Un pianista sobresaliente en el Colón
EXCELENTE RECITAL DE NELSON GOERNER
Mozart: Sonata en mi bemol mayor, K 282; Schumann: Kreisleriana, opus 16; Liszt: Sonata en si menor. Nelson Goerner, piano. El martes 21, en el teatro Colón
La falta de adecuada publicidad y el exagerado costo de las entradas (dos errores inexcusables de las autoridades del Colón) hicieron que este recital, de alta categoría internacional, tuviera lugar con menos de un tercio de la sala ocupada (sic). Nacido en San Pedro y residente desde hace mucho en Ginebra, Nelson Goerner reapareció el martes en el escenario de la calle Libertad, y a lo largo de un programa de desafiante matriz estilística (que desarrolló sin partitura), plasmó una velada de remarcable jerarquía, técnicamente impecable y artísticamente muy bien armada.
Mecanismo limpio
La jornada se inició con la Sonata K 282, de Mozart, una suerte de pieza de ingenua belleza, casi de un rococó miniaturista (con reminiscencias de Scarlatti y de Haydn), que nuestro compatriota tradujo con línea esbelta y acabado diseño, expansión medida y mecanismo de depurada limpieza.
A continuación, la “Kreisleriana”, de Robert Schumann, posibilitó la exposición de muchas de las notables virtudes de Goerner: perfecta digitación, musicalidad innata, dominio absoluto del teclado en todas sus gamas e intensidades. Es cierto que en el desenvolvimiento de una obra heterogénea debido a la complejidad de su contexto, difícil de enhebrar a través de un hilo conductor global y por ello algo abstrusa, la labor pianística pudo haber adolecido de cierta falta de unidad conceptual; pero también lo es que aun con sus contrastes, la pieza del autor de “Liederkreis” exhibió diafanidad y agraciado arco romántico, justeza rítmica y una agilidad verdaderamente fantástica para los fragmentos de mayor velocidad.
Liszt
Ello no obstante, la sesión alcanzó sin duda su punto más encumbrado con la célebre Sonata en si menor, de Franz Liszt.
Articulada con cuadratura sólida y estructuras y cargas dinámicas propias de un gran intérprete, la creación de Liszt permitió el lucimiento del pianista en grado superlativo.
En efecto; sus mágicos pianíssimos, casi como el eco delicado de un exquisito juego de aguas, el control perfecto de toda la sonoridad y una digitación de excelente modelado, le otorgaron al trabajo dramático y singular del maestro de Esterhazy impacto, palpitación y transparencia.
Envolvente en la interrelación armónico-funcional de sus dos manos, poderoso en la complejidad de combinaciones acórdicas y dobles escalas, Nelson Goerner se manejó en esta parte con plasticidad fluidamente colorística y una pulsación neta, vibrante. Se trató desde ya de un verdadero “tour de force”; pero los resultados se oyeron francamente óptimos.
Carlos Ernesto Ure