Media hora de ovación para una velada que se recordará como una de las mejores en la historia de Teatro Colón
Barenboim y La Scala: una experiencia inolvidable
Martes 31 de Agosto de 2010
Escribe: Andrés Hine
Aida, de Giuseppe Verdi, en versión concierto.
Solistas: Oksana Dyka (Aída), Ekaterina Gubanova (Amneris), Salvatore Licitra (Radamés), Kwangchul Youn (Ramfis), Carlo Cigni (el rey de Egipto), Antonello Ceron (Mensajero), Sae Kyung Rim (Sacerdotisa).
Orquesta y Coro del Teatro alla Scala de Milán.
Director: Daniel Barenboim.
Sala: Teatro Colón
Culminando la “maratón Baremboin” que consistió en once conciertos, de calidad superlativa, a lo largo de doce días, se escuchó Aída, en versión de concierto. Elegida como un homenaje a la obra que se ofreciera al inaugurar el Teatro Colón, en 1908, esta obra contó con interpretaciones de una jerarquía artística difícil de superar, que exhibió la marca indeleble de Barenboim, un director que mostró absoluta flexibilidad, en un repertorio que fue de Mozart a Boulez y de Beethoven a Verdi, todo dentro de un marco de perfección que parecía increíble.
El hecho de ofrecer una ópera sin puesta en escena permite a la audiencia observar a cada uno de los integrantes del elenco “al desnudo”, es decir, despojados del aspecto visual que a veces, distrae de lo puramente musical. En este sentido, se pudo tener una cabal idea acerca del rendimiento de los solistas convocados para la ocasión, todos ellos con carreras internacionales, aunque algunos con más renombre que otros. En tal sentido, podemos afirmar que la soprano ucraniana Oksana Dyka tiene una voz de color agradable que corre en la sala, fluyendo con facilidad. Tal vez, podría haber dado más matices al canto, especialmente en sus arias “Ritorna vincitor” y “O patria mia” pero de todas maneras, realizó una encomiable labor en el rol protagónico. La mezzo soprano Ekaterina Gubanova ciertamente se vio perjudicada por la disposición sobre el escenario, entre la orquesta y el coro. Su voz si bien bella, careció del peso necesario para la escena del primer cuadro del Acto IV y sus graves fueron insuficientes. De todos modos, compensó estas falencias con entrega y dramatismo. En tanto, el elenco masculino lució un rendimiento más parejo. Salvatore Licitra fue un Radamés de voz potente y heroica pero aún así, resaltó las sutilezas de su parte. El barítono polaco Andrzej Dobber fue quien más llamó la atención por su canto parejo y expresivo en toda la extensión de su registro. Kwangchul Youn, bajo coreano de voz poderosa y vibrato intenso, también causó muy buena impresión. Completaron el elenco Carlo Cigni, quien tuvo un buen desempeño como el rey de Egipto, y Antonello Ceron y Sae Kyung Rim como el Mensajero y la Sacerdotisa, respectivamente.
El Coro del Teatro alla Scala sonó en todo su esplendor en la numerosas oportunidades de lucimiento que la obra le ofrece. Sobresalieron especialmente los bajos y llamó la atención por la rotundez en los agudos, con sonoridades brillantes pero absolutamente cubiertas, sin estridencias.
La concepción de Barenboim, como en la mayoría de las obras bajo su dirección, se caracterizó por la intensidad y la tensión que le otorgó. La Orquesta del Teatro alla Scala respondió con brillo e idoneidad. Los bronces sonaron con afinación perfecta durante la “Marcha triunfal”, así como las cuerdas lo hicieron en el preludio al Acto I. A medida que la función avanzaba, la pasión iba creciendo, no sólo sobre el escenario sino también, en la sala. Finalmente, la ovación cerrada, conocida como “el rugido del Colón” no se hizo esperar. Media hora ininterrumpida de aplausos coronaron una función que quedará en el recuerdo como una de las noches más memorables en la historia del teatro.
Imágenes de la función: