Dos obras fundantes de Brahms
Orquesta Sinfónica Municipal
Mar del Plata
3 de Junio de 2012
Escribe: Eduardo Balestena
Orquesta Sinfónica Municipal
Director: Emir Saúl
Solista: Alexander Panizza (piano)
Programa: dedicado a J. Brahms
- Concierto para piano No 1, Op 15
- Sinfonía No 1 Op 68
En su presentación del 3 de junio la Orquesta Sinfónica Municipal fue dirigida por el maestro Emir Saúl y contó con la actuación solista de Alexander Douglas Panizza, con un programa íntegramente dedicado a Brahms en dos de sus obras más representativas: su primer concierto instrumental y su primera sinfonía.
El Concierto para piano Nro. 1, en re menor, opus 15 fue escrito en 1959 y fracasó en su estreno. Hoy, admira su equilibrio entre la influencia de Schumann y el puro clacisismo, en una formulación pianística que alterna la dulzura de mucho de sus pasajes con el uso de esos mismos elementos en otros de carácter, como el del primer tema del piano. Si bien el discurso orquestal hubiera requerido una mayor fluidez en las articulaciones, seguridad en el fraseo y un tempo algo más ajustado, particularmente en el comienzo (poco definido y de escaso volumen e intensidad en la cuerda), la segunda enunciación del tema se mostró más dentro de los requerimientos de la obra y así discurrió durante el resto del desarrollo (como si ante cierta indefinición inicial la orquesta pudiera reacomodarse) con algunas debilidades (por ejemplo el episodio del rondó del tercer movimiento) y pasajes más logrados, como en el adagio o en el diálogo con las maderas.
Alexander Panizza, pianista canadiense joven pero ya de una extensa trayectoria, lo abordó como la obra de carácter que es y de un modo enérgico que rescató sus relieves y las constantes transiciones que requiere ya entre las secciones en que formula un motivo y luego lo desarrolla hacia otro de diferente intensidad, como suele suceder en el primer movimiento, por ejemplo antes de la entrada de las maderas; ya en los acentos en los pasajes, como el que sucede a la intervención de las maderas en el primer movimiento, que se prestan a un desarrollo más plácido. También muy propio fue el modo de abordar el tercer movimiento, con un elemento rítmico de tanta intensidad: lo hizo de un modo muy enérgico, en la velocidad y en los acentos que marca también el tempo a la orquesta. Lo hizo con una gran plasticidad. Lo mismo puede decirse de la coda de ese movimiento, que desarrollo más del modo de Walter Gieseking que de Arrau: racimos de notas que hace muy rápidas y a la vez con mucha claridad allí donde podrían ser más abiertas y espaciadas. Escuchándolo en estos pasajes, en su modo de concebirlos y desarrollarlos, y particularmente en ese adagio, basado en el tema de un coral religioso, entendemos que cuando hay una técnica puesta al servicio de una concepción estética y sensible a lo que la obra tiene para decir, ésta siempre estará presente y nos dirá algo nuevo; particularmente este concierto, cuya riqueza musical tan honda, con elementos desarrollados con una inspiración tan sensible como disciplinada, y con requerimientos técnicos tan definidos; una obra que mira hacia la tradición y a la vez hacia la estética romántica.
Sinfonía nro. 1 en do menor, opus 68
Distinto fue el resultado en una sinfonía que requiere un claro y constante pulso rítmico y una definición clara en sus timbres, con una construcción que utiliza todos los elementos de la orquesta. Fue clara ya desde la enérgica introducción de 37 compases. No hay lugar en ella para la indefinición. Si bien con pocos elementos en algunas secciones de las cuerdas –cellos y bajos- fueron claras sus intervenciones –por ejemplo en el pizzicato del cuarto movimiento, anterior a la marcha, en compás de 2/4 que es la materia musical del movimiento. Factores así pueden terminar favoreciendo un sonido más nítido, hecho no de la suma de elementos sino de su puro modo de sonar, en lo que es a la vez un requerimiento mayor para los intérpretes.
Es una obra abstracta y de gran intensidad –en su primer y cuarto movimiento- que de algún modo evoca a la tensión de sinfonías como la quinta de Beethoven y, como éstas, parece trabajar su material temático dándole unidad (lo vemos en las secciones iniciales tanto del primer movimiento como del cuarto, los más tajantes y tensionales). El primero, como el la fermata del oboe de la quinta de Beethoven, utiliza este timbre para disipar la tensión acumulada luego de la exposición inicial.
Otro punto donde se hace evidente su construcción es la introducción del cuarto movimiento: los sombríos pasajes de la cuerda sucedidos por sus distintas secciones en pizzicato que conducen a una sección en toda la orquesta, luego del majestuoso solo de trompa y de los trombones lleva a una marcha con resonancias de coral. Otro momento logrado fue el accelerando final.
Destacaron, entre otros, José Garreffa (corno); Mariano Cañón (oboe); Federico Gidoni (flauta); Gustavo Asaro (clarinete).
Eduardo Balestena
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