En la inauguración de la temporada lírica del Colón
NOBLE VERSIÓN DE “AIDA”, CON ESPLÉNDIDO MARCO VISUAL
Teatro Colón
Domingo 9 de Marzo de 2025
Escribe: Carlos ernesto Ure
Fotos: Teatro Colón
“Aida”, ópera en cuatro actos, con texto de Antonio Ghislanzoni, y música de Giuseppe Verdi. Con Carmen Giannattasio, Daniela Barcellona, Martin Muehle, Simon Lim, Youngjun Park, Fernando Radó y Marina Silva. Coreografía de Lidia Segni, iluminación de Rubén Conde, escenografía y “régie” de Roberto Oswald, reposición escenográfica de Christian Prego y vestuario y reposición de “régie” de Aníbal Lápiz. Ballet (Julio Bocca), Coro (Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Stefano Ranzani).
Sucesor del anterior teatro del mismo nombre (que estaba emplazado frente a la plaza de Mayo, en el predio que hoy ocupa el Banco Nación), el nuevo Colón abrió sus puertas el 25 de Mayo de 1908, con la representación de “Aida”. Era la gran sala que correspondía a uno de los cinco países más importantes del mundo (“o tempora”), y se trató de un gran acontecimiento debido a sus vastas dimensiones, su arquitectura y finísima decoración y su inigualable acústica. A partir de allí “Aida” se dio nada menos que en doscientas once oportunidades. Este domingo, para la inauguración de la temporada lírica, el nuevo equipo directivo de la casa ofreció una vez más la célebre ópera de Verdi, y la edición, al margen de sus más y sus menos, resultó sin duda meritoria en su contexto global.
Oswald y Lápiz
Lo primero que cabe destacar es la magnífica producción diseñada por el talentoso y siempre recordado Roberto Oswald (+2013), repuesta con exquisito refinamiento por su colaborador y discípulo Aníbal Lápiz. A contar de un hermoso bajorrelieve dorado del Egipto antiguo, y orientada con una mirada histórica-tradicional, esta puesta ya vista varias veces en el mismo escenario (es de 1996), aprovechando la trama apunta decididamente a las fuentes del “grand-spectacle” (imágenes monumentales, efigies imponentes, cuadros tan bellos como nutridos). Y desenvuelve escenas de impactante fastuosidad, apoyadas en un vestuario realmente soberbio, tan estilizado como bonito y variado, fruto de un enorme trabajo de concepción y realización. A ello cabe añadir una marcación teatral de esmerada precisión y unos arduos movimientos de masas (participaron más de cien figurantes), operados con el ajuste propio de un impecable mecanismo de relojería. Esto sin perjuicio de apuntar que algunas secuencias, como la de la ribera del Nilo, parecieron un tanto recargadas en cuanto a sus volúmenes.
En su quinta visita a nuestro coliseo, estuvo en el podio Stefano Ranzani, maestro milanés de reconocido oficio (fue asistente de Gavazzeni), quien manejó un discurso fluido, encuadrado a “grosso modo” dentro de cánones de la mejor raigambre. Sin embargo, tal vez por insuficiencia de ensayos, en más de un momento se echó de menos un fraseo de mayor pulcritud en el detalle, esto aparte de una suerte de reiteración de desencuentros de concertación con el tinglado. Con adecuada coreografía de Lidia Segni, el cuerpo de baile (no se suprimió ningún número de ballet) puso en evidencia desde su costado esbelto lucimiento.
Brillos y tristeza
Otro de los factores positivos de la velada fue desde ya la actuación del coro estable. Con mayor calidad en las cuerdas masculinas que en las femeninas, este gran organismo, preparado por su titular, Miguel Martínez (a quien se le debe adjudicar un lauro) mostró espléndida rotundidad en los “forte”, voces medias y “pianissimi” de sutilísima factura (la escena del templo), belleza canora y una sincronización general casi perfecta, rasgos que lo convierten a esta altura en uno de los mejores del mundo en su especialidad.
En lo que hace al cuadro de solistas, todos ellos de estimable nivel, corresponde poner en relieve de manera inicial al tenor germano-brasilero Martin Muehle (Radamés), quien lució registro homogéneo, si se quiere brillante y de emisión muy franca, bien colocado, de importante volumen y fácil y cómoda llegada al pasaje superior y al agudo. Alumno nada menos que de Bergonzi y de Kraus, lo habíamos conocido en el Avenida (“Carmen”, 2011), y lo encontramos ahora en un elevado escalón de su carrera, que lo ha llevado a asumir papeles “spinto” en significativos recintos internacionales.
La otra gran figura de la noche fue desde ya laniela Barcellona (Amneris), La mezzo triestina (56), que nos visitó en 2023 (“Anna Bolena”) mostró ciertas irregularidades en la irradiación de su voz, si se quiere limpia, potente y bonita en la quinta superior, débil en los graves, redonda en todas las notas de mayor intensidad, aunque notoriamente opaca (¿deslucida?) en el sector medio. Pero por encima de todo ello, la tocante convicción de sus inflexiones, la categoría de su línea y su sobresaliente personalidad dramática (la escena del juicio), se impusieron en el balance por sobre cualquier aspecto técnico.
Una sorpresa. Integraron el elenco dos artistas encomiables de Corea del Sur. El bajo Simón Lim (Ramfis), formado en la Academia de Santa Cecilia, exhibió un metal parejo, vigoroso, bien pastoso, al tiempo que el barítono Youngjum Park (Amonasro) mostró canto un tanto monocorde, sin muchas acentuaciones, pero igualmente corpulento y bien terminado.
Dejamos para el final a Carmen Giannattasio (protagonista), dueña de una voz más bien lírica, de gentiles resonancias y pulida escuela y legato, porque su desempeño se vio afectado por un trágico suceso. El mismo día de la “première” falleció su padre. Pese a lo cual la acreditada soprano de Avellino debió salir a escena (recordemos a “Pagliacci” y “Vesti la giubba”), con el compromiso de retornar a Italia inmediatamente después de la función para poder estar en el sepelio de su progenitor. Al finalizar la función, en efecto, salió a saludar sola lo más rápido posible, y no volvió a aparecer con el resto del reparto, pues se marchó corriendo del teatro para abordar en Ezeiza el avión que la transportaba en su doloroso viaje de retorno. Carmen Giannattasio no volverá a Buenos Aires. Por lo cual las autoridades del teatro se encuentran abocadas con urgencia a la tarea de conseguir el concurso de una figura de fuste internacional para reemplazarla en el primer reparto (habrá once funciones de “Aida”, con tres elencos distintos).
Calificación: muy bueno
Carlos Ernesto Ure