Daniel Barenboim concluyó con un altísimo nivel su serie de conciertos
Una mirada al Requiem
Lunes 30 de Agosto de 2010
Escribe: Juan Carlos Montero (ACMA)
Publicado en la Nación 1ero de Septiembre de 2010
Misa de Requiem, de Giuseppe Verdi.
Solistas: Marina Poplavskaya (soprano), Sonia Ganassi (mezzo), Giuseppe Filianoti (tenor) y Kavangchul Youn (bajo).
Orquesta y Coro del Teatro Alla Scala de Milán.
Director: Daniel Barenboim. Teatro Colón.
Nuestra opinión: excelente
Cuando Alessandro Manzzoni murió en mayo de 1873, a la edad de 89 años, después de una caída y, aparentemente, sin la debida atención, Verdi, que lo tenía entre sus poetas más admirados, viajó a Milán para honrarlo en el cementerio. Se habían conocido a través de Clara Maffei y la profunda pena que le ocasionó esa realidad dio como resultado el Réquiem , estrenado en mayo de 1874 en la Iglesia de San Marcos de Milán, para el primer aniversario de la muerte del poeta. De estilo personal, profundamente conmovedor, alterna pasajes que semejan una súplica con otros de potencia poco menos que inusitada para la época. Asimismo, fragmentos líricos que parecerían no pertenecer a una composición sacra.
De todos modos, mas allá de los datos históricos sobre la intencionalidad espiritual que pudiera anidar en el alma del compositor, ni el aspecto vinculado a la música sagrada, no cabe duda de que se trata de una obra a la vez humana, celestial, monumental, lírica y muy exquisita en contenidos expresivos, que desnudan por un lado el talento dramático del compositor y, por el otro, la noble utilización de todos los recursos de una gran orquesta sinfónica que poco podía diferir del requerido para el último período de su teatro cantado.
Y en esta noche de tanta densidad emocional, la batuta de Barenboim fue impecable al dejar oír la suma de matices y de sonoridades orquestales que Verdi plasmó con particular ascetismo. Desde sonidos tenues y lejanos, hasta las eclosiones de conmovedora potencia se escucharon en perfecta amalgama. Las variables de las intensidades sonoras se percibieron de manera cautivante. Nada fue destemplado o de efectismo grueso, distorsionado o molesto. Es que fue un hecho indudable. Ahí estaban presentes los instrumentistas y las voces de coreutas que son y seguirán siendo eternamente, parte temporal de una tradición, de un tronco que no deja de emanar savia vivificante.
Un nuevo hito
Por otra parte, la Misa de Réquiem que suma la intervención de cuatro voces solistas, aquí ubicadas ensambladas con el coro, un detalle maravilloso de parte de Barenboim, que permitió conocer a cantantes que dieron todo de sí para afrontar pasajes de tanta relevancia y con la suficiente capacidad emocional como para no amilanarse en algún instante de lógico estado de nerviosismo frente a la impactante escena de la sala que veían por vez primera colmada.
Entonces, frente a esa presencia de ánimo y entereza para cumplir su cometido, las voces femeninas de Marina Poplavskaya y Sonia Ganassi, y las masculinas de Giuseppe Filianoti y de Kwangchul Youn, más allá de alguna leve imperfección se sumaron para redondear lo más trascendente: se escuchó una versión de los solistas y de todo el imponente conjunto, infinitamente alejada de la frialdad de la mecánica y de la exactitud, tan carentes de alma y de valores que alejan la percepción de la belleza.
Y tal como ocurrió en las noches en que Barenboim recibió las ovaciones del público que tuvo la fortuna de estar presente, no hubo agregados, ni tampoco pedidos abusivos y aparatosos del público. Sí, en cambio, miradas, brazos en alto, gestos de corazones felices y ojos humedecidos por tanta emotividad.
En una palabra, una noche que ha de sumarse, y con fundamento, a la historia de los que han sido y seguirán siendo hitos artísticos del Teatro Colón, él también feliz y rejuvenecido, para agasajar a su eterno padre de Milán.
Juan Carlos Montero
Imágenes de la función: