IDAS Y VUELTAS DE UNA VERSIÓN DEL BARROCO
“Rinaldo” de Händel
12 de Junio de 2012
Teatro Colón
Escribe: Carlos Ure (La Prensa)
"Rinaldo”, tragedia lírica en tres actos, con libro de Aaron Hill y Giacomo Rossi, y música de Georg Friedrich Haendel. Con Franco Fagioli, Verónica Cangemi, Inessa Galante, Daniel Taylor, Damián Ramírez, Víctor Torres, Marisú Pavón, Oriana Favaro, Lucas Villalba y Gabriel Centeno. Orquesta Estable del Teatro Colón (Martin Haselboeck). El martes 12, en el teatro Colón
No es tarea fácil realizar un juicio de valor sobre el estreno argentino de “Rinaldo”, que se ofreció el martes en el Colón en versión de concierto, en cuarta función de abono de la temporada lírica oficial. Porque por un lado, el maestro austríaco Martin Haselboeck, genuino especialista en el género barroco, condujo con incuestionable equilibrio, refinamiento y excelente marcación rítmica a un conjunto de cantantes de alto nivel como común denominador. Sin embargo, desde otro costado, la falta de escenificación en una ópera donde lo visual es tan importante por sus contenidos mágicos, proclives a cualquier realización fantástica, la cuadratura de un fraseo orquestal de largas dimensiones (todo el espectáculo dura cerca de tres horas y media) y la falta de claridad de las texturas, hicieron que en más de un momento la velada se tornara realmente monótona (el suscripto quedó como único habitante de la fila 14 de la platea a partir del segundo acto). A ello cabe agregar, y tal vez fue decisivo, que si bien el organismo sinfónico del Colón utilizó como es obvio instrumentos actuales, el diapasón para la afinación habitual (442) se rebajó en forma (a 415), lo que produjo como consecuencia una sonoridad global de descolorida opacidad.
Rasgos peculiares.
Primero de los melodramas londinenses de Georg Friedrich Händel, “Rinaldo” está basado en “ La Gerusalemme Liberata ”, de Torquato Tasso y se representó por primera vez en el “King’s Theatre”, en 1711. Con excepción de breves intervenciones de trompetas, carece de coros, de cornos y números de conjunto, y su orgánico se compone de arcos y oboes, fagot, tambor, flautas de pico, claves y unas tiorbas de acordes de pesada densidad, lo que contribuyó a acentuar, obviamente, su penumbra cromática.
Plagada de arias (en total son veinticinco, con dos unísonos), carece en la actualidad de la más mínima vertebración dramática, lo que mueve casi obligatoriamente a una exposición musical dinámica y antiacademicista, que en parte no se logró debido al encuadre escolástico de Haselboeck, y también por la inexperiencia de la Orquesta Estable en lo que hace al cultivo de este repertorio.
Franco Fagioli.
El cuadro de cantantes exhibió una desusada novedad, porque incluyó nada menos que tres contratenores. El canadiense Daniel Taylor (Goffredo), figura de reconocido prestigio internacional, fraseó con gran estilo y mostró emisión impecable y metal parejo, exquisitamente depurado. El joven Damián Ramírez (Eustazio, personaje que desaparece por su insustancialidad en la versión de 1731) lució asimismo voz conformada con criterio, de sólida entereza y buen cuerpo, al tiempo que al barítono Víctor Torres (Argante), sin perjuicio de su clase, se lo oyó con registro desleído por su debilidad tímbrica.
En el sector femenino, Marisú Pavón y Oriana Favaro protagonizaron uno de los momentos más bonitos de la noche (“Il vostro maggio”, la Canción de las Sirenas, con bellísimo acompañamiento de cuerda punteada); la soprano mendocina Verónica Cangemi (Almirena) tuvo un desempeño irregular, ya que por dificultades de tesitura forzó algún fragmento (“Combatti da forte”), pero tradujo con línea de encomiable calidad otros trozos: la zarabanda “Lascia ch’io pianga”, sin duda el aria más conocida de toda la obra, y también “Augelletti che cantate”, con atrayente soporte de Mercedes Blanco en flageolet. En cuanto a su colega letona Inessa Galante (Armida, la hechicera), cabe apuntar que impresionó por su material, potente, maleable (la exigente “Molto voglio, molto spero”), de difusión fresca y espontánea y reverberantes tonalidades (Norberto Broggini la acompañó en el clave con cadenciosa musicalidad en “Vo’far guerra e vincer voglio”).
De todos modos, el artista sobresaliente de la jornada fue Franco Fagioli (Rinaldo), quien obtuvo el que fue quizás su mayor éxito porteño como resultado del desarrollo, penetración y esbeltez de su registro. Es cierto que en más de un momento su proyección se torna excesivamente ondulante, y que en orden a las limitadas posibilidades de matización de una voz que no es natural, la expresión se reduce a variar la intensidad sonora. Pero también lo es que el intérprete tucumano, que se encuentre realizando una importantísima carrera en el exterior, ha crecido en caudal y dominio de las alturas (la redondez de sus escalas descendentes fue notable), en la transparencia de la articulación y en la limpieza de la coloratura (especialmente, la aguda y sobreaguda).
Carlos Ernesto Ure