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Fascinante misterio de amor y muerte

Salomé”

 

Teatro Colón

Martes 28 de octubre de 2025

 

Escribe: Martín Wullich

 

 



Pulso escénico, musicalidad impecable y absoluta entrega del elenco, con un final sobrecogedor

Una llamativa arquitectura escenográfica, de trazo minimalista, acoge a los personajes. Es un gran círculo que contiene otros círculos en desnivel, sobre los que caminan los protagonistas, con una colosal luna como testigo y, de fondo, un telón plateado en semicírculo con brillo de lamé. Del centro de la estructura surge una luz que emana de la prisión de Jochanaan, el profeta, a la cual se accede mediante una larguísima y custodiada escalera. Todo es blanco y negro, aunque el rojo aparecerá en los culminantes momentos de este exquisito drama pergeñado sobre el texto de Oscar Wilde, con la imponente y climática música de Richard Strauss.

 

“¡Qué bella está la princesa Salomé esta noche!”, canta Narraboth, jefe de la guardia, como una letanía. Ella pide descender para ver al profeta. Está fascinada y obsesionada con Jochanaan. Su descontrolado deseo no provoca sino rechazo, tanto en el preso como en Narraboth, quien se suicida. Ella, finalmente, sólo quiere un beso. Entre recriminaciones y súplicas, presagios funestos e ilimitados juramentos, se desarrolla esta tremebunda y atrapante historia, prohibida hacia fines del siglo XIX en distintas ciudades por su contenido transgresor. Aún hoy, su relato impresiona.

 

La dirección escénica de Bárbara Lluch imprime un sello de sobriedad y poder visual admirables. Cada desplazamiento tiene sentido, cada gesto está cuidado. Su lectura prescinde de la grandilocuencia histórica y propone una atmósfera atemporal, donde lo simbólico y lo corporal se funden en un mismo pulso. En perfecta sintonía, la batuta de Philippe Auguin al frente de la Orquesta Estable del Teatro Colón logra una tensión sonora de extraordinaria riqueza. El equilibrio entre las voces y la orquesta se sostiene con precisión y dramatismo, permitiendo que la intensidad emocional de Strauss se despliegue con plenitud.

 

Ricarda Merbeth ofrece una Salomé de voz poderosa y presencia magnética. Cada matiz de su canto encarna deseo, delirio y determinación, y su monólogo final —con la cabeza sangrante en sus manos— resulta absolutamente terrible en intensidad dramática, una verdadera apoteosis que sobrecoge al espectador. Egils Siliņš, como Jochanaan, aporta nobleza y profundidad; su timbre grave resuena con fuerza espiritual. Norbert Ernst, en el rol de Herodes, compone un personaje inquietante, de gestos contenidos y mirada febril, mientras que Nancy Fabiola Herrera, como Herodías, despliega elegancia y sutil ironía. Fermín Prieto, encarna a Narraboth con un canto de excepcional claridad y potencia que ilumina cada intervención, y el sólido elenco que encarna a los judíos, nazarenos y soldados, todos impecables en su desempeño y en la creación de esa atmósfera coral tan característica de la obra.

 

La danza de los siete velos, con la sensual coreografía de Mercè Grané y estupendamente bailada por Sofía Gaetani —como Salomé joven—, alcanza una belleza hipnótica. Resuelta con inteligencia poética, evita el efectismo y sugiere más de lo que muestra. La luz, el movimiento y la respiración orquestal confluyen en un momento de pura fascinación.

 

Esta producción de Salomé se inscribe entre las más logradas del Teatro Colón en los últimos tiempos. La precisión escénica, la solvencia musical y la entrega de sus intérpretes confluyen en una experiencia sensorial de primer orden. En ella, la violencia y el deseo, la pureza y la locura, se unen bajo la luna de Strauss con una intensidad que sobrecoge.

 

Una noche para recordar, de esas que reafirman el poder absoluto de la ópera cuando alcanza su máxima expresión. 

 

Martín Wullich

 

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