Concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional
Sala Sinfónica
Viernes 18 de noviembre de 2022.
Escribe Eduardo Balestena
Orquesta Sinfónica Nacional, solistas, el Coro Polifónico Nacional, Coro de niños, coro mixto en el CCK
Directora: Natalia Salinas
Solistsa: Ricardo González Dorrego, tenor; Alejandro Spies, barítono; Walter Swarz, bajo
Coro Polifónico Nacional
Antonio Domeneghini, director del coro
María Isabel Sanz, directora del coro de niños
El oratorio Turbae as passionem gregorianam 0p 43 para 3 cantantes gregorianos, coro de niños, coro mixto y orquesta, de Alberto Ginastera fue la obra abordada en el último concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Fue escrita por encargo del Mendelssohn, de Filadelfia, en 1974. Tanto el comentario de Daniel Varacalli Costas, como la reseña de la obra en el programa del Teatro Colón del 19 de abril de 1980, analizan de una manera exhaustiva tanto la obra como las circunstancias de su gestación y su lenguaje, por demás complejo. Por tal razón, no voy a detenerme en la descripción de las partes que componen el referido oratorio; simplemente es dable señalar que la idea central, más allá de las distintas fuentes litúrgicas, es la idea de las “multitudes enardecidas” y el modo en que ello es expresado musicalmente de muy distintas maneras, con requerimientos técnicos también muy distintos.
El coro aborda ya un canto lírico, ya se subdivide secciones camarísticas, con pasajes extensos en registros extremos –por ejemplo los bajos- y un trabajo en tesituras disonantes, intensas, por momentos agudas y el prolongado pasaje de las onomatopeyas, que instala un clima de angustia, impotencia y confusión.
Los pasajes de las turbas –señala Pola Suarez Urtubey- causaron siempre una impresión de temor al compositor y utiliza fragmentos de los cuatro evangelios referidos a las turbas. Ello confiere a la obra una sensación de universalidad: si algo se hace evidente es este comportamiento tan extremo como errátil de la turba, expresión que ya de por sí denota a un conjunto enardecido.
Los coros, que incluyen solistas dentro de la masa vocal están, de un modo u otro, siempre fuertemente exigidos, ya sea por los registros, la duración o el énfasis.
La concepción del sonido orquestal es, al mismo tiempo, tradicional y vanguardista –remite a la monodia del canto gregoriano tanto como a timbres disonantes- con un paisaje rítmico intrincado y cambiante. Los sonidos son tajantes, pero, al mismo tiempo, por ejemplo en las baterías de la percusión, muy delicadamente elaborados, en la sucesión de distintos elementos, sucesión que debe producirse de una manera extremadamente precisa. De una renuncia total a todo aspecto melódico, queda a los timbres puros, a los esquemas rítmicos y a la combinación de masas sonoras tan intensas como suaves por momentos, todo el peso de esta concepción musical: el resultado no es una música de reposo y consuelo, sino de permanente angustia. Por momentos de una sencillez tan intensa como expresiva en un lugar como el pedal de bajos y cellos en el momento de la crucifixión, en otros los sonidos parecen no identificables en cuanto a los instrumentos que los producen connotan algo indescifrable, producto de varias fuentes sonoras.
En tal sentido, tanto la labor de la orquesta como la de los coros –ello habla de los méritos como directores de María Isablel Sanz y Antonio Domeneghini- y los solistas fue de una total excelencia en su desempeño. La intervención más extensa fue la de Ricardo González Dorrego como el narrador; impecables también en sus intervenciones, Alejando Spies (Jesús) y Walter Swartz (Sinagoga).
La textura es tan intrincada y cambiante que requiere una marcación muy justa en todo momento, así como de un trabajo previo también muy preciso, ya que no parece posible marcar todo durante todo el tiempo. En tal sentido, la labor de la maestra Natalia Salinas fue excelente.
La paradoja que se presenta es la siguiente: la de una obra de contenido religioso que genera angustia, desconcierto y un eterno interrogante nunca resuelto. Una música que no es consuelo, no reconforta sino que impacta. Finalmente la fe parece ser una interrogación. En el curso de esa interrogación se nos orece una obra musical que, más allá de su contenido, vale por sí misma y se impone por elementos puramente musicales.
Eduardo Balestena