Una ópera de Enescu en el teatro Colón
TIESA RECREACIÓN DEL MITO DE EDIPO
Teatro Colón
Martes 29 de Mayo 2012
Escribe: Carlos Ure
“Edipo”, tragedia lírica en cuatro actos, con texto de Edmund Fleg, y música de Georges Enescu. Con Andrew Schroeder, Esa Ruuttunen, Robert Bork, Gustavo López Manzitti, Fabián Veloz, Alejandro Meerapfel, Lucas Debevec, Gustavo Zahnstecher, Enrique Folger, Natasha Petrinsky, Guadalupe Barrientos, Victoria Gaeta, Alejandra Malvino y Cintia Velázquez. Iluminación de Peter van Praet, escenografía de Alfons Flores, vestuario de Lluc Castells y “régie” de Alex Ollé y Valentina Carrasco. Coro de Niños (César Bustamante), Coro (Peter Burian) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Ira Levin).
La audición integral de la única ópera que escribió Georges Enescu (1881-1955), que el Colón ofreció el martes en carácter de estreno latinoamericano, sólo puede sostenerse sobre la base de una gran puesta, como la que tuvo. Porque “Edipo”, carente de acción y de emoción a lo largo de sus cuatro actos, exhibe mayoritariamente conjugaciones armónicas descoloridas, de permanente ambigüedad, inexpresividad rítmica y una reiterada intercalación de planos sonoros que conforman el desarrollo melódico. Despojada, además, de inspiración vital y cantada en francés (su autor tardó más de veinte años en terminarla), “Oedipe” se presentó por primera vez en París, en 1936, y a partir de allí alcanzó muy relativa difusión: impregnada de declamaciones salmódicas y de “sprechgesang”, morosa, grandilocuente en sus episódicos énfasis, se dice incluso que fue “retocada” (mejorada) anónimamente a partir de las representaciones que se realizaron en Bucarest en 1958.
“ La Fura del Baus”
Proveniente del teatro Real La Monnaie , de Bruselas, la producción de la obra del compositor rumano estuvo a cargo del grupo catalán “ La Fura del Baus”, y se vio decididamente magnífica debido a su rica creatividad, ingenio y nutridos efectos (sin perjuicio de las dificultades de perspectiva para los pisos superiores de la sala, las exageraciones teatrales de Tiresias y del recurso un tanto burdo de personificar a la tirana de Tebas como aviadora nazi).
Como excepción, el vestuario de Lluc Castells no pareció demasiado imaginativo, pero la iluminación fue diseñada con mano maestra por Peter van Praet al tiempo que la escenografía, concebida por Alfons Flores, se destacó por su variedad y positivas búsquedas estéticas. Alex Ollé y Valentina Carrasco fueron finalmente los responsables de una “régie” de múltiple despliegue, que procuró animar con empeño la musicalmente acartonada tragedia de Sófocles.
Los cantantes
Preparado por Peter Burian y pese a ciertas imprecisiones, fue loable por su belleza global la tarea del Coro Estable, quien tradujo algunas páginas de real enjundia en el comienzo del acto inicial y del último; la Orquesta del Colón, conducida sin mayor relieve por Ira Levin, desplegó simplemente un cometido que pretendió ser pulcro.
En cuanto a los solistas, el barítono Andrew Schroeder, no obstante su esfuerzo dramático, resultó un protagonista vocalmente débil, de timbre anodino, privado de graves. Fabián Veloz (Gran Sacerdote), Alejandro Meerapfel (Phorbas) y Guadalupe Barrientos (Esfinge), así como también Victoria Gaeta (Antigone) y Alejandra Malvino (Mérope) cumplieron por su lado con impecable corrección, mientras que la mezzo vienesa Natasha Petrinsky (Jocaste) lució registro intenso pero de emisión despareja.
Por último, “Edipo” en las versiones berlinesas de 1996, 2000 y 2004, el finlandés Esa Ruutunen encarnó esta vez a Tiresias con importante fraseo y vibración, mientras que su colega, el bajo-barítono estadounidense Robert Bork (Créon) mostró un metal caudaloso, potente, parejo.
Carlos Ernesto Ure