Ravel y Brahms en memorables versiones
Auditorio de Belgrano, Viernes 24 de Julio de 2010
Escribe: Héctor Coda (ACMA)
Ravel y Brahms en memorables versiones
Pocas veces en programas de conciertos sinfónicos con obras tan compactas y relevantes como el Concierto para piano y orquesta (“para la mano izquierda”) de Maurice Ravel y la Sinfonía Nº 4 de Brahms Op. 98, algunas de las que integraron el programa- ofrecido en el Auditorio de Belgrano, a mediados deJulio último- destacan entre las ofrecidas de manera significativa, especialmente si tal como aconteció en el primer caso nombrado, se trata de una pieza de características tan peculiares como el Concierto para piano que Ravel dedicó al pianista Paul Wittgenstein, quien perdió su brazo derecho durante la Primera Guerra mundial.
El hecho no hizo más que exacerbar la imaginación de Ravel, cuyo genio auténtico –conciente de la autolimitación formal que se halla presente en toda tarea creadora- no hizo más que poner en juego todo su talento a fin de salvar la carencia mencionada. Obviamente, ella no aminora el propio talento de su eventual intérprete al oponer la sonoridad del piano, accionado con una sola mano, a la de toda una orquesta factor que, asimismo, Ravel tuvo en cuenta a pesar de su rica aunque rigurosa orquestación.
“El arte nace de la contrariedad, vive de la lucha, y muere de libertad” dijo una vez una de las mayores glorias literarias de Francia, como lo fue André Gide. El Concierto para la mano izquierda, de Ravel, es un vivo testimonio de tal aseveración .Su magnífica intérprete, junto a la Sinfónica, fue en esta oportunidad la pianista Elsa Púppulo, quien ofreció en esta oportunidad una versión encomiable, desde todo punto de vista, con el empleo a fondo de los medios técnicos que la caracteriza, junto a una compenetración profunda de su carácter tenso y dramático con el espíritu de la obra, munida de la necesaria diversidad de géneros de toque para dar entidad a audaz diseño de la línea melódica de la obra con –un verdadero tour de force para todo pianista- que no ha de apartarse tanto del específico sonido seco que pide Ravel, las precisas y nerviosas líneas de su dibujo melódico, con sus arrolladores “crescendos” o sus amplios y riesgosos arpegios, sin desmedro de la musicalidad. En ello radicó, precisamente el valor de esta versión, en medio de tanto pianismo actual que se apoya exclusivamente en el rendimiento técnico. No fue menor la inteligencia que mancomunadamente ejercieron Elsa Púppulo desde el piano cuando el maestro Guillermo Scarabino, con su característico rigor interpretativo en cuanto a la partitura musical se refiere, lo cual contribuyó a la excelencia del logro final. Algo que desde el comienzo del concierto había comenzado por la Marcha del Centenario 1810-1910 Op.36 del insigne Alberto Williams, obra cuya grandilocuencia es concomitante con la celebración apuntada y que convalidó admirablemente con la versión que la Sinfónica ofreció de la Sinfonía Nº 4, en Mi menor Op.98, de Brahms.
Héctor Coda (ACMA)