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Intenso fervor patriótico en la nueva “Aurora” del Colón

 

HÉCTOR PANIZZA Y EL VERISMO ARGENTINO


Teatro Colón
Martes 24 de septiembre de 2024 


Escribe: Carlos Ernesto Ure


Fotos:  PRENSA TEATRO COLÓN: ARNALDO COLOMBAROLI / LUCIA RIVERO

 


“Aurora”, ópera en tres actos, con texto de Luigi Illica y Héctor C. Quesada, y música de Héctor Panizza.

Con Daniela Tabernig, Fermín Prieto, Hernán Iturralde, Cristián Maldonado, Alejandro Spies, Virginia Guevara, Santiago Martínez y Claudio Rotela. Iluminación de Roberto Traferri, video de Rodrigo Vila y Pablo Margiotta

Escenografía y vestuario de Graciela Galán

“régie” de Betty Gambartes.

Coro (Miguel Martínez)

Orquesta Estables del Teatro Colón (Ulises Maino).

 

Fue realmente de agradabilísimo rango la representación de “Aurora”, que el martes subió a escena en el Colón en quinta función de gran abono (muy pocas a esta altura del año) de la temporada lírica oficial. Hacía nada menos que un cuarto de siglo que la espléndida ópera de Héctor Panizza no se daba. Esto es: que su nueva edición, que incluyó variados cortes, algunos acertados y otros no tanto, constituyó, además de un verdadero acontecimiento patriótico, una atrayente y valiosa novedad para las generaciones actuales.

 

Excelente orquestación

Tocada por su temática estrechamente vinculada a los albores de la Revolución de Mayo, “Aurora” fue la primera ópera argentina que se ofreció en la programación inaugural del Colón, en 1908. Pero además de ello, cabe apuntar que su autor, sin duda uno de los directores de orquesta más sobresalientes de toda nuestra historia musical, plasmó (por encargo) un trabajo por cierto magnífico, predominantemente consonante, de suaves colores armónicos y plagado de agraciadas ideas melódicas. Instrumentado por añadidura con mano verdaderamente brillante, de rica paleta, un discurso de permanente fluidez, ariosos, “quasi parlati” y un esquema rítmico de delicadas pero precisas acentuaciones. Esto sin perjuicio de señalar que nuestro gran melodrama nacional (que debería ejecutarse mucho más seguido), de impulsos fuertemente entroncados con la elocuencia y el depurado lirismo del verismo italiano, se mantiene siempre firme y resistente al paso del tiempo, ello a pesar del indigerible texto reelaborado al castellano por Josué Quesada y Angel Petitta para las presentaciones de 1945 (“punta de flecha el áureo rostro imita”, sin ir más lejos), la exhibición de un discreto manejo coral y un tratamiento vocal tal vez algo menor en comparación con la exquisitez del lenguaje orquestal.

 

En lo que hace a los solistas, es del caso remarcar que la soprano Daniela Tabernig (protagonista) lució registro entero, honda comunicatividad y fino legato (debe modelar la emisión de la vocal “i”), al tiempo que el bajo barítono Hernán Iturralde (Gobernador) se condujo con esmerada corrección e interesante exposición en su Monólogo del tercer acto. En cuanto al tenor Fermín Prieto (el novicio Mariano), de volumen relativo, acreditó por su lado cierto “squillo” y vibración, metal homogéneo, de emisión franca y estimable línea de canto, pero su voz no llegó a adquirir la potencia “lirico-spinto” requerida para un papel tan heroico y pasional.

 

La Canción a la Bandera

Debutante en el foso del Colón, el joven maestro Ulises Maino condujo la Orquesta Estable (en la que se advirtieron algunas irregularidades en los bronces) con trazo seguro, giros de esbelto vuelo, permanente nervio y algún énfasis demasiado sonoro (metales, timbales) en su correlación con el palco escénico. Preparado por su titular, Miguel Martínez, el coro de la casa desplegó a su vez y como es habitual una irreprochable labor.

 

En lo que hace al marco visual, debe destacarse sin rodeos que la producción comandada por Betty Gambartes pareció categóricamente estupenda. Desde ya de líneas armoniosas a partir de un encuadre tradicionalista (¿”Aurora” admite otra cosa?), los innumerables trajes diseñados por Graciela Galán reflejaron formidable creatividad en orden a su diversidad, hermosura y cromatismo, mientras que la escenografía mostró perfiles muy bellos, tan realistas como ingeniosos, transparentes, livianos. Con iluminación eficaz pero un tanto cambiante y algo sobreactuada elaborada por Roberto Traferri, la puesta exteriorizó asimismo en sus aspectos teatrales impecable, ajustada funcionalidad.

 

La gran sorpresa de la noche fue sin embargo lo que aconteció en el denominado “Intermedio Épico”, ubicado entre el segundo y el tercer acto. Es el trozo que contiene la famosísima Canción a la Bandera. Porque luego de concluida su versión, el público, desde ya muy numeroso que colmaba la sala, ovacionó de tal manera esta página tan tocante a nuestros sentimientos patrióticos, que obligó virtualmente a su bis. A los solistas, coro y orquesta se sumó entonces toda la concurrencia, que de pie desde la primera hasta la última planta del recinto, entonó fervorosamente y sin reservas ni distinciones de ninguna clase esta genuina canción nacional tan arraigada en nuestras más recónditas vivencias. Fue una muestra muy emocionante de unidad de los argentinos ante estos momentos difíciles, de amor al país y a sus símbolos, de la ratificación de esperanzas y creencias en un destino, pese a todo, inconmovible.

 

Calificación: muy bueno

 

Carlos Ernesto Ure