba, creando climas evanescentes.

 

La amalgama de timbres, al mismo tiempo diferenciados, que forman parte de un todo pero resultan en sí mismos reconocibles, es el equilibro por el que transita una obra sensorial, en aquello que transmite y el en modo en que lo transmite.

 

Hacia el final, un pasaje de la cuerda, seguido por intervenciones del oboe, el clarinete y las arpas conducen a un extenso solo de flauta –interpretado por Amalia Pérez- que resume en sí mismo el carácter sensual y delicado de la obra: más que escucharlo, somos llevados por él a un espacio imposible de imaginar, ya que no parece encaminado a un cierre determinado sino a un permanente avance cuya resolución no podemos vislumbrar y que nos sorprende una vez que se produce. Valga para connotar el carácter de una obra que, de un modo diferente al concierto que la precedió, es también virtuosística.

 

Sinfonía nro. 2, “Sinfonía Bíblica”, de Juan José Castro (1895-1968)

El maestro Luís Gorelik –como antes respecto de las obras previamente interpretadas- hizo una significativa referencia a este opus, a la figura de Juan José Castro y a la época y circunstancias de la gestación de lo que -clasificando a este trabajo con precisión formal- denominó un oratorio, que, a la manera de los de Haydn, se basa en el fragmento de un texto religioso y de otro poético, de los cuales la música es un desarrollo, con lo cual no se trata, en sentido estricto, de una sinfonía.

 

Conforme lo refirió, tanto la amistad de Victoria Ocampo y Juan José Castro, como su colaboración en distintos proyectos y su estancia en París (donde Juan José Castro fue alumno nada menos que de Vincent D´indy) fueron elementos centrales en la elaboración de esta obra. Como director de la Orquesta de la Asociación del Profesorado Orquestal, Juan José Castro solía estrenar obras de compositores como Igor Stravinsky, poco después de que lo fueran en Europa, sirviendo Victoria Ocampo de vínculo con los compositores europeos.

 

La “Sinfonía” consta de tres partes: Announciation, Entrée a Jerusalem y Golghota, y los breves textos se encuentran escritos en francés. Hacia principios de la década de 1980 el programa Qué significa lo argentino musical, de Napoleón Cabrera, bien hubiera podido detenerse en esta cuestión: las razones por las cuales una obra argentina se encuentra estructurada a partir de fragmentos escritos en francés, así como su textura musical se basa en antiguas formas, preguntándose qué hay de argentino en ella y cómo se expresa, ya que el canto gregoriano, contrapunto, fuga constituyen la base de su lenguaje. Quizás la respuesta esté en la concepción de la revista Sur -1931- (dirigida por Victoria Ocampo): establecer una posición cultural argentina como parte de Latinoamérica, en un nivel comparable al europeo. Se trata, como señala Beatriz Sarlo (Escritos sobre Literatura Argentina, “Borges en Sur…) “de pensar las ´esencias americanas´ y al mismo tiempo, incorporar un conjunto de textos europeos”. Es en un marco así que quizás debamos pensar a esta sinfonía: un texto al nivel de los europeos concebido desde el Sur ;no parece comprensible una obra así fuera de ese marco.

 

De gran extensión y dificultad, tanto en el coro como en la orquesta, comienza con un ostinato y un motivo que le confieren una sensación de movimiento. Conocedores de la restante obra de Juan José Castro afirman que se trata de un lenguaje más avanzado respecto de otras obras. La textura musical responde a una suerte de paradoja: su lenguaje se basa en la claridad y el despojamiento, pero utiliza fortes y amplios volúmenes sonoros en todo el dispositivo orquestal durante la mayor parte de su desarrollo.

 

Asimismo, tratándose de una obra de inspiración religiosa, suscita no la sensación de placidez, calma y claridad sino la angustia connotada por timbres netos, volúmenes fuertes y dureza melódica. Son muy pocos los remansos de una frase cálida y abierta en un paisaje de aspereza sonora, sin una continuidad de líneas; por el contario, se explaya en la alternancia de diferentes recursos formales.

 

Estrenada en 1932, fue interpretada en Estados Unidos en 1939 y jamás vuelta a ejecutar. Ello da al concierto del 7 de septiembre un valor único: el del rescate de una obra que pertenece a un acervo a descubrir, puesta en el marco necesario para su escucha.

 

Ingrid Pellicori le dio presencia y expresión a los textos en francés, con el timbre de voz que tanto la singulariza, con una dicción en francés que era en sí misma una música.

 

En el Coro Polifónico Nacional hubo presencias como la de Mónica Ferracani, Soledad de la Rosa y Carla Filipcic Holm, lo que es indicativo de su nivel. La orquesta, por su parte, tuvo un amplio lucimiento en obras –cada una a su propio modo- de gran complejidad.

 

En suma, se trató de un concierto relevante por este motivo, por presentar tres obras muy diferentes y brindar referencias acerca de ellas que parecen potenciarlas mutuamente.

 

El maestro Lui Gorelik es, además de un director de orquesta internacionalmente reconocido, un formador y un estudioso, tanto del aspecto formal como cultural y estético de las obras.

 

Es de valorar la posibilidad de una experiencia así en tiempos de crisis, de falta de esencia, donde todo fluye y sigue. Es una muestra de lo que la música nos puede dar y que, como ella, es indefinible.

 

Una vez más, corresponde agradecer al personal de la Dirección Nacional de Organismos Artísticos por su cordialidad y atención.


 

Eduardo Balestena

 

 

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