BILLY BUDD, luz en la tiniebla marina
      Sábado 5 de  julio, 2025
      Sala: Teatro  Colón
Escribe: Martin Wullich
      Fotos: Arnaldo  Colombaroli, Prensa Teatro Colón
La ópera de Britten brilla en  una puesta precisa y sensible, con una régie meticulosa y un elenco vocal de  gran entrega
      
      
      Billy Budd (ópera en dos actos, 1951)  - Música: Benjamin Britten - Libreto: Edward Morgan Forster y Eric Crozier - Basada en: novela homónima  de Herman Melville - Intérpretes: Sean Michael Plumb, Stephen Costello, David Leigh, Francisco  Salgado Bustamante, Fernando Radó, Gonzalo Araya, Felipe Carelli, Pablo Urban,  Santiago Martínez y elenco - Escenografía: Diego Siliano - Vestuario: Luciana Gutman - Iluminación: José Luis Fiorruccio - Coro: Teatro Colón (dir.:  Miguel Martínez) - Coro de Niños: Teatro Colón (dir.: Helena Cánepa) - Orquesta: Teatro Colón - Dirección musical: Erik  Nielsen - Dirección de escena: Marcelo Lombardero 
      En la penumbra del teatro, un hombre  camina hacia el escenario. Habla de la disciplina, del mar infinito, de la  guerra contra Francia. Es Edward Vere, capitán de El indómito, quien  aún se pregunta quién lo bendijo, quién lo salvó. El tenor Stephen  Costello, con su voz segura y voluminosa, expresa estupendamente las  vivencias de un viejo hombre de acción que debió tomar decisiones difíciles, no  siempre justas. El telón se descorre y aparece, grandiosa, la nave de marras.  La tripulación se alista para zarpar. Se escuchan órdenes de guardiamarinas y  oficiales, el contramaestre y el vigía. Un novato inexperto (muy bien Santiago  Martínez) pide clemencia por su torpeza; también brilla en su emotivo  diálogo final con Billy.
  
      La febril preparación ha sido notablemente retratada por el director Marcelo  Lombardero, quien coreografió con precisión pasos y movimientos en  sintonía con las elocuentes notas de Britten. La música del compositor inglés  tiene un crescendo natural, al servicio de un relato poderoso. El tema  de la guerra es siempre una preocupación en él por sus efectos en el ser  humano, tal como lo reflejó años más tarde en el Réquiem de Guerra, su gran legado  antibélico. Lombardero crea una régie de tono casi cinematográfico, rica en  movimientos y detalles de la embarcación: palos, cabos,  redes, la cabina  de los oficiales. Todo exhibe una estética cuidada que da respiro a la  violencia latente. Otro hallazgo es la ilustración de reflejos acuáticos en las  pausas musicales entre escenas. 
  
      El bueno de Billy Budd cobra vida en la magnífica interpretación del barítono Sean  Michael Plumb, dueño de un timbre vigoroso y expresivo. Su  histrionismo conmueve tanto en la afabilidad del personaje como en la  reacción intempestiva que desemboca en el trágico asesinato y  posterior Corte Marcial. De hecho, su letanía final —Look! Through the port  comes the moon-shine astray— es sin dudas el cuadro más bello, no solo por  su entrega vocal, sino por la atmósfera creada para esa noche estrellada  iluminada por la luna.  
  
      Claggart es encarnado con fuerza por el bajo David Leigh,  quien impone su  carácter despótico al execrable personaje con un tono  profundo y resonante. Brilla en su oscuro monólogo Oh, beauty, oh  handsomeness, goodness!
      Entre las destacadas interpretaciones secundarias, merecen mención el Dansker  de Leonardo Estévez —sobre todo en su bello diálogo con Budd—  y Gonzalo Araya, gracioso como Squeak, alcahuete y adulador de  Claggart. 
  
      En la segunda parte, cuando la acción y la música reflejan el inexorable  combate, la niebla, los cañonazos y los niños en escena suman momentos  memorables, incluso tiernos, como cuando uno de los pequeños responde obediente  -con perfecta dicción-: “Yes, Sir, Billy Budd, Sir!”
   
      La Orquesta Estable del Teatro Colón, con la batuta intachable de Erik  Nielsen, sonó pulcra, expresiva y siempre atenta al equilibrio con las  voces. El Coro Estable ofreció un trabajo conmovedor, como si realmente  estuvieran embarcados en el viaje del indómito navío. 
  
    Esta puesta profunda y estéticamente refinada confirma el poder de la ópera  cuando se conjugan talento, dirección escénica inteligente y sensibilidad  musical. Martin Wullich




